Dos fueron sus despedidas: cuando se fue a Santiago, la más importante, y cuando se fue de la vida, la segunda.
La segunda sucedió el 21 de septiembre de 1954 y no es antojadizo ver en la fecha, todo un símbolo: el canto de Julio Argentino Jerez debía apagarse entonces, en tiempo de vidala en flor, para que quedaran, sobreviviendo todos los inviernos, sus canciones: "La Baguala", "La Engañera", "Chacarera de mis pagos", "Añoranzas"...
Vivía hasta su adiós, en un caserón de Boedo, donde había instalado, en cada habitación, distintas jaulas de pájaros: un presupuesto en alpiste y en ternura.
Era un bohemio total, definitivo, y dueño, sí, del auténtico carisma, el de los elegidos: sus amigos recuerdan su fácil éxito entre las mujeres, sorprendente pues no se trataba de un buen mozo.
Nada sorprendente pues se trataba de un ser con encanto.
Con el encanto que navega en sus coplas plañideras: "Cuando salí de Santiago, todo el camino lloré. / Lloré sin saber por qué, pero si les aseguro, que mi corazón es duro, pero aquel día aflojé..."
Por eso, pensamos, el mejor recuerdo en este aniversario es referirse a aquella primera, sentida des- pedida, que pocos conocen: el momento en que Julio Argentino se fue de Santiago.
Un comprensivo suyo, Marco Antonio Díaz, le enderezó entonces un sentido discurso, mechado con frases en quechua. Era el 15 de febrero de 1948. Transcribimos ese increíblemente cariñoso testimonio en forma textual.
¿No te parece bien, Julioy? (¿Qué dice tu cabeza, mi Julio?): Ruda como la del tropero, carrero, do- mador, tiene, sin embargo, rasgos que anuncian su contenido; es una máquina sensata, generadora de músicas y bellos pensamientos.
¿No te lo imaginas, Julioy? (¿Qué dicen tus ojos...?): Que te pierdes en sueños mientras muestran, además, fiereza montaraz.
Imaina uiaricum voznike? (¿Cómo se oye tu voz?): Arrulladora, como un susurro. Está apagada por las miles de horas de canto que resonaron en tu garganta, ¡y por las siete mil aguardentadas!... (sic).
Viaikeka gestojlla (sólo con el gesto de tu cara) nos llenas de misterio y nos lleva, involuntariamente, a las regiones de tus cantos.
Yo te vi retozando en las trincheras p'al carnaval, en medio del alboroto del paisanaje (¡como potro en las praderas!): ahí estabas. Y te he visto en reunión de familia: ¡sabías estar!
Nunca me olvidaré que te he visto en el Tipiro salir de la reunión, cruzar los alambrados y ostensiblemente, como si hubieras distinguido a tu propio Tata, obsequiar un trago a ese viejo que horquetiaba la fiesta sobre su mulo pardo...
Julio, Julioy, ¡me cuesta creer que seas humano!
¡Supieras los celos que sientes cuando te vas, cuando te alejas de tu selva!... Pero no podemos atajarte porque sos como tu Huayra Rupaj, más allá del Zonda y, aurita nomás, el Huayra Muioj.
¡Cómo me gustaría, Huaukey, verte tallado en quebracho, asentado en las pashkas de un árbol de nuestros montes, guitarra en mano y en actitud de canto!
Y no puedo resistir más, Julioy: ¡tengo el presentimiento de que vos sois la encarnación del Kakuy en los seres humanos!
Publicado originalmente en Revista Folklore
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