El Clima en Santiago del Estero

29/4/24

Humberto Carfí, notable violinista santiagueño.


Una advertencia: si usted ama al folklore, si quiere conocer como era el Santiago musical de 1925, de los Hermanos Abalos, de los Gómez Carrillo, de Andrés Chazarreta, de Segundo Gennero, el cieguito Gallardo, el ciego Aguirre, de Orejita Díaz, del cine Renzi, de Guastavino, don Sixto Palavecino, de los Hnos, Simón, de Julio Jerez, de falsificadores de violines, de Garnica, siga adelante: la entrevista es larga. 

Si espera leer algo más entretenido le diría que pierde el tiempo. Acá se vá a aburrir. La oferta de internet es muy amplia y puede elegir algo más interesante que esta nota.

             HUMBERTO CARFÍ    (Julio 22/1913 - Junio 15/2005)

Nací en la ciudad mas linda del mundo: Santiago del Estero. Fue hace muchos años: voy a cumplir 90 años el 22 de julio. Bueno, me crié en Santiago de chico y a los 17 años me fui a Europa, a Roma a estudiar y ahí me quedé muchos años. Estalló la guerra y tuve que venirme, la guerra duró mucho mas tiempo de lo que yo me imaginaba, porque pensaba volver ya que estaba muy bien ubicado: me había inscripto en el concurso mundial de ese entonces con reina Elizabeth.                                                  

 Empecé a hacer la carrera acá en Buenos Aires, empecé en la orquesta del Teatro Colón, empecé en el concurso de la Universidad y a partir de ahí me introduje en la enseñanza, tocando siempre solista y fui profesor de cinco universidades del país, además jubilado del teatro Colón, solista de la Sinfónica Nacional, he tocado intensamente en mi vida. 

 Ahora, casi a los 90 años sigo enseñando, la nena ésta (Lucía Luque) que viene a dar el concierto del jueves toca muy bien. ¿A usted le gusta la música clásica? a mí me gusta mucho, y la chacarera también. Vaya a escucharla, tiene 15 años, va a ser la Menuhin argentina, vale le pena. 

Contento de ser santiagueño, contento de estar acá y que la guerra me ha evitado que me quede en Europa sinó no hubiera podido volver a ver mis padres.

¿Mi relación con la música folklórica? Ha sido poca, no mucha, porque yo lo hacía con los Abalos, mis amigos de aquella época, le hablo de 1930.                                                                            

Hasta ese año yo tocaba en Santiago del Estero en la orquesta, porque en esa época Santiago era una de las ciudades que más música tenía: en los cines había música, en la confitería había orquesta, y yo tocaba eso. Intervenía en algunas cosas folklóricas, pero folklorista no le puedo decir que soy.                                  

 Amo el folklore y amo sobre todo la música criolla, hay grabaciones mías de esas cosas, lo hago con mucho gusto, y ahora se van a hacer en Santiago los festejos de su fundación: me declaran ciudadano ilustre, yo digo que no me conviene: me voy a tener que portar bien entonces, un ciudadano ilustre no va a poder macanear. 

En los programas yo siempre pongo música argentina, yo he sido educado en Europa, pero amo la música argentina. Han pasado los años pero soy bien santiagueño, al contrario, soy como los vinos: cuando el tiempo pasa más auténtico.

¡Cómo no lo voy a conocer! Don Manuel Gómez Carrillo no era un gran músico, era casi un autodidacta. Ha escrito muchas composiciones, algunas originales y otras recopiladas, era director de coros en Santiago del Estero. 

Yo lo acompañé muchas veces, la señora era una ilustre pianista, y la hija mejor pianista todavía, la Muña, que ya es una mujer grande. Éramos de la misma época, lo he acompañado muchas veces en sus conferencias: él hablaba y yo tocaba.                                                                                               

 A los 12 años comencé a tocar en público, porque mi papá me corría a las patadas si no estudiaba, y claro, tanto estudiar tenía que tocar bien. Uno de sus hijo era Manolo, murió joven ese muchacho, a Muña hace mucho que no la veo ¿usted está en contacto con Jorge, como está? Sí, fueron los primeros de los grupos vocales del país, pero muy buenos. 

No sabía que el Cuarteto Gómez Carrillo había nacido acá en Rosario. En los Aires Santiagueños editado por la Casa Riccordi, me lo tenía que dedicar a mí, Manolo me ha llamado muchas veces para hacer retoques, me decía “Me tenés que poner una cadencia acá” y yo dejaba para mañana, pasado, en ese momento tenía mi hija chiquita y andaba con muchas preocupaciones, y se enojó y lo dedicó a Pezzina, que de música de Santiago no sabe un pito, el sabe de tallarines nomás ¿qué sabe un italiano de chacareras? Yo sé de eso. Se enojó porque no fuí y se lo dedicó a él. 

Hace muchos años hice un homenaje a la música de él, Muña me mandó el material. Pero ahora hay un tal Garnica que hace folklore, ¿cómo toca? He oído hablar, escuché una sola grabación de él, dicen que ha estudiado con un alumno mío, Bellungo, alumno mío tucumano, sobrino nieto del luthier Bellungo de Tucumán. Me han dicho que ha hecho capote en Córdoba.                                      

 Este Garnica lo escuché hace 15 días en Santiago, yo no quería creer: toca folklore con virtuosismo académico, el quiere revolucionar todo eso, le da a las chacareras o las zambas adornos, mueve los dedos ¿me entiende?

Quizás es un poco arrebatado, pero eleva la zamba a una cosa realmente virtuosa. Aunque con esas cosas hay que tener cuidado, hay que respetar la esencia: por ejemplo a una vidala, si le pone cosas alegres se le cambia el sentido.                                              

La vidala es una cosa triste, quejumbrosa, por ahí la quieren tocar con alegría: no corresponde. 

Ahí en la vidala registro dos cosas: penas de amor y alegrías de amor, las dos cosas, hay que ubicarse. Cristina va a tocar allá en Santiago “La canción del árbol del olvido”, es una página simple con versos de Silva Valdés.                                                               

                                                                                                          Es la historia de un tipo enamorado que está abandonado y no puede olvidar a la novia y le dijeron “¿porqué no vas a dormir bajo un árbol así al día siguiente te olvidas de tu sentimiento?, te quedas sin pena”. 

El fue y se durmió, pero cuando despertó se olvidó que tenía que olvidar. Esa es la esencia. Ahora, el que toca tiene que demostrarlo, Cristina hace eso. Después está “La rosa y el sauce” de Guastavino, son dos notas, pero amigo..., el enamoramiento del sauce con la rosa, nadie lo toca, hablan sin sentido, y los versos dicen así: un sauce llorón crece a la orilla de un arroyuelo, en el monte, alrededor del sauce crece una rosa y ella se enamora de él, ellos platican, conversan. Un día pasa una negrita ve la rosa, la corta y se vá, y el sauce quedó llorando ¡qué tema ese! 

El que toca eso, tiene que hablar... si es capaz, claro. Hay que pensar lo que se va a tocar. Ahora este muchacho (Garnica) toca una chacarera, y ahí puede ser, pero en una zamba ya es otra cosa. 

                                                                                                          La zamba es una cosa ni alegre ni triste: mediana. Es decir, el luce su virtuosismo, pero eso no tiene nada que ver, entonces yo digo: si quiere hacer virtuosismo que toque Paganini. Pero él tiene mucha facilidad, yo quisiera conocerlo para hablar de técnicas.

Mis grabaciones con los Abalos fueron hace muchos años, yo no tocaba folklore, ellos me pidieron, yo soy amigo de ellos: íbamos a hondear al parque, al colegio. “Mirá Humbertito, yo sé que te molesto pero tienes que venir, me hace falta un violín para tocar “Santiago manta”, esas chacareras de hace muchos años están grabadas por mí 70 años atrás.                                                 

Tenían el conjunto y ellos querían que yo siga con ellos, pero yo estaba en otro callejón ¿me entiende? yo me fui a Europa a estudiar en serio. Tal vez mi hermano que ya falleció sí podía hacerlo, el tocó algo de folklore. Yo no lo quiero desmerecer: el folklore bien hecho, de mucha calidad, folklore estilizado es algo hermoso.

Hoy se están tomando los temas de folklore en el plano clásico, como ha hecho Piazzolla que con su cultura musical lo eleva. Cristina va a tocar acá en Rosario una obra musical de Guastavino que se llama Pampa mapa, es una cadencia hermosa, no la conoce nadie. Son dos notas, pero como las dice.                                       

Yo fui amigo de él, murió hace poco, iba a la casa de él y me tocaba el piano, era químico, un hombre muy solitario, buen músico, mas que Ginastera.                                                                           

Tocaba el piano: cantaba y lloraba, sus obras están inspiradas por alguna poesía. En Pampa mapa, el personaje es abandonado por su mujer y el vá por la pampa llorando, es hermoso, no lo puedo contar. Creo que es de Rafael Obligado.

Si aquí vengo con orquesta de cámara de cuerdas, puedo venir con Cristina que toca Adiós Nonino con orquesta, y dar un curso de cello: no hay cursos de cello acá. ¿Sabe como sonaría “Alfonsina y el mar” con cello? Yo la tengo grabada por Ariel, y en el piano las notas son golpeadas.                                                                         

                                                                                                           El tema es doloroso, porque es un homenaje a ella cuando va al mar y se suicida, es trágico eso. Cuando los versos dicen “Qué misterios vas a buscar adentro del mar...” tiene que sonar con dolor, y en el piano está golpeado. En cambio el cello...suena mucho mejor. En el piano se corta la nota, se vá, en cambio en el cello usted la mantiene, es como la voz humana.                             

                                                                                                           El cantar de un instrumento de cuerda no lo dá ningún instrumento, por eso es que la cuerda es el corazón que está sonando.

En Santiago de 1925 había mucha música, después de Buenos Aires era la ciudad con mas música: humilde pero con mas música que las demás, teníamos orquestas por todos lados. Los cafés tenían orquestas, yo tocaba ahí, en la parte de arriba, tenía 14 años.      

                                                                                                       Dos funciones por día hacía en el teatro, en el cine Petite Palette, tocaba en la orquesta con mi maestro, ahí tocaba Gennero y tantos otros, y cuando venía la noche venía la mamá de los Abalos (el marido se quedaba a dormir porque era ocioso) ella venía solita y yo la acompañaba del brazo a doña Helvecia, y ella me acompañaba al cine a tocar. Con los muchachos somos muy amigos.

¿Segundo Gennero? Claro, fue mi maestro de piano y también de mi hermano Cayetano, hay muchas composiciones de él, varias las toco yo, Poema Nocturnal es hermoso, El Altiplano lo voy a tocar en Santiago para el 25 de julio. Primero ha sido pianista, de La Banda, un hombre que se perfeccionó en Buenos Aires, grande, hermoso, lindo hombre, culto pero bien cachaciento como buen santiagueño, volvió a Santiago como pianista en el cine, y yo tocaba con él, Humbertito me decía. 

Me dedicaba muchas obras, era compositor, pero era... no digo ocioso pero vea: a mi hermano que estudiaba con él le daba clases en verano siesteando en el catre a la siesta. Se apoyaba así, mi hermano tocaba su lección y de la otra pieza lo iba corrigiendo “Ché, cuidado con la derecha, no te equivoques en esa nota”, por no moverse vea, “Cuidado con el cuarto dedo en ese pasaje” le advertía. Escribía composición, se le caía una hoja y no se agachaba a recogerla: el pedía otra. 

Escribió muchas cosas, era un hombre muy preparado, cachaciento en forma, se casó con una señora mayor que él, muy inteligente ella: no congeniaron. Conservo cartas de ella, una es hermosísima que me hizo cuando vine de Europa después de 11 años, una mujer culta. El era muy cachaciento, vivía el momento, no le importaba nada. 

Cuando vino de Buenos Aires, habrá sido en el 30 vestía de sobretodo, a lo Carlos Gardel, una pinta bárbara. Yo le dije a mi hermano “Mirá, es tan dejado ese hombre que va a terminar en la miseria”. Cuando llegó la crisis se acabó todo, Renzi cerró el cine y Gennero se quedó sin trabajo, no sabía hacer otra cosa mas que tocar el piano, era muy bueno, muy inteligente, pero no fue previsor, era muy bohemio. 

Pasaron muchos años, volvió a Buenos Aires, terminó tocando en los pirigundines y un día amaneció muerto en la vereda, sentado y encogido de frío. Venía de tocar en el bajo por la comida, en la miseria absoluta. Así terminó, ¿en qué año?, puede ser por el 58 o 60, el nació en el 1900, tendría 103 años ahora. 

No tiene descendientes, era de La Banda, lindo tipo, tenía una cicatriz acá (se señala el rostro) tocábamos en el cine, se apagaban las luces y hacía un gesto solamente y había que empezar a improvisar, alumno de Gaito era, otro famoso músico, yo tengo un gran recuerdo de él.                                                                          

                                                                                                           El nombre del cine Renzi es porque su dueño era Armando Renzi, quedó el nombre de él. Cuando yo tenía 14 años iba a tocar ahí de pantalón corto y ya era un viejo, grandote, de mucha guita.

Otro maestro de aquella época era Cinquegrani que falleció a los 70 años, ya no me quedan compañeros de aquella época.

Toqué tambien con don Andrés Chazarreta, tan delgado y con esos bigotes parecía un suncho, nació viejo digo yo, Humbertito me decía, mire le estoy hablando del año 1924, yo tenía 12 años, me llamaban niño prodigio, ya tocaba en público, sabía lo que era un escenario.

“Mirá Humbertito, me han invitado para tocar, decime ¿cómo me tengo que poner, de frente o dando la espalda?”

“Nó don Andrés, usted tiene que mirar la orquesta, de espalda al público” la hija tocaba la guitarra y bien, siempre con el poncho andaba Chazarreta. El es dueño de muchas cosas que trajo del interior, hizo un trabajo muy importante, vivía en la misma cuadra mía de la calle Mitre, a dos cuadras de mi casa. Muy querido era.

Yo era muy chico, tenía apenas 10 años y ya tocaba en público, a esa edad debuté en el teatro 25 de Mayo, mi mamá me hizo traje de marinero: toqué las Czardas de Monti con orquesta. Me acuerdo que hacía mucho frío y usé los guantes, grises eran, yo miraba los guantes nomas. La orquesta la dirigía un viejito italiano, Carlos Mozzini, yo era muy chico y no sabía que cuando aplaudían había que agradecer al público, así que terminé de tocar y me quedé mirando asombrado al auditorio. Viene uno de la orquesta y me dice “Ché guaso, saludá” y me agarró de la nuca y me hacía mover la cabeza agradeciendo. Cuantos recuerdos...

Otros músicos de Santiago? Hermann Kerr, Móttolla, Cinquegrani, Dávila Miranda, era una época floreciente de músicos en Santiago. El violoncellista de la orquesta era de Praga, la escuela de música tenía muchos alumnos, la Banda de Música daba conciertos, el cine tenía orquestas, nosotros tocábamos fantasías, había confiterías con orquesta, y palco. En la retreta la Banda tocaba música de Chopin, de Verdi, de Donnizzetti, de todos esos maestros.

Llegó un periodista porteño en esa época y no podía creer el movimiento musical que se había en Santiago del Estero.  

Por esa época tuve que ir a tocar a Tucumán, era chico, y salió un artículo en La Gaceta de Tucumán: “Santiago ya tiene un violín representativo, se llama Humberto Carfi ¿cuándo tendremos algo así en Tucumán? “ 

Ahora me quieren invitar para hacer un homenaje, les voy a decir “Yo he sido profesor en cinco universidades y Santiago no se ha acordado de mí”.

                                                                                                          Si a mí me contrataran, en cuatro años les elevo el nivel de la universidad, yo digo acá hay muchos coches pero no hay locomotoras.

Otro buen conjunto musical era el de los hermanos Simón, el chico de uno de ellos estuvo estudiando conmigo en Córdoba, músico de talento en el campo clásico, ahora hace música folklórica en Canadá.                                                                                         

                                                                                                      Otro buen músico era Orejita, Hugo Díaz, le decíamos así porque tenía una sola oreja. Una vez el Quinteto Llanos vino a mi casa, eran amigos míos, les digo “acá hay una música folklórica”: quedaron asombrados lo que hacía con la armónica.           

 Lustraba zapatos, gustaba de zapatear y silbaba mientras lustraba. Tomaba mucho, se quemó por dentro, si alguno le decía algo contestaba “quiero morir contento”.

Cuando volví de Europa después de 10 años, me dijeron “acá hay un hombre que toca el arpa”, me interesa les dije. Yo me había casado con una arpista y conocía la temática, me llevaron a verlo, atravesamos el monte, íbamos con una comitiva en medio del monte, era difícil llegar al lugar. Llegamos, golpearon las manos y nos recibió, “Pasen, ¿quien anda?”, me presentaron al cieguito Gallardo.                                                                                         

                                                                                                       Nos atendió con respeto típico del santiagueño “Bienvenido, pasen”, ese respeto indígena propio de la raza, esa mansedumbre que tiene nuestra gente, no es como el porteño atrevido. 

Cuando ví el arpa en un rincón me llamó la atención, era un arpa clásica, con pedales. En 1875 uno de los hermanos Herhart inventó en Europa un arpa con las cuerdas cruzadas, que permitía recursos musicales muy particulares, pero era un lío para tocarla. Eran casi una rareza en el mundo, y encuentro una en el medio del monte santiagueño ¡me quería morir! ¿Cómo ha llegado esto aquí? “Y no sé señor, yo toco algunas cositas, alguna zambita”.                       

No podía creerlo, ni siquiera los arpistas sabían de ese instrumento y este hombre tocaba en ese instrumento tan difícil, no usaba los pedales, todo lo hacía con las cuerdas cruzadas.

Lo conocí también al ciego Aguirre, el arpista de Chazarreta, pero mi papá no me dejaba juntar con esos músicos. Mi papá quería que fuera músico, y yo quería ser abogado, y también boxeador. Me gustaba mucho el fútbol, a los 16 años jugué en primera en Central Córdoba. En aquella época se jugaba realmente al fútbol, se jugaba limpio, ni siquiera apoyarse para cabecear.      

Es cierto, en el folklore no hay grandes violinistas, porque el género no exige gran cosa. Mire, mi hermano le decía “Dígame Don Sixto ¿como hace cuando tiene que cambiar de posición” Vea mijito, le contestaba, “Yo me pongo en la mitad del mango y de ahí no me muevo”. Mire si hubiera estudiado....

Hablando de luthiers, recuerdo que en Roma conocí uno que en ese tiempo ya era famoso, un hombre que tendría como 68 años, de apellido Zanninno, yo tendría 22. Era napolitano, vivo como el solo, había estado en París y vendió un violín falsificado: lo corrieron.                                                                                

Después hizo correr la voz que había un viejo sacerdote franciscano, que vivía en una iglesia lejana, en Nápoles y tenía un violín viejísimo. Andaba un inglés buscando un violín, se enteró del dato y después de largo andar y vencer muchas dificultades, cruzó la comarca, y encontró al monje.                                                   

                                                                                                       Este lo llevó a un lugar apartado, envejecido, casi destrozado, y le muestra finalmente un violín casi roto, lleno de tierra. El tipo se lo compró sin dudar por la plata que le pidieron: lo cagó, era él que se había disfrazado de monje. Lo querían linchar después...

A veces me invitaba a comer, se llamaba Vincenzo, me hablaba en italiano y me decía “Mirá, vos te haces unos cuantos violines, te los llevás a la Argentina y en 10 años los vendés por auténticos” Nó, don Vicente “mirá: estos parten para Roma” y en el sofá tenía 8 violines hermosos listos para enviar, y los vendía allá a una casa de música por auténticos, realmente falsificaba tan bien que los hacía pasar por buenos. 

No me podía convencer, un día se enojó y me dijo “Yo soy capaz de hacerte a vos de madera y ni tu madre te va a reconocer” ¡Cómo imitaba, era un artista falsificando! El sonido salía un poco duro, pero sonaba perfecto.  

Claro que el sonido tiene que ver con quien lo ejecuta, mire, esto me pasó hace muchos años en Buenos Aires, un tipo que después se fue a Norteamérica. Rabbamus se llamaba, lindo hombre, la señora había muerto en un bombardeo en Londres, empezó como luthier y un día me conoce, en ese tiempo ya era un violinista conocido.                                                                                        

                                                                                                        Me escuchó tocar y le gustó mi manera de interpretar, a partir de ahí cada vez que quería vender un violín me llamaba para que yo lo toque. Me decía “te doy el 20 por ciento de cada violín”, claro, no era un gran violín pero si uno lo sabe tocar le va a sacar un buen sonido, parece que es otra cosa. Al violín hay que jinetearlo...

Hablar de música me encanta, cuando estaba en la Sinfónica de Tucumán salíamos de tocar los ensayos a las 11 de la noche, nos íbamos para el café, eran las 5 de la mañana los tipos se quedaban dormidos y yo seguía conversando de música, contando cosas.   

Por ahí me decían “oiga amigo ¿usted no se cansa nunca, se alimenta con dinamita?”, y eso que estoy viejo, pero antes he sido incansable. Vea, después de un partido de fútbol subía a tocar el violín ¿cuántas veces jugaba un partido a la tarde y a la noche tocaba el violín?, ahora no puedo ni caminar.

Muchas veces me llamaban para tocar en la iglesia y me pagaban unos pesitos, claro, había una misa a las 11 y yo jugaba en los infantiles en Central Córdoba, había partido y no me lo iba a perder. Terminaba de jugar y con los botines de fútbol puestos me iba en el coche, de esos tirados por caballos, subía a la iglesia con los botines y tocaba, no tenía tiempo de vestirme.

¿Julio Jerez? Sí, claro, vivía cerca de casa, allá por 1925 o 1928 en la calle Mitre, famoso era. Esos son músicos natos que si hubieran tenido una cultura musical hubieran llegado quien sabe donde, es una pena que se desperdicien ciertos talentos.                               

                                                                                                         Lo mismo que el caso de Sixto, el se ha hecho solito, si hubiera tenido la posibilidad de estudiar música... De todas maneras, esta gente es necesaria en el folklore.

                                                                                                       Esta nena que estoy dirigiendo tiene capacidad para llegar a ser una gran violinista, tiene talento, ella apunta arriba. Eso sí, yo le dije: esto exige dedicación total, hay que resignar muchas cosas y postergar otras, si no nada. Nosotros tenemos talento, acá hay mucho material.

En Santiago todos son músicos, todo el mundo toca, es algo mas natural que en otros lados, no sé por que. Yo les digo, aprovechen ese talento, le he dicho al gobernador “pongan una escuela en serio, va a ver que músicos van a salir”, tienen un oído, un ritmo, creo que eso es telúrico. Allá todavía hay gente que habla en quichua, yo conozco algunas palabras.

Hace muchos años me invitaron al Hotel Alvear en Buenos Aires, fuimos a tocar con Pezzini y otro músico que no recuerdo el nombre, peronista era. Había venido un famoso músico ruso, en esa época las relaciones con la Unión Soviétiva eran así..., entonces el tipo vino con los guardaespaldas, unos gigantes de 2 metros. 

Yo estaba sentado con Pezzini, nos habían invitado al hotel para conversar sobre música, en la mesa todos hablaban en inglés. Uno de estos guardaespaldas se llamaba Zubrysnky, y le hice algunas preguntas en inglés “¿Cuál es el sistema técnico de la escuela violinística en Rusia”, no hubo respuesta. “¿Cómo se estudia?” Tampoco hubo respuesta, así me pasó varias veces. 

Después me dice Pezzini, en esos momentos solista del teatro Colón, “Carfi, me parece que con estos rusos no tenemos nada que hacer acá, únicamente que les hable en quichua”, y dije un par de palabras en quichua.                                                                         

                                                                                                           El ruso se dio vuelta inmediatamente y apuntándome con el dedo me dice “¡Quichua santiagueño!”, me quedé asombrado. ¿Y cómo es que un ruso puede reconocer el quichua santiagueño? La respuesta era que cuando mandaban gente al extranjero, los preparaban para poder reconocer y entender otras lenguas, aún las menos convencionales.                                                                   

Me quedé frío, nunca hubiera imaginado que ellos hubieran podido entenderme, mire que yo había estado tantos años en Europa, conocí y hablé varios idiomas, pero en quichua...              

Fuente: Entrevista realizada el 1º de julio del 2003. José Luis Torres

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Rosario, 26 de junio del 2021

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