Familia e infancia
Fue una de las principales personalidades de la cultura
santiagueña y de la región. Maestro, docente, escritor, poeta, investigador,
periodista, deportista. Un hombre muy comprometido con las raíces de su tierra
natal.
Nació en el paraje Cuyoj, en el departamento Banda, el 24 de julio de 1900. Sus padres fueron don Vicente Juárez y doña Rosario Páez Jerez. Fueron ellos los que advirtieron el desarrollo que tenía el gran pueblo Banda, y eso los llevo a instalarse más cerca de la floreciente ciudad. De esa manera se trasladaron al lugar denominado San Carlos, en el mismo departamento Banda. La familia estaba conformada por siete hermanos, cuatro varones y tres mujeres.
A los nueve años, Cristóforo quedó huérfano de padre. Fue su madre una matrona con fuertes principios cristianos, quien quedó a cargo de sus siete hijos.
Había heredado de su esposo varias hectáreas de campos, y con los frutos de la tierra crió y educó a sus hijos.
El docente
A los dieciséis años se recibió de maestro en la Escuela Normal de La Banda y su primer trabajo como docente fue en Verón, departamento Salavina. De esa manera y allí en relación con la naturaleza y su problemática, esa influencia telúrica de ese hábitat fue lo que trasuntó tiempo después en su obra. Allí captó el conocimiento profundo del monte santiagueño que luego afloró en el poeta y escritor.
Ya casado, junto con su esposa Clara Rosa Caporaletti se trasladó a Suncho Corral y en una escuelita de Azogasta, departamento Sarmiento, a orillas del río Salado, en plena región shalaca santiagueña, continuó su etapa como maestro, para luego trasladarse a la ciudad de La Banda, al barrio La Isla, donde se jubiló como director de su querida Escuela Nacional 409, que él mismo había acunado en su casa, donde vivía con su familia (1955).
Llegó a ocupar el más alto cargo que puede aspirar un docente en Santiago del Estero, fue presidente del Consejo General de Educación y también fue vocal de este estamento oficial.
Obra literaria
Su primer libro “Reflejos del salitral” data del año 1939, con dos ediciones más en 1951 y 1973. Se destacan allí, entre otros poemas, las vidalas restauradas y la poesía dialectal, subtitulada “Brazos de carbón”. En esa obra literaria, con prólogo del escritor, poeta, investigador y abogado santiagueño Bernardo Canal Feijóo, don Cristóforo rescata el valor de la soledad y el dolor por el misterio del monte: ”Me he bañado en la luz de sus lunas nevadas y he pasado corriendo, como sombra ligera de una nube lejana, sin dejarle mis rastros, sin dejarle mis lágrimas, tan salobres y amargas, que se estancan en mi alma como un gran salitral”.
Fue esta obra literaria la que le permitió a nuestro apasionado, respetuoso, sencillo poeta ingresar en ese prestigioso y recordado cenáculo de la historia literaria y política santiagueña: La Brasa.
Esta institución muy cerrada lo admitió en los últimos años de su existencia. Pablo Rojas Paz dijo de nuestro protagonista: “Los que entendemos su lenguaje telúrico llegamos hasta la esencia de su poesía de pueblo castigado, de alma sedienta, de sol rajante, de ceniza caliente, de árbol con las raíces del aire…”.
En 1956 estrena con mucho éxito en el Teatro 25 de Mayo, su obra teatral “La Rubia Moreno”, un drama en tres actos y que fue repuesta muchos años después en 1984.
Don Cristóforo le dedicó como un auténtico eje de su obra un poema a “la Rubia Moreno” y además realizó una investigación histórica de la vida de esta mujer bandeña, Santos Moreno, y su actuación en las luchas por la Independencia provincial y nacional (publicada con estilo periodístico por el diario EL LIBERAL el 18/11/1979) .
Después de algunos años, manifestó su obra con la edición de otra publicación literaria: “Cantares” (1972), allí incluyó chacareras, zambas, gatos, vidalas y coplas, muchas de ellas de carácter histórico y descriptivo (“Romance del Chasqui Venancio Caro” o “Pampa de los Guanacos”. Esta obra sirvió a muchos músicos y cantores para rescatar viejas letras del folclore poético. Allí nuestro poeta dice: “El hombre santiagueño está identificado con el paisaje que lo rodea por la copla, expresión simple y llana; madura de elocuencia y de honda raigambre sentimental”.
En el año 1974 apareció “Llajtay” (pago mío), que es un estudio de carácter histórico-literario en prosa y en verso sobre los orígenes de La Banda, sus personajes, tradiciones, sus árboles, anécdotas de niño, el tren real que unía Buenos Aires con el norte. Ahí demuestra su valoración hacia lo que él consideraba su pueblo. “Absalón el cautivo”, “Carnavales bandeños”, “Los quebrachos colorados”, o sus relatos sobre Antajé, El Polear y Cúyoj, nos conceden a todos los santiagueños el conocimiento profundo de un indiscutible hombre de las letras santiagueñas que marcó el rumbo de esa expresión.
En 1979 nos entrega “La vara prodigiosa”, allí se muestra como un consumado autor de sonetos con entonación filosófica.
Y su obra póstuma “Coplas maduras”, editada por sus hijas y su familia en el año 2011, es una recopilación de varios textos que él no llegó a editar. Allí abundan sus poesías, varias inéditas, letras con métrica de chacareras, zambas, vidalas, todas con esa sangre santiagueña que brotó desde su corazón y que su familia rescató para que su obra perviva en la literatura y el cancionero popular folclórico.
Debemos acotar también que colaboró con destacadas revistas literarias en nuestra provincia como “Picada”, “Vertical” y también en los prestigiosos “Cuadernos de Cultura” en los años setenta.
Su obra musical
Son innumerables los músicos y compositores santiagueños que fundamentaron con melodías sus textos literarios. Sus palabras fueron rescatadas y hoy conforman ese legado vernáculo donde aflora constantemente la esencia tradicional en simbiosis con el ser santiagueño y nacional.
Su primera obra registrada en Sadaic data del año 1964, un 24 de abril y es tal vez la canción que debe tener más versiones. Me estoy refiriendo a la chacarera “A la sombra de mi mama”, con melodía de don Carlos Carabajal.
La familia Carabajal, tanto don Carlos como Agustín, Cuti y Peteco, fueron cautivados por la obra de don Cristóforo Juárez. Pero no fueron los únicos, debemos agregar a esa gran lista nombres prestigiosos del cancionero popular santiagueño de raíz folclórica como: Los Hermanos Simón, Alberto Pérez, Leocadio Torres, Los Hermanos Luis y Antonio Ríos, Orlando Gerez, Juan Díaz, Álvaro Capello, Eduardo Marcos, Hilario Pueyo, Manuel Augusto Jugo, Fortunato Juárez, entre otros, que en dúo autoral con don Cristóforo nos ofrecen manifestaciones musicales de honda influencia musical y poética que se transformaron con el tiempo en cabales enseñanzas para las nuevas generaciones de músicos, cantores, poetas y compositores santiagueños y argentinos que cargan en sus destinos la herencia, convicción y propagación de un mensaje musical que representa la cultura popular de un pueblo.
Cristóforo Juárez pertenece a la especie de esos artistas de una meritoria labor como cronista de la historia, tradiciones y costumbres de su tierra natal, cimentando desde su lugar de escritor, autor, poeta, investigador y periodista, esa búsqueda de representar y dejar constancia de los hechos que marcaron el rumbo y la tradición cultural de esta provincia cuatro veces centenaria.
Por Miguel Coria para EL LIBERAL.
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