#SantiagoDelEstero #Argentina #Folklore
JUNTO a la ciudad han ido muriendo.
Cuando esta sacó pecho sobre
el asfalto, y los caserones vas- tos, de cuatro horizontes abiertos ya no
justificaron su antaña presencia, con la última instancia de la piqueta,
aquellos patios circunferenciales -oh girasoles familiares- fueron recogiendo
cual si fueran un maravilloso pañuelo de sol las cuatro puntas de su dulce intimidad.
Han ido replegándose en el
recuerdo
Paralelamente la ciudad ha erguido
la moderna fisonomía y en la necesidad impostergable de nuevas exigencias, ha
terminado con el litigio de presente y pasado, de centro a periferia.
Así, junto a la ciudad han
ido oprimiéndose, marchitándose. Así, ya no se presiente la pausa del tiempo,
la luz, luz; las luciérnagas; la luna, florecida luna.
Ya no se distribuye la vida familiar
junto al aljibe de roldana quejumbrosa, o al rosal aquel que un día cualquiera
vis ti la primavera de púrpura y sol.
Ya no se espera la desnudez
del otoño en las manos doradas que voltea la viña mustia. Ni llegan los fríos
por la redonda llamarada del naranjo compañero.
Ni se mira ir la tarde en la
ronda infantil desplegada cotidianamente. (Si miráis por los ojos de alguna
cancela veréis las figuras recortadas y la voz aún fotografiada):
Buenos días su señoría:
Mantantero liro lá... (Asoma
el viejo corredor su rostro surcado de vigas,, y es cribe el recuerdo en la
péñola de su silencio)...
Así, junto a la ciudad
nueva, el íntimo perímetro de los patios va diluyéndose en despedida. Pero el
desplazar fue lento. Tal vez quedaba como una intención secreta prendiéndose al
encanto de las huertas interiores, o deteniéndose en los dinteles de los
caserones predestinados.
Tal vez, al derrumbe del primer
caserón de leyenda en más de un solar se guardaban historias y reliquias del
recuerdo, saraos, clavecín, espliegos... fué como un cataclismo que signó en el
ánimo y en la realidad, las formas perentorias.
Más entonces, en el corazón alineado
de la nomenclatura urbana surgieron los parapetos duros, en otro diálogo de pertas
y zaguanes. Y el viejo patio terminó retaceado en cuatro macetas.
Los patios viejos ya no
tuvieron bando.
Su ancha pulcritud, su conyocar
al paisaje fue esfumando su destino. El encanto pequeño de las tertulias, el
mantón vívido de rosas té o claveles que cada uno extendiera con grandor de
alma, acabó en el museo de las postales de familia. Apenas si Buenos días su
señoría hoy, en algunos adobones sobrevivientes, su presencia nos detiene un
instante. ¿Cuántos quedan, con gesto amical y melancólico? (Yo he mirado por
algunos de ellos y he evocado la vida lenta consumida en el reloj de arena de
las angustias, de las alegrías y de las voces ausentes).
Con los patios viejos he
traído mi ciudad y la postal de su infancia
Miro en su paisaje, y estoy
en su olor de tiempo y mentas, en su remanso de añoranzas y pasado.
He visto los niños en la
cuerda de plazas y parques. Y digo: los patios ya no tienen bando.
Han ido recogiendo, cual si
fueran un pañuelo de sol, las cuatro puntas de su dulce inti-
Clementina Rosa Quenel
Santiago, Mayo 1948.
Fuente: Numero Del Cincuentenario 1898, diario
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