Por Roberto Vozza
El escritor y periodista santiagueño Julio Carreras, elaboró una nota recordando personajes y anécdotas de la vida santiagueña en la década del 60’, y se ocupa precisamente de aquel tiempo en las “supuestas” apariciones del llamado “Petiso Fantasma” que puso en vilo a la ciudad. Y dice…
Una noticia conmovió a toda la sociedad santiagueña: ¡por
las noches, andaba apareciendo, sistemáticamente, un ser sobrenatural!
Repentinamente, se acercaba a los pequeños grupos de colegialas, que regresaban
de sus escuelas. Contaba la gente que con erudición, elegancia y respeto, se
dirigía a las chicas, tras el sólo propósito de disfrutar con su compañía.
A modo de advertencia, sin embargo, comenzó a aparecerse
también ante algunas autoridades. Curas párrocos, conductores de
"mateos", comisarios... se lo encontraban de repente, mirándolos de
un modo sombrío, antes de esfumarse en la oscuridad.
De distintas fuentes de información, todas confiables, llegaban
nuevas noticias: ¡el Petiso había sido visto en Tala Pozo! ¡El Petiso, anoche,
se les apareció a las chicas de la Escuela del Centenario! ¡El Petiso en el
Profesorado de la Normal! ¡El petiso en la Sarmiento!...
A las chicas que iban a la escuela de mi tío Mariano se les
apareció cierta noche y al día siguiente nuestra familia sólo hablaba de eso.
Si bien de Enseñanza Primaria, al ser Nocturna, iban allí muchachas que por una
u otra causa no habían podido hacer sus estudios en edad normal, durante la infancia.
Presentaban entonces edades que iban entre los 13 y hasta veinte años, con un
promedio de dieciséis. ¡Este era precisamente el target del Petiso!
Mi tío Mariano tenía una alumna a quien alojaba en su casa.
Bella muchacha blanca, de cabellos oscuros cayendo en graciosa melenita
alrededor de su cara ovalada, a la mañana siguiente nos contó asustada lo
ocurrido.
"Salíamos con tres chicas compañeras de la escuela,
como a las nueve y media", se estremecía, ante la asombrada rueda que
componíamos mi abuela Corina, tía Teodora, mi hermanito Gustavo de seis años,
yo de ocho, mi pequeña prima Carmen Graciela y detrás nuestras dos
"muchachas", paradas.
"Queríamos comprar caramelos en el almacén, y cuando
íbamos cruzando la placita, de repente... un hombre apareció en medio de
nosotros"...
Ninguna de las cuatro lo había escuchado llegar (pese a que
por entonces y especialmente de noche, nuestra ciudad era muy silenciosa,
escasos motores turbaban su calma y apenas los cascos de uno que otro
"mateo" resonaba alejándose por momentos).
"Se metió en el medio de nosotros", se estremecía
Catalina, la joven protegida de mis tíos, la cual rondaría entonces los
dieciocho años. "¡A mí y Dorita, nos ha tomado del brazo!"
Las chicas se asustaron tanto que perdieron el habla.
Después de saludarlas, el Petiso siguió con ellas, diciéndoles galanterías,
hasta el final de la plaza. Mas desapareció, apenas las jóvenes hubieron pisado
la vereda del almacén.
Entonces gobernaba Santiago del Estero don Eduardo Miguel.
Hombre campechano, elegante y alto, de cuidado bigote cano, gustaba trasladarse
hasta la sede gubernamental -frente a la plaza San Martín- en
"mateo". Declinaba de vez en cuando el auto oficial, para que la
gente lo pudiera ver y saludarlos. En esos finales de los 50 no se reunían
multitudes tensas al mezclarse las celebridades con el público: se las
contemplaba con naturalidad. Don Eduardo Miguel solía atravesar por la mano
derecha de la acequia Belgrano, saludando con la mano cada tanto a los
transeúntes, en un "coche de plaza", las más o menos veinte cuadras
que separaban su residencia del edificio gubernamental.
"Don Eduardo", le gritaba repentinamente algún
ciudadano, al verlo venir: "¿cuándo lo van a agarrar al Petiso?"
"¡Para qué quieres que lo agarremos, m´hijo! ¡Si las
trata a las chicas mejor que sus maridos!", bromeaba el gobernador.
La fama del petiso tuvo anécdotas graciosas o casi
tragicómicas.
Se cuenta que cuando los Hermanos Simón lanzaron
públicamente por la desaparecida LV11 Radio del Norte la chacarera dedicada a
él, no faltó un ocurrente gracioso que llegó hasta la “botinería” de los
itálicos hermanos Scapelatto, en 24 de septiembre y 9 de Julio, en diagonal con
la sucursal del Banco Nación. Era un salón donde se lustraban los zapatos.
Los Scapelato tenían muy baja estatura y el gracioso les
comentó con disimulada sorna que los Simón estaban interpretando la chacarera
“El petiso fantasma” que fue compuesta en alusión a ellos.
Ahí nomás los tanos llegaron furiosos a la radio e increparon duramente a los componentes del conjunto que no pudieron hacerles entender que ese chacarera fue creada sin alusiones a ellos.
Fuente: Patio Santiagueño

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