Con los ojos vivaces e inquietos, erguidos e impecables para siempre, mostraba su elegancia y su pulcritud al grado de la exageración.
Sabía que su nombradía había superado los límites
provincianos y una prueba de ello, fueron las muestras de afectos y
reconocimientos que recibía constantemente de parte de su pueblo.
Ganador permanente de cuanto concurso de poesía existiera,
citado siempre, como el referente principal de la poesía santiagueña por
estudiosos de las letras, reconocían en él a un buceador de las profundidades
del lenguaje, debido a la singular adjetivación con que elaborara su obra.
Vivió la amistad, como un estado permanente de cordialidad,
en su andar de bohemio y caminante sin reparos. Quizás hoy pueda arriesgar, que
nunca antes había conocido, a un ser dotado de un lirismo tan puro que llegaba
a desbordar en cada uno de sus actos, que hasta parecía mágico que de sus
gestos y palabras no brotasen otra cosa encendidas rimas nombrando a su pueblo
y su paisaje.
Simple, sencillo pero con una profundidad sin par, elaboraba
constantemente su prolifera producción, proyectada a un universo de figuras
reales y seguramente observadas hasta el detalle.
¡Siento que
soy mi tierra,
sal,
arcilla, arena, mapa,
sol,
paisaje, nervio, vida.
vuelo,
leyenda y vidala;
Que hundo en
sus senos raíces
y en sus cielos hecho ramas
y en el quehacer de mis versos
siento que en mí vive su alma...!
Una natural franqueza -no vacía de una hondura sin igual- se había asociado a su poesía en tal magnitud que para él no existieron secretos para lograr una obra tan desconocida, como dispersa, por el imperio mismo de su generosidad sin par que lo llevo a escribir en cualquier parte, sin destino, ni tiempo, que pusieran limites a su inagotable erudición.
En 1953, el gobierno de España lo condecoró con la Cruz de
Caballero de la Orden de Isabel Católica, en mérito a su trabajo constante de
acercamiento y difusión de las culturas Hispano-Argentina, de ahí en más, fue
solicitado por notables instituciones que pretendieron en vano desarraigarlo de
su tierra a la que tanto amó y con quien se identificó definitivamente.
Su orgullo de santiagueño está marcado a fuego en su
vocación, sus razonamientos y sus expresiones vivénciales y es por ello, sin
lugar a dudas, su posterior condición de investigador del folklore.
Que mejor testimonio de su obra: “Tiempo de zamba y malambo”
para evocar de una forma magistral todas las danzas conocidas en el país, desde
lo tradicional de antaño, pasando por la Pampa, el Litoral, el Centro, Cuyo, el
Noroeste y finalmente el Antiplano, quizá una pieza única en su género, para la
consulta permanente de nuestro patrimonio cultural.
No se equivocó el folclorólogo Felix Coluccio cuando dijo:
“ha compartido largas jornadas con este hombre santiagueño, que es como decir,
he estado al lado mismo de la pasión santiagueña. Lo he escuchado hablar de su
tierra, de sus pobladores, del pasado y el presente de su suelo; de su historia
y de su presente y de su futuro; de su dolor, de su tierra campesina y de las
esperanzas tantas veces fallidas... Santiagueño hasta los tuétanos, Dalmiro
Coronel Lugones, cuando escribe o cuando habla, su palabra tiene resonancia de
bombos, violines, y guitarras...
“Y aquí
estoy en mi Santiago
nutriéndome
de su sabia
Hombre y poeta afirmado
honda raíz
en su drama
bajo los
soles ardientes
quemándome las espaldas
bajo el
disco vidalero
de las lunas trasnochadas.”
Vivió con desmedida intensidad su vocación de viajero, conocedor de todas las expresiones del arte nativo, e incursionó en todos los géneros con conocida suerte. Nombrado constante de nuestras leyendas, inquieto investigador de las esencias de nuestro idioma y nuestra historia, proyectó sus conocimientos en audiovisuales y libros cinematográficos. Colaboró siempre con el docente del interior de quienes obtuvo innumerables testimonios de reconocimiento.
Pensaba -al igual que nosotros- que la base, desarrollo
perspectiva del hombre está en la fuente de la educación y en el estudio y
difusión de la cultura de los pueblos.
Lejos quedaron aquellos cuatro años en la facultad de derecho
en la universidad de San Miguel de Tucumán, quizá.
porque la vocación muchas veces, es más fuerte que las
realizaciones. El destino no lo abogado, reservándole el título de “poeta
laureado” para el beneplácito de todos y en especial el regocijo del espíritu
de quienes lo conocimos.
Nunca dejó de nombrar a su hermana Lidia y en especial a su
madre muerta, por quienes sentía una desmedida admiración que pudo reflejar en
su poesía:
“¡Ella fue madre, amiga y
compañera
guía en la lucha, en el ideal bandera
voz de siembra de paz, en las jornadas
mies de fe madurada en las
esperas...
Cuantas veces “no me importa”- me decía -
si no eres otra cosa que poeta
pues no todos en la vida saben
vivir en comunión con las estrellas...!
Tenía todo a lo grande, que misteriosamente armonizaba con
su corazón de niño. Anfitrión permanente -en su casa paterna- de destacadas
personalidades del arte, la música, y la política, recordado patio solariego,
en donde mostraba orgulloso su jardín autóctono que el mismo diseñara. De
arraigadas convicciones nacionalistas, no dejaba de ilustrarnos sobre el coraje
de nuestros patriotas -en especial los caudillos provincianos- en cada
oportunidad en que ele arte nos convoca.
Hoy, al repasar parte de su obra, pienso, que su riqueza
idiomática, conjugada con la armonía y la cadencia de su verso, aun no ha sido
superada.
“Me siento cuerda y madera
delirando en las guitarras,
tiempo de lunas crecidas
soñando insomne en las cajas,
parche legüero de bombos
golpeando en las Salamancas
y desvelado sonido en el perfil de las arpas...
Tenía una obsesión que fue premonitoria; era la primavera.
Tras su viaje a Buenos Aires por razones de trabajo, en cartas que conservo, me expresaba: “…quizá me quede poco tiempo de vida, por ese mal incurable que me persigue. O la muerte en un accidente, como ya me lo han vaticinado. Adiós mi pequeño, amigo, hermano, y compañero... esta mañana luminosa de primavera de 1969. Hoy 20 de septiembre...”
No volví a verlo, salvo una que otra carta fue nuestra
comunicación. Exactamente dos años mas tarde, lloré junto a mi pueblo la muerte
del amigo y el máximo poeta, que hasta el fin de sus días le canto a su tierra
como ninguno.
Había llegado el momento de “las tardes amarillas”,
casualmente era la primavera de 1971.
¡Como he de extrañar entonces
Calor de
tierra y de vida
Como he de
sentir la ausencia
De mis
tardes amarillas
Mientras los
parches legüeros
Se alarguen
de lejanías
Y los
yanarcas me atajen
Presintiendo mi partida...!
Fuente: Patio Santiagueño
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