El Clima en Santiago del Estero

24/9/23

Alfredo Ábalos, genio y figura

Si, como dicen algunos -con una cuota de fantasía-, “en el Cielo hay una peña musical”, podemos asegurar que el 24 de septiembre pasado fue un día de fiesta. Las marquesinas celestiales encendieron sus luces para anunciar la llegada de un cantor de larga fama que se aprestaba a animar el rincón eterno.

Por Juan Carlos Carabajal.


Para comprender mejor los alcances e intenciones de esta nota sugiero, estimado lector, escuchar de fondo las versiones más logradas de este cantor. Propongo, entonces, para comenzar: Mujer y amiga, zamba de Robustiano Aráoz.

El Gordo estuvo en contacto desde muy niño con la música folklórica, a través de una galería variopinta de músicos que recalaban en la casa de su abuelo en San Isidro, provincia de Buenos Aires. En aquellas sesiones, se produjo su deslumbramiento que canalizó a través de un bombo y sus mágicas sonoridades, las que lo acompañarían a lo largo de su ajetreada existencia.

Un día, el bombisto de Alberto Ocampo y sus Changuitos Violineros faltó a una tocada por enfermedad de su mujer y el Gordo ocupó providencialmente su lugar. Su estilo de tocar no era muy del agrado de los puristas del folklore, pues al sonido de base le agregaba rulos y firuletes. Pero de ahí a perder el ritmo… ¡Ni “machao”!

De a poco, el barbado cantor fue ganándose el respeto y la admiración del ambiente, sobre todo los más encantados por el fraseo que imprimía a las canciones, a la manera de Roberto Goyeneche o Hugo Díaz, según aseguraban los entendidos.

Paciente lector, mientras transcurre mi texto, creo que podría usted oír: Mi flor de chacarera, de Julián Díaz y Rodolfo Ovejero.

¿Cómo se llega a ser el mejor cantor de folklore del país? ¡Ojo! Así lo eligió la gente y no un selecto jurado de respetables jueces. Lo dice el cuyano, encantado por las memorables versiones de cuecas y tonadas; el riojano, que lo tenía como festejante de los carnavales más tradicionales y como genial intérprete de la chaya; los santiagueños, que deliran cada vez que escuchan una chacarera salida del alma; y así cada habitante de las diversas regiones de este inmenso (en lo geográfico y en lo musical) país.

Hay una constante del Gordo para destacar: la sabia elección de su repertorio, sin concesiones ni facilismos. Otra: la presencia de músicos de primer nivel en sus grabaciones. Tome nota, lector: el Negro Domínguez, Colacho Brizuela, Néstor Basurto y Hernán Latanzio. A ellos agréguese a don Carlos García, un pianista de marca mayor. Merecen también un espacio los bandoneonistas Dino Saluzzi, Rubén Juárez y Carlos Toledo, del conjunto de los Hermanos Toledo.

El riojano Hugo Casas, su productor, supo entender toda esta excelencia y le produjo ocho discos antológicos para el sello Emi Odeón, un verdadero regalo para los oídos. Un material lleno de joyas invalorables, aún para los más exigentes.

Amigo lector: ¿no tiene usted las canciones que estoy sugiriéndole? Siempre queda el recurso de YouTube… ¿Qué no? La amorosa, zamba de Díaz y Valles.

El Gordo textual

Era de decir las cosas sin pelos en la lengua. Ésto encontré en nuestro archivo sonoro donde hay varios documentos con sus ríspidas opiniones (¡Agarrate, Catalina!):

“Tengo un amigo que me ayudó mucho. Es el peruano Hugo Guerrero Marthineitz, quien siempre decía: hay gente que está condenada a cadena perpetua. Yo me he condenado a libertad perpetua y para ello hay que pagar altos costos”.

“Yo, que me he decidido a tener libertad perpetua, encuentro que se me hace difícil vivir y trabajar, porque se me cierran muchas puertas. Se enojan cuando critico a los incapaces y mediocres. Yo le digo a algún diputado que su libro de cabecera aún sigue siendo “El patito feo”, por ejemplo. A alguno le digo que es un descerebrado o un ladrón directamente, porque ha usado su gremio para robar. Eso les molesta y se enojan conmigo. O sea que yo digo lo que la gente no tiene la valentía de decir. Y lo digo porque me duele mi país, porque es grande la Argentina, con todas las riquezas como para que la gente viva bien, para que tenga trabajo. Esto es un vergel. Por eso hay que hablar, ¿quien va a solucionar los problemas si no lo hacemos nosotros?”

Más sugerencias para el lector: Me basta con eso, chacarera de Kali y Juan Carlos Carabajal.

Una anécdota

Son tantas las anécdotas que prefiero consignar una muy poco conocida. Estábamos en Buenos Aires para grabar el disco benéfico “Los santiagueños sean unidos” (RCA, año 1990) con la participación del Gordo, don Sixto Palavecino, los Manseros, Los Carabajal, entre otros cabezas de serie. Antes de entrar a la sala de grabación Aníbal Toledo, encargado de la producción y coordinación, nos llevó a una sala de ensayo para dar el toque final a los arreglos. La sala en cuestión estaba por avenida Caseros, en Parque de los Patricios, cerca de la cancha de Huracán. Como podrán imaginarse, y al estar en el corazón del barrio quemero, las apelaciones eran puramente referidas al Globito.

Se hizo una pausa para el almuerzo y entramos a una pizzería que se llamaba precisamente “El Globito” y estaba adornada con fotos, banderines y toda la parafernalia partidaria. Viene el mozo a tomar los pedidos de la hambrienta jauría y Alfredo le pregunta:

-“¿No tienen algo de San Lorenzo?”

El Gordo y su hogar

A diferencia de la mayoría de los santiagueños que, desde tiempos inmemoriales, y convencidos de “que Dios está en todas partes pero atiende en Buenos Aires”, han buscado los brillos de la gran ciudad para canalizar sus ansias de progreso, el Gordo tomó el camino inverso recalando en tierra santiagueña.

Aquí formó su hogar, que con el tiempo se transformó en un sólido baluarte. Allí reunía y convocaba gente de todo pelaje pero con las debidas restricciones que imponía con un criterio irreductible.

Una vez visitamos esa fortaleza con un amigo del alma, el japonés Michío Sega, quien tenía un especial interés en conocerlo. Nos recibió con su habitual cordialidad, apoltronado en su sillón de patriarca. Habló de su casa, de sus amigos, de su familia y de su amor por Santiago.

“…y mi casa y Santiago, no hay lugar más lindo para vivir. Yo vivo en el barrio 8 de Abril y a un amigo le da vergüenza decir que vive aquí porque el lugar es de hacha y tiza. Cuando le preguntan dónde vive, responde: “vivo en el barrio 8 barra 4”.

No fue la única vez que Michío compartió una charla con su admirado personaje. En la cena de despedida lo acogió y mimó como a un hijo, agradeciendo a través de él a todo Japón por abrazar con amor la música argentina.

 Estrictamente personal

Nos queríamos mucho con el Gordo. No nos encontrábamos tan a menudo como hubiera deseado en lo personal. Igual, tuvimos una amistad que va a trascender a los tiempos. Estoy muy agradecido por su gesto de grabar seis de mis canciones, en versiones cuya musicalidad encuentro insuperables. Fue (y es) una distinción muy importante para mi carrera de autor y compositor. Nos honró – a mí y a mi familia- con su amistad cuando aún vivíamos en Quimilí, en la década del 70´.

Como para ir terminando mi deshilachada prosa dedicada a un gran personaje, hago referencia a un par de frases que lo identifican como singular intérprete. Ellas son: “¡Vamos muchachos!”, con la que arengaba a sus músicos y “Sí, señor”, como cierre de sus inspiradas interpretaciones en discos y escenarios.

Para ir cerrando con sus canciones, escuchemos este tema: Déjame estar, zamba de Oscar Valles. Alguna se me quedó en el tintero, le doy permiso, amigo lector, para que complete la lista.

Volvamos a la idea del principio, la de la “Peña del Cielo”. Luego que San Pedro le franqueó las Puertas Doradas, el recién llegado buscó con los ojos a sus queridos amigos del alma que lo precedieron en el reino de los cielos. Lo estaban esperando los dos Felipes, Corpos y Rojas, Pablo Raúl Trullenque, don Sixto, Fortunato Juárez, Oscar Valles y Chito Zeballos, entre otros de los amigos, hermanos más bien diría, que aguardaban su querida presencia.

“Hasta la vista, hijo querido.”

Santiago del Estero, primavera de 2018.

Fuente: subidadelinea.com

No hay comentarios: