El Clima en Santiago del Estero

29/1/21

“Como dijo un santiagueño hacerse la repartija”

 Por Jorge W. Abalos


En las provincias cercanas tenemos fama de malos vecinos, de incursionistas depredadores, y de ladrones; y hacen remontar nuestras rapiñas a la época de la organización nacional.

Numerosos cuentos recuerdan nuestras pretendidas habilidades y el cancionero popular nos “honra” con mal recuerdo.

Llegan a decir que en Santiago del Estero el diablo perdió el poncho, pero que no es que lo perdió, sino que se lo robaron.

“Santiagueño y basta” y quedamos fichados con el sinónimo que ya equivale a ladrón. Esto nos obliga a una permanente actitud de defensa cuando tenemos la poca suerte de morar en “territorio hostil”; y cuando se nos interroga sobre nuestro origen, tenemos que confesar como avergonzados “Santiagueño… y disculpe ¿no?”

Vamos pues a debatir el tema: ¿somos o no ladrones los santiagueños?. Nos referiremos en primer término a una de las más graves acusaciones.

Cuentan en Catamarca, que en las fiestas de la Virgen del valle, cada uno de los peregrinos se acercaba a la bondadosa imagen para agradecerle algún favor concedido o pedirle una gracia; y dicen que cuando le tocó el turno al santiagueño, este se aproximó, susurrándole: virgencita… yo no te pido que me des nada… solo te pido que me pongas cerca de donde hayga”

Se pretende así acusar al santiagueño de ser amigo de lo ajeno, confundiendo a la opinión pública con que solo es discreción en la demanda. Imagínense la cantidad de pedidos con que es abrumada la Virgen en esas fiestas (piense que van hasta cordobeses); el santiagueño no quiso ser pedigüeño más, solo pidió la mitad de la gracia, él se las arreglaba luego. Si hasta en una manito que le da a la virgen para que esta pueda “baratito” quedar bien con él. Podría resumirse la actitud de nuestro comprovinciano en la inversión del proverbio: “ayúdame y te ayudare”.

Además, hemos de confesar que esto nos viene de nuestra raíz, Clemente Cimorra, en sus “capitanes de Rojas, descubrimiento y entrada al norte argentino”, pone en boca de unos oficiales la expedición “llévenme –dice- a donde haya riquezas, que por mal que se concuerde el reparto, algo me ha de tocar a mí. Siempre he pedido a Dios y nuestra Señora que me ponga olla llena al alcance de mi mano que lo demás corre por mi cuenta”.

Salgamos de Catamarca al sud y llegaremos a la Rioja, allí también tienen que decir. Cuentan que las tropas del General Taboada, al regresar a Santiago arrearon con todo lo que pudieron, alzándose hasta con mujeres y niños. Relatan que un año después de la llegada del ejercito a la capital santiagueña, se vio una polvareda que avanzaba por un camino de acceso a la ciudad; y ante la sorpresa general y el regocijo de parientes y amigos, se vio llegar, agotado y sudoroso, a un soldado rezagado al que se daba por muerto, que se había demorado en el camino porque venía empujando un portero riojano, único producto de su rapiña.

Tenemos que aclarar que el cuento no tiene gracia. Con respecto a la batalla  del Pozo de Vargas, preferimos no hablar para no herir susceptibilidades riojanas. Las cosas que los santiagueños pudieran traer desde allí no debieron ser muchas y seguramente las recogerían como recuerdo de la campaña. Si en verdad se trajeron los niños, ya se arrepentirán luego de criar riojanos; y con respecto a las mujeres, es lo más posible que ellas siguieran a los vencedores.

Debe ser esto último y aquella batallita lo que no nos perdonan la “rioja”, que nos apodan los “planta i lana”, diciendo que los santiagueños al llegar a La rioja vieron por vez primera plantaciones de algodón y suponían que era lana. A esto diremos que no alcanza a los conocimientos riojanos la razón filológica que asistía a nuestros cultos guerreros, que no satisfechos con el nombre árabe alcoton, prefirieron la lógica del germano Baumwolle, cuya traducción literal es lana de árbol. (Estamos abrumadoramente ilustrados).

Se comenta también en La Rioja las especiales instrucciones que daba Quiroga a sus oficiales sobre el cuidado que debían tener con los escuadrones santiagueños de su propio ejército, sé que no los pusieran cerca de “donde hubiera algo”. Pero nosotros justificamos a los santiagueños sobre todo si fueron enviados como contribución de Ibarra con uno de esos mensajes: “le envío 100 voluntarios…devuélvame las maneas”.

En Tucumán pretenden denigrarnos con la copla de un “palito”

Por los cerros tucumanos

Llevan preso a un santiagueño,

Porque se encontró un bosal

antes que lo perdiera el dueño.

Con otra:

Toman preso a un santiagueño

en el paso de “Las Juntas”,

porque había encontrao un lazo

con un caballo en la punta.

 

Y con otra aun:

Una niña, bailando

Perdió el pañuelo

Y lo encontró en la caja

De un santiagueño.

Nos acusan también de haber hecho peligrar la victoria de Tucumán, diciendo que las tropas santiagueñas del ejército de Belgrano se entregaron al saqueo de los convoyes españoles antes de terminar la lucha y de luego haber “voliao el anca”. Solo diremos que seguramente los tucumanos estaban envidiosos de haber sido aventajados por nuestros soldados, que si llegaron primero a los bagajes no debe haber sido por marchar a la retaguardia del ejército nacional. Llega el descaro de estos malos vecinos a acusarnos de robarles las eses.

Quieren así justificar la lengua chupina que hablan (“Y como querí que hable, no vei que etoy enfermo?”)

Junto al doctor Barraza –gobernador de nuestra provincia en ese entonces-, participaba de un paseo fluvial en las inmediaciones de la capital federal aquel grande hombre tucumano que fue Don Lucas Córdoba. Nuestro comprovinciano fue afectado por el movimiento del bote y, despojado de su dignidad por un estomago poco marino, comenzó a arrojar violentamente por la boca, lo que por la misma vía, aunque menos apresuradamente, ingiriera poco rato antes. El gobernador tucumano, sin condolerse por el lamentable trance por el que pasaba su colega, comento a sus acompañantes:

-Es el primer santiagueño al que veo devolver algo.

Nuestro contrataque a las agresiones tucumanas nos lleva a modificar los versos de una copla muy conocida:

Soy santiagueño señores

Y no niego mi nación;

Prefiero ser santiagueño

Y no tucumano ladrón.

No continuaremos enumerando las fabulas que a costa de nuestra honradez se relata; el lector las conoce seguramente tanto como nosotros

Consideremos pues esta serie de acusaciones de que somos víctimas. Observaremos que se nos atribuye sustracciones de pequeña monta: un bozal, un pañuelo, un mortero, un caballo. En la misma copla del “Martin Fierro” (que seguramente Hernández incluyo guiándose por información mal intencionada), se habla de “hacerse la repartija”; no se trata pues de dividir el producto de un robo propiamente dicho, sino más bien de una ratería.

Obsérvese que en ningún caso nos acusan de robos de importancia, ni de fracturas, ni de violencias, ni de atracos; la más grave acusación se hace  ese abigeo inculpando de apartar ganado por estar llevándose un caballo, y que si bien vemos, no podemos afirmar que el pobre hombre no se hubiera compadecido de la bestia y la llevara a beber.

No somos, pues, ladrones, solo somos rateros, distraemos efectos de poca monta con sutileza, escamoteamos más por el fastidio que la pérdida del objeto provocara al damnificado que por el beneficio que esperamos obtener del hurto. Hacemos filigranas de saineo. Bueno, digámoslo ya, somos deportistas, solo eso. Ejecutamos las sustracciones por espíritu juguetón y bromista. De la misma manera que hacemos esgrima de palabras en nuestras charlas traviesas, de esa misma manera que estamos tiroteando y embretando a nuestro oponente en la conversación movida.

Y al que pretenda dudar de esta afirmación de nuestra calidad de deportistas, lo remitimos al cuento del santiagueño que se trajo el mortero desde La Rioja; ese no es un ladrón, es un deportista. Y hande saber que desde entonces ostentamos el record mundial en esa especialidad.

Hemos de tener oportunidad de relatarles los lances de un santiagueño que participo en una marcha hípica de Rosario a Buenos Aires con el solo objeto de “distraerle” una fusta a un jinete porteño. Pero lo haremos en otro número de El Liberal, pues este, de su cincuentenario, se dispersara demasiado por “el extranjero” y el relato a que me refiero es para contarlo en familia.

Extraído de “El Liberal, Numero del Cincuentenario 1898 - 1948”

 

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