Por Héctor Alfredo Andreani
Pues la realidad es
extraordinariamente superior a cualquier relato (…) a cualquier divinidad. No
se necesita más que el genio de saber interpretarla.
Antonin Artaud
Tremendo Artaud ¿no? pero el
asunto de la genialidad podríamos dejar a un lado por ahora, y pasar a pensar
eso que él postula como realidad. En realidad, es más chiquito el tema, se
trata de estrategias de una lectura otra en el aula. Sí, el tema era algo que
pasa en el aula, no Artaud. No me refiero a la didáctica de la literatura
(fundamental, pero muy cacareada y poco practicada), sino más bien a la
perspectiva, y no tanto a la pedagogía. Aprender a mirar lo que quiero laburar
en clase con los changos y las chicas respecto de la literatura, antes que buscar
estrategias de lectura en los manuales.
Repito: es fundamental esto
también porque hoy en día la muchachada del secundario tiene muchos problemas
de comprensión textual, ya sabemos. Pero igual me quiero enfocar en otra cosa.
En las posibilidades reales de la crítica literaria para hacer alguito
convincente en el aula. Escribo esta nota porque Santiago del Estero se
caracteriza por tener cientos y cientos de docentes formados en crítica
literaria, pero ninguno la ejerce. Es verdad que vivimos en una zona marginal
de Argentina, con una población considerada sobrante al gran capital, con un
sistema educativo degradado que refleja perfectamente ese estado de
sobrepoblación sobreviviente, y con la consecuente ausencia de mercado
editorial local, que solo se sostiene precariamente con aportes magros del
estado nacional. Amén por el tesón de las ediciones de bolsillo, gracias. Pero
igual, viendo así este páramo social que sobrevive con un 87 % de presupuesto
que llega de nación y de la renta agraria (soja), la crítica literaria se
convierte en un objeto de lujo, o un artefacto más inútil.
No importa, igual voy a proponer
algo. El asunto central es la política de la interpretación. Hay
manifestaciones de la crítica cultural que atentan potencialmente contra la idea
de coherencia textual, concepto impuesto religiosamente a los chicos en las
clases de lengua, en la idea de que todo texto es una suerte de máquina
generadora de significados. Y sólo esa máquina-texto lo permite, porque sus
engranajes (recursos cohesivos) actúan “armónicamente”
para que nosotros entendamos. Por ende, nos formaron con la idea de que los
discursos son “engranajes” visibles
que forman un texto, es decir, una bonita y tranquilizadora idea clasificadora
sobre el envase del lenguaje humano (en el fondo nos sentimos tranquilos
clasificando cosas).
Pero nunca falta alguien que se
propone meter la cuchara al revés. Por ello, pasemos al autor que nos interesa.
En la crítica cultural, un texto puede no ser un texto sino un discurso que
implica categorías más amplias, contextos y materiales coyunturales que pueden
avalar la fragmentariedad como estrategia eficaz de interpretación. Esta idea
puede ejemplificarse con el ya conocido -crítico alemán- Walter Benjamin (en la
década del 30), quien al interpretar la obra de Franz Kafka, utilizaba
materiales diversos procedentes de contextos alejados (como ya sabrán, era
coleccionista de muñecos, figuritas, libros, películas, etc.), pero en los
cuales Benjamin encuentra un principio de certeza para revelar aspectos del
capitalismo.
La leyenda cuenta que Gerhard Sholem
le pidió una opinión a su amigo Benjamin, acerca de una biografía sobre Kafka,
publicada recientemente en su momento. El autor de la biografía era Max Brod
(amigo íntimo y autodeclarado exégeta de Kafka). Siempre perseguido por los
nazis, Benjamin contestó a su amigo Sholem en una carta, que a nuestro juicio,
debe ser estudiada como modelo de crítica en cualquier profesorado en
literatura. Resumo: Benjamin refuta impiadosamente la interpretación de Brod,
quien en su ejercicio de exégesis postulaba que Kafka se acercaba a la santidad
(una actitud pietista), y que escribía de modo “aparente”. A partir de esto, Benjamin da vuelta todo el asunto, y
propone que la literatura de Kafka se mueve entre dos ejes: el peso de la
tradición (su mito), y el vértigo del hombre moderno. Para refutar a Brod,
Benjamin cita un texto excepcionalmente distante, fuera del contexto “literario”, casi forzosamente, pero con
resultados iluminadores: Benjamin utiliza un fragmento de Sir Arthur Eddington
(1882-1944), físico y astrónomo británico, colega y amigo de Einstein. El
científico Eddington (o Benjamin interpretando a Kafka) citado por el crítico
alemán, dice así:
“Estoy en el umbral de la puerta, a punto de entrar en mi cuarto. Lo
cual es una empresa complicada. En primer lugar tengo que luchar contra la
atmósfera que pesa con una fuerza de un kilogramo sobre cada centímetro
cuadrado de mi cuerpo. Además debo procurar aterrizar en una tabla que gira
alrededor del sol con una velocidad de 30 kilómetros por segundo; sólo un
retraso de una fracción de segundo y la tabla se habrá alejado millas. Y
semejante obra de arte ha de ser llevada a cabo mientras estoy colgado, en un
planeta en forma de bola, con la cabeza hacia fuera, hacia el espacio, a la par
que por todos los poros de mi cuerpo sopla un viento etéreo a Dios sabe cuánta
velocidad. Tampoco la tabla tiene una sustancia firme. Pisar sobre ella es como
pisar un enjambre de moscas. ¿No acabaré por caerme? No, porque si me atrevo y
piso, una de las moscas me alcanzará y me dará un empujón hacia arriba; caigo
otra vez y otra vez y me empuja hacia arriba y así sucesivamente. Puedo por
tanto esperar que el resultado total sea mi permanencia siempre aproximadamente
a la misma altura. Pero si por desgracia y a pesar de todo cayese a suelo o
fuese empujado con tanta fuerza que volase hasta el techo, semejante accidente
no sería lesión alguna de las leyes naturales, sino una coincidencia
extraordinariamente improbable de casualidades…Cierto que es más fácil que un
camello pase por el ojo de una aguja que un físico traspase el umbral de una
puerta. Si se tratase de la boca de un granero o de la torre de una iglesia,
tal vez fuera más prudente acomodarse a ser nada más que un hombre corriente,
entrando simplemente por estas puertas, en lugar de esperar a que se hayan
resuelto todas las dificultades que van unidas a una entrada libre de
objeciones”
Qué lindo cuentito de terror ¿no?
No podía dejar de mostrar este maravilloso texto para que se comprenda el
método interpretativo de Benjamin. Cierto es que esta imagen de Eddigton le
sirve a Benjamin para interpretar (o usar, o leer políticamente) la obra de
Kafka. Cualquiera que haya leído a Kafka, habrá notado que este fragmento de
Eddington es perfectamente kafkiano. Algo como una coherencia aparece nítida
(pero como una estrategia más) en el comentario siguiente de Benjamin, quien
prosigue: “No conozco ningún pasaje en
literatura que muestre en tal grado el gesto kafkiano. Se podría sin esfuerzo
acompañar casi cada paso de esta aporía física con frases de la prosa de Kafka,
y no habla poco a favor de ello que nos encontrásemos con las (frases) más
incomprensibles”.
Mi intención es mostrar que la
coherencia textual sí es válida como una estrategia de lectura, no como una
teoría de la lectura que explica lo que el “texto
propiamente” dice. Por ejemplo, pareciera haber cierta similitud
metodológica, pongamos por caso, entre Umberto Eco y el crítico alemán, en esta
frase: “cualquier interpretación dada de
cierto fragmento de un texto, dice Eco, puede aceptarse si se ve confirmada –y
rechazarse si se ve refutada- por otro fragmento de ese mismo texto”. El
problema es que dicha estrategia sufre como consecuencia un reduccionismo del
significado del texto (en la teoría de Eco) y una apertura evidente e
iluminadora (en el caso benjaminiano). ¿Por qué? Eco postula que no puede
interpretarse cualquier cosa sobre un texto (entiéndase “texto” como una guía exclusiva para algunos), y que siempre deben
controlarse “los irrefrenables impulsos
del lector”. Es irrefutablemente verdad que Benjamin realiza una hipótesis
de lectura sobe Kafka, pero dicha coherencia textual no tendría sentido sin la
aporía física de Eddington.
Aunque me caiga bien, Eco no me
sirve. El fragmentarismo de Eddington y Kafka devela sobre el mundo mucho más
por alusión que por afirmación. Ahí está el chiste. Lo interesante del uso
benjaminiano de Kafka es que aparece en evidencia la idea de un discurso
conectado con el campo de fuerzas sociales. No como “sistema coherente”, o “intención
textual”, porque conectar dos puntos tan distantes como Kafka y Eddington
(sumado a Benjamin como tercer vértice de un triángulo dramático) es develar
críticamente una visión de la época, no sólo una intención autoral o textual.
Además, Benjamin usó el discurso kafkiano desde su propio trasfondo cultural y
lingüístico. Queremos decir: es posible que el fragmento de Eddington sea nada
más que la confirmación de los temores de Benjamin mismo, como lector
perseguido de la preguerra, como hombre moderno, como judío marxista amenazado.
Y encima, refutando la posibilidad de acceder, y menos respetar, el ilusorio
trasfondo del “texto mismo”.
Hace muchos años (hoy ella y sus
deslices ya no me interesan) Beatriz Sarlo observaba que Benjamin “construye un conocimiento a partir de citas
excepcionales y no sólo de series de acontecimientos parecidos”. Esta
filosofía de lo fragmentario como crítica cultural pone en riesgo la idea de
una coherencia, de una coherencia textual interna. Más gracioso, todavía,
cuando se pretende una coherencia “literaria”.
El acierto en Benjamin, entonces, fue no sólo interpretar a Kafka, sino una mentalidad
cultural de la época. He aquí la evidencia de una buena patada a cualquier
profesor-policía en lengua, que piense al texto como una máquina autónoma,
encerrada en sí misma. Sí, de esos que pululan en el perro peludo que es el
degradado sistema educativo.
Imagínense, con un mínimo
esfuerzo, si trasladáramos el método benjaminiano al ámbito educativo: ya no
más analizar 10 sustantivos en un cuento, ya no más analizar sujetos y
predicados en un relato de terror (matándolo al cuento, claro). Sencillamente,
no más textos encerrados en la impotencia de sus propios análisis dirigidos
desde y hacia adentro de ellos mismos. Sencillamente, textos conectados con la
historia, la sociedad y las ideologías, a través de indicios detectivescos,
huellas invisibles e intenciones ocultas, con opiniones del abajo y no sólo del
arriba (acuérdense de que Benjamin no estaba muy acomodado socialmente, o sea
que su escritura seguía siendo más del abajo que del arriba, ese arriba que
representaba el Olimpo infranqueable de Adorno y Horkheimer).
Relacionar un relato policial con
las anécdotas cotidianas de los alumnos, de ahí conectar con algo que vieron en
la tele, ir escribiendo, discutiendo esas consideraciones en grupo, entre
otras. Cualquier cosa puede suceder, cualquier discurso puede ingresar para
dialogar con el texto base. Las matemáticas, la historia o el accidente de la
vieja de la vuelta de la esquina. Sencillamente, Benjamin propone una lectura
de la sospecha que dispara la curiosidad hacia otras lecturas absolutamente
impensadas.
Qué difícil que es, qué
desafiante que se presenta el asunto, qué bárbaro sería que los changos y las
chicas –en la clase de “lengua”- se prendieran en esta didáctica de la crítica
benjaminiana, pero adaptado al también degradado ambiente anti-intelectual de
la educación local.
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