La pasada semana, el diario El Comercio del Perú, publicó
una nota informativa bajo el título: “El
quechua muere de vergüenza en el Perú”, en la que, citando a la Agencia
EFE, indica que las y los quechuas del
país estaríamos abandonando nuestra lengua por vergüenza. Además, dicho
matutino señala que la lengua quechua, históricamente promovida por la Iglesia
Católica para la evangelización, comenzó a ser prohibida en el Perú a raíz de
la rebelión de Túpac Amaru (siglo XVIII).
La colonialidad interna en los estados latinoamericanos se
sustenta en la colonialidad cultural que las élites culturales oficiales
imponen sobre el resto de las culturas subalternas. La cultura oficial, para
justificar su violencia institucionalizada, y garantizar la permanencia de su “superioridad”, afianza el sentimiento de
culpabilidad en sus víctimas, fustigando todo acto de rebeldía por parte de los
subalternos. Por eso, el Perú criollo dice: “la lengua quechua se pierde porque los campesinos se avergüenzan de
hablarlo, y a raíz de la rebelión de Túpac Amaru.” Es decir, ¡por culpa de
la rebelión indígena y la vergüenza de los quechuas se pierde el patrimonio
cultural peruano!
Las élites oficiales generalmente utilizan terminologías
despectivas, no pocas veces prejuiciosas, para referirse y deslegitimar a las
culturas no oficiales. Por eso, para aludir a los idiomas nativos utilizan el
término de lengua y/o dialecto, pero lo que ellos hablan y enseñan lo
categorizan como idioma. Nos llaman campesinos a los indígenas con la finalidad
de anular discursivamente nuestra condición de sujetos de derechos especiales a
nivel internacional. Saben que a los campesinos no les asisten mayores
derechos.
El lingüista lituano Max Weinreich (siglo XX), definió que
la lengua “es un dialecto con un ejército
y un navío detrás”. Del mismo modo, en la actualidad, el idioma es una
lengua con un ejército y una marina detrás. Es decir, la progresiva
jerarquización conceptual de dialecto, lengua, idioma, que supuestamente
correspondía a los diferentes niveles de “desarrollo”
civilizatario de los pueblos no tiene ningún sustento científico. Fue y es sólo
producto de las circunstancias político militares del momento. Según la
lingüística, la semiótica o la antropología, todos los pueblos hablamos
idiomas, y ninguno es superior o inferior a otro.
Fueron los “vencedores”
quienes, sobre los escombros de los pueblos, establecieron que su medio de
comunicación se denomine idioma, y el medio de los “derrotados”, lengua o dialecto. Aquellos se imponen como la
cultura, modelo oficial, a seguir. Los “derrotados”,
idealizan, sueñan con ser parte de los “vencedores”.
Por eso, el “vencedor” (ni quienes
quieren sentirse parte de ellos) no aprende, ni promueve la “lengua” de los “derrotados”. Pero, regularmente los aymaras hablan quechua y
castellano, los quechuas hablamos castellano y otros idiomas. Pero,
generalmente los mestizos y/o criollos no hablan idiomas nativos, pero sí se
esfuerzan por el inglés, francés, alemán, etc., idiomas de supuestas
civilizaciones “desarrolladas”.
Si deseamos realizar una sociometría de la estratificación
sociopolítica de la realidad de un país colonizado, o de su condición de
colonialidad, suficiente observar la estratificación idiomática en la
cotidianidad. Unos pocos esforzándose en los idiomas de los ejércitos
dominantes (despreciando los idiomas nativos), y otros muchos, producto del
racismo institucionalizado, intentado esconder su milenaria riqueza idiomática.
Es más, como bien sostiene el semiólogo suizo Ferdinand de Saussure (siglo
XIX), las estructuras idiomáticas son la expresión de las estructuras
culturales de los pueblos.
En el mundo coexisten cerca de 5 mil idiomas
nativos hablados por otro tanto de pueblos. En el Perú, cerca de 50 idiomas. En
Guatemala, 22 idiomas mayas. En Bolivia, más de 30 idiomas nativos. Todos son
idiomas. Tan válidos como los de origen europeo, asiático o de cualquier otra
procedencia. Si alguien, en el siglo XXI, se quiere atribuir la categoría de
superioridad idiomática-cultural padece una gangrena terminal de la enfermedad
del racismo, y un crónico complejo de inferioridad. A los pueblos indígenas nos
vencieron, pero jamás nos derrotaron. Muestra de ello es la actualidad de
nuestra riqueza idiomática milenaria.
Fuente: elciudadano.cl
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