Como vimos en la primera parte de
este trabajo, el doctor Gumersindo Sayago fue un incansable luchador no sólo en
el campo de la salud pública cordobesa, sino también en la defensa de los
valores y el sistema democrático. Semejante nivel de actividad le implicaba un
elevado esfuerzo físico y mental, que Sayago lograba recuperar cuando pasaba
sus días de descanso y recreación en Villa Independencia, una pequeña urbe
serrana turística al sur de Carlos Paz. Parte de su vida en ese hermoso paisaje
serrano podemos conocerla gracias a los recuerdos de aquellos vecinos que
llegaron a conocerlo y tratarlo, y que gracias a la amabilidad de los mismos
podemos hoy en algo reconstruir.
Sayago y las sierras: su predilección por Villa Independencia
Como la mayoría de sus colegas,
el doctor Sayago disfrutaba mucho de pasar sus tiempos de descanso y recreación
en las serranías cordobesas. Su lugar preferido era Villa Independencia, la
urbanización turística que había emprendido Juan Irós en 1928. Para Gumersindo,
era el lugar ideal para alejarse del estrés y las exigencias de la vida diaria
en la capital provincial. En ese paisaje de sierras y vertientes se sentía
plenamente libre, independiente; de allí que gustaba de asociar el nombre de la
villa con el estado de ánimo que sentía al pasar en esta tierra esos increíbles
días de verano: “Tiene muy bien puesto el
nombre. Es Villa Independencia y yo soy independiente; acá no me busca nadie.”
[Entrevista al Sr. Rafael Guillermo De Simone, Villa Independencia, 26-X-2011]
En un hermoso terreno situado a
la vera del río San Roque [actual San Antonio], Sayago había construido una
hermosa residencia temporaria, a la cual solía asistir con su esposa y sus tres
hijos. Según recuerda Rafael De Simone, lo hacía con todo aquello que
necesitaba para mantener el nivel de vida al que estaba acostumbrado: “Él venía en el verano, con cocinera,
servicio doméstico, tenía casero permanente ahí. Venía por dos meses y pico, y
en el invierno venía todos los sábados.” [Ibíd.]
Quienes lo llegaron a conocer y
tratar no han podido olvidar su figura, tan distinta al resto de los
profesionales y comerciantes provenientes de los sectores medios residentes en
las principales urbes del país. Éstos, como lo ha analizado Ezequiel Adamovsky
en su estudio sobre la clase media argentina [2009], solían ser descendientes u
originarios del continente europeo, pues las élites políticas y socioeconómicas
dominantes asociaban el “progreso” a
las personas blancas que provenían de los países que conformaban dicho territorio.
En contraposición, quienes descendían de los grupos originarios o eran el
producto del mestizaje de lo que se consideraban “razas inferiores” (como los afroamericanos) eran asociados a la “barbarie”, razón por la cual se los
empujaba a través de diversos mecanismos económicos y culturales hacia los
escalones más bajos del orden social. Por ello, los trabajadores que
presentaban las características mencionadas en primer lugar tenían grandes
oportunidades de obtener las mejores oportunidades educativas y laborales,
hecho que terminó por diferenciar al campo del trabajo entre un sector medio y
las clases populares.
En vista de estas circunstancias,
no era nada fácil para alguien que portaba en su piel una fisonomía fuertemente
estigmatizada poder superar estos prejuicios y acceder a una posición social
más elevada. Sin dudas, la enorme capacidad que tuvo Gumersindo Sayago le
posibilitó superar todos estos obstáculos, logrando así insertarse en un
estrato societario al cual muchos de sus compatriotas no podían llegar debido
al color de su piel. De allí que no fueron pocos los que en su tiempo les
llamaba la atención de que uno de los “distinguidos” habitantes de la villa
serrana no presentase los rasgos físicos tan típicos de sus integrantes, algo
que ha quedado guardado hasta ahora muy vívidamente en el recuerdo de los
pobladores más antiguos de la zona:
“Era un hombre criollo, criollo; era un indio, un coya totalmente. Una
persona bien negra, unos pelos parados, ancho, petisón, gordo; vos te dabas cuenta,
y él lo decía, que era descendiente de indios.” [Entrevista al Sr. Gerónimo
“Mito” Llanos, Barrio El Canal, 08-IV-2012]
En Villa Independencia, Sayago
podía disfrutar de una de sus grandes pasiones: los caballos. En tal sentido,
solía compartir con algunos de los habitantes permanentes de la localidad
largas cabalgatas en busca de disfrutar de la belleza de los paisajes serranos
y la hospitalidad de su gente:
“Nosotros hacíamos cabalgatas con el doctor Sayago. A veces nos
juntábamos 40 o 30, y nos íbamos a Cuesta Blanca, que no había nada. No estaba
ni loteado Cuesta Blanca. Vivía el padre del casero del Dr. Sayago. El hombre
tenía animales, así que un día hicimos un viaje allá. Ya nos esperaban con
cabritos y todo eso. Fue hermoso. Cuando volvimos nos agarró la lluvia. Era un
aguacero descomunal. Otra vez fuimos a Las Jarillas. No me acuerdo cómo se
llamaba la institución religiosa que había ahí. También fuimos a andar un poco,
comer cabritos y todo eso.” [Entrevista al Sr. Rafael Guillermo De Simone,
op. cit.]
Además de las cabalgatas, a
Sayago le encantaban los higos que se podían recolectar en la época veraniega.
Pero, debido a que las higueras se encontraban en un lugar de difícil acceso,
solía ir con el joven Gerónimo “Mito”
Llanos para que éste le alcanzase los higos. Así lo recordaba tiempo atrás el
inolvidable Mito:
“Y le gustaban mucho los higos. […] Había que subir por la calle de la
escuela Bernabé Fernández y ahí había un camino que subía la quebrada hasta
llegar arriba de la sierra, bajás como un kilómetro y allí hay un lugar de
muchas vertiente, y las higueras están en lugares donde hay muchas vertientes.
[Sayago] llevaba esos tarros que venían antes de cinco litros de aceite, y él
llevaba uno, yo llevaba otro que atábamos [a los caballos] con unos tientos
para no llevarlo en la mano así no nos cortaba el alambre de la manija. Así nos
íbamos con él a caballo a cortar higo. Él me llevaba porque yo me tenía que
subir de la higuera, cortarle los higos y luego alcanzárselos. Con él habremos ido
cuatro o cinco veces a buscar higos para allá.” [Entrevista al Sr. Gerónimo
“Mito” Llanos, op. cit.]
Cuando nos contaba sus anécdotas
con el doctor Sayago, Mito también rememoraba el afecto que éste tenía hacia su
abuela, con la que solía compartir charlas amenizadas por los mates que ella
misma le cebaba. También había cultivado amistad con su tío, quien le cuidaba
los caballos que utilizaba para viajar por las sierras:
“Él tenía caballos, y cuando se iba a Córdoba los dejaba en el campo de
mi abuela; se los cuidaba Lino Quinteros, un tío mío. Cuando él venía en verano
se llevaba los caballos a su casa, para él y el hijo. […] Era muy amigo de mi
abuela. Mi abuela cebaba mate con yuyos, peperina, té de burro, con esas cosas
de los molles, y hacía esas tortillas con grasa, y como ese hombre era de allá
comía todas esas cosas. Y de ahí fue la amistad que tuvo con mi abuela, y como
dejaba los caballos en invierno…” [Ibíd.]
Un hombre comprometido en todo momento
Si bien Sayago buscaba en Villa
Independencia la tranquilidad que no le brindaba la ciudad, no por ello dejaba
de estar al tanto de las vicisitudes políticas de la época. En especial, y como
pudimos comprobar, hubo un hecho que marcó para siempre su actividad
profesional, y fue el golpe de Estado de junio de 1943. Acérrimo defensor de
los principios democráticos, su oposición al régimen militar le valió sus
cargos universitarios. Pese a ello, nunca bajó los brazos y siguió luchando por
sus ideales en todas las situaciones y contextos posibles. Aún en aquellos que,
a priori, no acostumbraba a utilizar para estos fines, como sus días en la
villa serrana.
Luego de ser depuesto de sus
funciones en noviembre de 1943, se dirigió como era costumbre a su casa de
veraneo. Todavía sensibilizado por lo que había pasado, un día de ese verano
reunió a varios jóvenes del lugar para hablarles de la importancia de defender
la democracia, algo que quedó para siempre guardado en la memoria de quienes
escucharon de su voz tan elocuentes palabras, como Horacio Bardi:
“[…] Entonces, junto con el
doctor Lafalle, [Sayago] nos reunió a los jóvenes en el río, en la costa
-porque su casa daba al río- para hacernos una arenga. Fuimos los jóvenes más o
menos de mi edad. Nos juntó para arengarnos y hacernos ver lo que era la democracia.
[…]
-¿Qué les dijo Sayago en esa arenga?
-Nos decía que teníamos que
pensar lo que es la libertad, como debíamos comportarnos y pensar que teníamos
que tener presente la libertad de la persona. Estuvo muy bien. Fue un momento
muy lindo realmente. Fue una mañana, cerca del mediodía. Nos reunieron él y el
doctor Lafalle; pero el que habló fue Sayago.” [Entrevista al Sr. Horacio
Bardi, Villa Independencia, 29-X-2011]
Pero no sólo Sayago no dejaba de
lado sus convicciones políticas en sus tiempos de descanso; en ciertas
ocasiones, también disponía de sus conocimientos para tratar a algún vecino
aquejado por la tisis. Uno de ellos fue el célebre músico andaluz Manuel de
Falla, quien al enterarse de la presencia en Villa Independencia de uno de los
más afamados tisiólogos del país decidió consultarlo y tratar así de calmar el
sufrimiento que le causaba la enfermedad:
“A Manuel de Falla lo atendía Conde, pero él no era tisiólogo. Manuel de
Falla se entera de este doctor [Sayago], y viene y lo ve. Y Sayago empieza a
curarlo a Manuel de Falla y se siente bien.” [Entrevista al Sr. Gerónimo
“Mito” Llanos, op. cit.]
Una terrible pérdida signa los últimos años de su vida
Como todos los que los
conocieron, el doctor Sayago sentía un especial afecto por su hijo, a quien
todos los vecinos de la villa solían conocer como “Charles” o “Charlie”. Según
De Simone, Gumersindo hacía todo lo posible para que su hijo continuase la
profesión donde él tanto se había destacado. A tal fin, “[…] para que no se
distrajera él le estaba pagando la Facultad de Medicina en Buenos Aires. Se iba
en avión y él se iba a verlo rendir allá.” [Entrevista al Sr. Rafael Guillermo
De Simone, op. cit.]
Gran amigo de Ennio Luengo y
Rafael De Simone, Charlie solía compartir con éstos varias travesías en caballo
por los senderos serranos. Un día, ya recibido de médico y con una beca para ir
a estudiar a Alemania, decidió montar un equino que se mostraba bastante
indócil. Tras iniciar la cabalgata sufrió a pocos metros un grave accidente,
cuando cayó del caballo y golpeó con su cabeza en el suelo. Lamentablemente,
las heridas recibidas fueron de tal gravedad que, a pesar de los esfuerzos por
atenderlo en la clínica del Dr. Eugenio Conde, dejó de existir en un lapso muy
breve de tiempo. Ennio, quien mantiene aún un vívido recuerdo de su amigo, fue
testigo principal de aquella trágica jornada, la cual, según sus palabras,
nunca más pudo olvidar:
“Yo era muy amigo de los Sayago,
y aparte le gustaba al viejo porque yo escribía. Charlie iba siempre a
visitarme. Un día me va a visitar a caballo –le gustaba mucho andar a caballo,
tenían unos caballos hermosos- y estuvimos charlando un rato largo; cuando está
por irse, recuerdo que al caballo lo tenía atado a un chañar que había entonces
frente a mi casa y el caballo no se dejaba montar. Le dije: “Charlie, lleválo
de tiro”. Eran cinco o seis cuadras. “No”, decía, era muy orgulloso. “Lo voy a
montar” Bueno, tanto jodió –hablando mal y pronto- que se pudo subir, y salió
galope tendido hacia abajo. A una cuadra de mi casa se produjo un tierral, y vi
que se paró el caballo. “Uy”, decía y me reía. “Lo volteó”. Cuando se va la
tierra estaba tendido en el suelo el Charlie. Llegué yo, lo levanto -estaba en
coma- y venía un Ford 8 (modelo) 1938. Fue tan duro… Recuerdo que antes de
salir de casa me dijo que se iba a ir a estudiar medicina a Alemania, y fijate
que le digo: “Bien hecho, hombre, a vos que te gusta la medicina” “Mirá, me
dice, porque total hoy estamos y mañana no estamos”. Llega el Ford 8 y le digo:
“Por favor, llévenlo a una clínica en Carlos Paz, a la clínica Conde”. Me dice:
“Espere, soy médico yo”. Lo mira y dice: “Sí, vamos”. Lo llevaron a la clínica
Carlos Paz, y no sé quién le avisó enseguida a Sayago que vino pronto. Dicho
sea de paso, admiraba el temple del viejo (viejo para mí), ni un gesto. Me dice
Conde: “Salí, porque te vas a desmayar”. Bueno, me salí. Ya estaba muerto,
prácticamente.” [Entrevista al Sr. Ennio César Luengo, Santa María de Punilla,
16-IX-2012]
La muerte de “Charlie” Sayago fue
un golpe durísimo para la familia, la que ya había sido tremendamente afectada
por la muerte de una de sus hijas algunos años antes. Ennio Luengo, quien por
entonces tenía 30 años [teniendo en cuenta que había nacido en 1927, suponemos
que el hecho tuvo lugar en el año 1957], aún no olvida cómo la madre de Charlie
estaba afectada por lo sucedido, sin poder superarlo:
“Yo era muy amigo e iba siempre a visitarlo a Sayago, pero después que
murió Charlie fui unas pocas veces más. Doña Susana me llamaba, me llevaba al
dormitorio y me decía: “Vení, decime cómo murió Charlie”. Fui una, dos, tres
veces, y me hace mal, y no fui más porque, pobre, me preguntaba siempre lo
mismo y por eso me alejé, porque me daba pena.” [Ibíd.]
Como vemos, el recuerdo de
Charlie y su muerte en la villa tuvo un hondo impacto en la familia. Poco
tiempo después, más precisamente en 1959, el doctor Gumersindo Sayago fallecía
en la ciudad de Córdoba, quedando del núcleo familiar original compuesto por
cinco miembros sólo su esposa y una de sus hijas. Éstas últimas continuaron sus
vidas en la ciudad de Córdoba, mientras que aquellos días en que la familia
pasaba sus temporadas estivales en la villa serrana pasaron a ser un recuerdo
cada vez más lejano.
En este contexto, la casa de la
familia Sayago pasó a otras manos, y hoy, pese a las modificaciones sufridas,
todavía es posible admirar parte de la fachada de lo que fuera la pintoresca
morada del gran médico. Sus muros, como la memoria de los vecinos que lo
conocieron, son los últimos testigos del paso de Sayago por estas tierras,
aunque su huella quedó tan firmemente impresa que no hay olvido ni ignorancia
que puedan borrar una vida dedicada al progreso y la justicia social.
Fuente: www.lajornadaweb.com.ar/
Por José Antonio Casas / Profesor
en Historia
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