La historia de Villa
Independencia es rica en personajes increíbles. Entre ellos, hay uno que
sobresale no sólo por su reconocida trayectoria profesional, sino también por
su calidad como vecino; estamos haciendo referencia al doctor Gumersindo
Sayago.
Nacido el 10 de diciembre de 1893
en Santiago del Estero, era hijo de Rosario Gallardo y del Dr. Gumersindo
Sayago, ex diputado provincial y profesor del Colegio Nacional de esa
provincia. Allí terminó de cursar sus estudios secundarios, trasladándose luego
a Buenos Aires para estudiar medicina. Según Ada R. del Valle Iturrez de
Capellinni [2012], Gumersindo vivió en la urbe porteña una vida bastante
sacrificada debido a las difíciles condiciones materiales en que se
desarrollaba su existencia. Pese a ello, fue un alumno brillante, aunque no
pudo continuar sus estudios debido a que se enfermó de tuberculosis. Con la
meta de tratar de curarse, viajó y se radicó en la ciudad de Córdoba, donde
finalmente pudo recuperarse y recibirse como profesional de la medicina. Sin
dudas, la afección que tuvo que sufrir lo marcó para siempre, ya que se
especializó en la lucha contra esta enfermedad. Gracias a la labor realizada en
este campo durante todo el resto de su vida, Sayago terminó por convertirse en
uno de los médicos más reconocidos de su época y pionero en Córdoba en el
estudio y la prevención contra la tuberculosis, ese terrible flagelo que asoló
nuestra sociedad entre fines del siglo XIX y las primeras décadas de la
centuria siguiente.
Vale la pena, pues, conocer un
poco más de su historia, la cual dejó una huella imborrable en el campo de la
medicina nacional y la villa serrana, y que como justo tributo nuestra
comunidad honró designando al hospital municipal con su nombre.
La tuberculosis y sus graves secuelas
El proceso de extensión y
acumulación capitalista que vivió nuestro país entre el último tercio del siglo
XIX y el primero del siguiente profundizó las desigualdades sociales entre
quienes concentraban la mayor parte de la riqueza generada por la hegemonía de
la producción agroexportadora y aquellos que, aún siendo gran mayoría, debían
sobrevivir en las más difíciles condiciones de vida a causa de los magros
ingresos que percibían por la venta de su fuerza de trabajo. Hacinados en
pequeños espacios habitacionales, la mayoría de los cuales no tenían acceso a
servicios públicos esenciales para garantizar las mínimas condiciones
higiénicas, estas familias de trabajadores se hallaban fuertemente expuestas a
un diverso número de enfermedades. Además, la situación empeoraba en los casos
donde todavía no se había hallado un tratamiento efectivo o antibiótico capaz
de detener el avance de determinado padecimiento. Uno de estos ejemplos era la
tisis o tuberculosis, que se había transformado por esos años en una de las
causales de mortandad más elevadas de la ciudad de Buenos Aires.
La ciudad de Córdoba, como el
resto de las grandes ciudades del país, no vivía aislada de este panorama.
Específicamente hablando de la tuberculosis, ésta también presentaba un alto nivel
de mortalidad en la urbe mediterránea, tal como lo demuestra Adrián Carbonetti:
“Partiendo en 1887 de una tasa de mortalidad cercana al 21,8 por diez
mil habitantes, llega a su máximo en 1915 con 49,3. […] Con estas tasas de
mortalidad la tuberculosis se transformó en la principal causa de muerte para
la ciudad de Córdoba, […].” [1999: 67]
Sayago y su destacado rol en la tisiología cordobesa
Teniendo en cuenta que la capital
provincial contaba con una de las universidades más prestigiosas del país, no
extrañó que salieran de ella varios profesionales de la salud que, en virtud
del grave problema social que representaba la tisis, se abocaran a estudiar y
elaborar proyectos para tratar de disminuir su influencia. Entre ellos, se
destacó el tisiólogo santiagueño Gumersindo Sayago, quien había recibido su
título de doctor en medicina en la Universidad Nacional de Córdoba (UNC) el 16
de abril de 1919.
En este punto, vale recordar que
Sayago había sido uno de los principales protagonistas de la Reforma Universitaria
de 1918, siendo uno de los firmantes del Manifiesto Liminar del 21 de junio de
ese año, el célebre documento donde los reformistas exponían las metas a través
de las cuales se proponían democratizar y superar el anacronismo de los
programas de estudios en el que se hallaba la universidad cordobesa. Como
recordaría tiempo después, aquella participación en la política estudiantil
imprimiría una huella profunda en su consciencia, ya que le dejaría marcado por
siempre los principios de acción que tuvo a lo largo de su vida pública:
“Y son aquellos días ya lejanos de mi actuación estudiantil en el año
18, llenos de fe y esperanza, los que representan para mí el mayor blasón de mi
vida universitaria. En ellos se trazó un sendero de rectitud, de libertad y de
justicia social, por el que siempre seguí afanosamente.” [Ibíd.]
Una vez recibido, Sayago comenzó
poniendo en práctica esos principios trabajando en el hospital Tránsito Cáceres
de Allende. Mientras tanto, seguía inserto en el ámbito universitario, donde
comenzó su tarea docente como adscripto a la Cátedra de Clínica Epidemiológica.
Los conocimientos teóricos y prácticos de los que se fue nutriendo en esos años
le sirvieron para iniciarse en el campo de la investigación académica, donde ya
en 1920 recibió el premio José M. Álvarez por su obra titulada “La tuberculosis en la provincia de Córdoba”.
El compromiso social asumido por
Sayago se expresó concretamente en ese primer trabajo de investigación, donde
expuso que la tuberculosis afectaba principalmente a los sectores
socioeconómicamente más desfavorecidos, pues éstos se hallaban frente a
condiciones de vida (vivienda y trabajo) que favorecían el desarrollo y
propagación de esta enfermedad:
“En especial para el sexo femenino y para todos aquellos que trabajan en
sus domicilios, las horas de trabajo diarias llegan fácilmente a 10 y 16 horas.
Es en todos estos obreros en donde la tuberculosis hace mayores víctimas, pues
son sujetos que viven en un continuo surmenaje físico.” [SAYAGO, 1921: 271,
cit. por: CARBONETTI, 1999: 83]
En vista de esta situación,
Sayago y otros higienistas cordobeses propusieron la intervención del Estado
provincial en la implementación, tal como lo define Adrián Carbonetti, de una
serie de “medios indirectos” que
terminarían por ayudar a reducir la difusión de la tuberculosis. Entre ellos,
se propugnaba la provisión de agua corriente potable y la ampliación del
sistema de cloacas.
Asimismo, también sostuvieron la
necesidad imperiosa de fijar estrategias “directas”,
como aislar a los enfermos en hospitales para evitar el contagio en forma
masiva. En este sentido, pusieron de relieve el alto valor que tenía el clima
serrano cordobés para el tratamiento de esta enfermedad, ya que el mismo
obstaculizaba la reproducción del bacilo debido a la escasa humedad que
presentaba la zona. En esta posición, también había influido la experiencia de
los sanatorios que se habían erigido en el área serrana, y cuyos resultados
habían sido hasta ese momento en buena parte auspiciosos. De este modo,
apoyaron la creación a principios de los años veinte de algunos sanatorios de
este tipo en la ciudad de Córdoba, como el Misericordia y el Rawson.
Las medidas tomadas entonces
dieron muy pronto sus frutos, pues no sólo se detuvo la espiral de mortalidad
ascendente que había alcanzado su pico máximo en 1915, sino que ya desde la
década de 1920 empezó a retroceder tanto en términos nominales como relativos.
La Escuela de Córdoba o Escuela de Sayago
Los logros alcanzados por los
profesionales cordobeses les valió el reconocimiento de sus pares a nivel
nacional e internacional, aunque todavía no habían conseguido disponer de un
espacio institucional específico. Esto se pudo lograr en 1933, luego de que se
normalizara el funcionamiento de la universidad local tras la intervención del
gobierno de facto. En ese momento, se procedió a crear el Instituto de
Tisiología perteneciente a la Facultad de Ciencias Médicas de la UNC, cuya
dirección quedó por concurso a cargo del doctor Gumersindo Sayago.
Una vez en funciones, éste
reforzó los lazos con otros importantes centros de estudios especializados. En
vista de ello, fue nombrado Académico del Instituto de Tisiología de Hamburgo e
integrante de la Academia Real de Medicina de España.
En 1937, la Facultad de Ciencias
Médicas de la UNC llamó a concurso para cubrir el cargo de profesor titular de
la primera Cátedra de Tisiología que se creó en el país, la cual fue inaugurada
el 19 de abril de 1938 bajo la dirección de Sayago.
A partir de la ardua labor
emprendida, la Escuela de Córdoba o Escuela de Sayago –como también se la
conocía debido a su máximo impulsor- brindó un renovado impulso a la
investigación, generando una serie de acciones que les permitieron a sus
integrantes el reconocimiento de sus colegas y del Estado provincial para estar
al frente de la lucha contra la tuberculosis:
“[La Escuela de Córdoba] generó publicaciones sobre la especialidad,
como la revista Temas de Tisiología; consolidó redes con los principales
centros de estudio de Europa y Estados Unidos; formó, mediante cursos de
posgrado, especialistas del interior del país y de países limítrofes como Chile
y Paraguay; y posibilitó la inserción de varios de sus integrantes en puestos
claves de organismos estatales de control de la tuberculosis.” [CARBONETTI,
2008: 203]
El gobierno impide la concreción del plan de lucha contra la
tuberculosis
Tratando de encontrar una vía más
efectiva para atenuar los efectos de la tisis dentro del territorio provincial,
el Instituto de Tisiología propuso al gobierno cordobés la puesta en práctica
de un ambicioso plan de lucha. Fundamentalmente, se basaba en la necesidad de
construir nuevos centros hospitalarios dirigidos por profesionales cordobeses,
donde se internarían a los tuberculosos con la meta de aplicarles el
tratamiento más efectivo hasta entonces conocido: aislamiento, higiene, dieta y
abundante sol.
Lamentablemente, el erario
requerido para la aplicación del plan diseñado por Sayago y sus colegas no fue
aportado por el gobierno provincial, aduciendo sus responsables que el mismo
implicaba elevar por triplicado el presupuesto previsto para el área de salud.
Esta postura, que concebía a la salud pública como un gasto y no una inversión,
era tributaria de una tradicional concepción liberal ortodoxa del Estado que se
venía aplicando desde hacía varias décadas en la Provincia, donde se dejaba a
las entidades de beneficencia y asistencia buena parte de la responsabilidad en
la atención sanitaria de los sectores populares. De este modo, se evitaba
contradecir aquellos principios que postulaban lo perjudicial que resultaría la
intervención estatal dentro de los ámbitos propios de la sociedad civil, aunque
en la práctica, como lo ha demostrado la Dra. Beatriz Moreyra [2009], esto era
usualmente evitado debido a la asistencia monetaria y material del Estado en
beneficio de las entidades privadas antes mencionadas.
Las disputas políticas marcan la decadencia de la tisiología cordobesa
El notable avance obtenido a
partir del trabajo de campo y la institucionalización académica comenzó a verse
perjudicado a partir del golpe de Estado ocurrido en junio de 1943. Tras
subscribir, junto con varios de los más afamados científicos de la época, una
solicitada en contra de aquel suceso, el doctor Gumersindo Sayago fue separado
de la dirección del Instituto y la Cátedra de Tisiología. En solidaridad con
él, otros integrantes de aquellas instituciones renunciaron a sus cargos, lo
cual ponía fin al fructífero trabajo que hasta entonces habían desarrollado
este conjunto de notables profesionales.
En 1945, en un contexto de fuerte
deslegitimación del gobierno militar, Sayago volvió a ser designado el frente
de sus cargos universitarios. Esto originó un fuerte conflicto con la Comisión
Directiva de la Asociación Tránsito Cáceres de Allende, la que se había
manifestado en contra de asumiera al frente del Instituto de Tisiología. Hay
que tener presente que esta entidad civil tenía una gran influencia en la toma
de decisiones por parte de las autoridades universitarias con respecto a esta
institución, pues tenía a su cargo las dependencias del hospital donde
funcionaba la misma.
Según Carbonetti [2007], esta
posición de los directivos del hospital tenía que ver con el hecho de la
adhesión de la Iglesia católica –con la cual estaba vinculada esta entidad- al
candidato del partido laborista, Juan Domingo Perón, lo cual se contraponía con
el posicionamiento público del tisiólogo santiagueño a favor de la Unión Democrática.
Esta situación dio inicio a un enfrentamiento irreconciliable entre la UNC y la
asociación civil, cuando esta última recurrió al gobierno provincial para que
impidiese que Sayago se hiciese nuevamente cargo del Instituto de Tisiología.
No obstante, el prestigioso médico pudo finalmente cumplir con la función
asignada, cuando en febrero de 1946 la UNC dio por terminado el acuerdo con la
Asociación Tránsito Cáceres de Allende. Pero esto, para desgracia de sus
expectativas, aún distaba mucho de haber finalizado.
Tras la intervención decretada
por el gobierno peronista en el ámbito de las universidades de todo el país en
1948, Sayago fue apartado de sus funciones. Como sucedía en todas las cátedras
intervenidas, tanto él como sus colaboradores fueron reemplazados por un grupo
de profesionales afín con el proyecto peronista.
Pese a los agravios recibidos por
su posicionamiento político, Gumersindo estaba lejos de bajar los brazos. Junto
con otros colegas crearon una institución civil sin fines de lucro denominada
“Centro de Asistencia Médico y Social de la Tuberculosis”, la cual se mantenía
con los aportes de los propios galenos. Además, continuó formando parte de la
Sociedad de Tisiología de Córdoba, desde donde pudo continuar la labor
pedagógica dictando varios cursos de especialización sobre la materia.
Luego del golpe de Estado de
septiembre de 1955, Sayago asumió nuevamente la dirección de la Cátedra e
Instituto de Tisiología. Sin embargo, y a pesar de recuperar lo que
injustamente había perdido, Sayago ya no se encontraba con las mismas fuerzas
de siempre, aquellas que solía fortalecer durante sus estadías veraniegas en
las serranías cordobesas. Como pudimos ver, su vida fue muy intensa, debiendo
continuamente debatirse con el poder político por los continuos obstáculos que
éste ponía a la hora de limitar o frenar las numerosas iniciativas que surgían
de su febril actividad. En el paisaje serrano de Villa Independencia lograba
recargar las energías para hacer frente no sólo a tantos problemas, sino
también para abordar los desafíos que implicaban avanzar en el mejoramiento del
tratamiento de tan nefasta enfermedad.
Fuente: www.lajornadaweb.com.ar/
Por José Antonio Casas / Profesor
en Historia
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