Heredero del tunal
Cautivado
por la música desde su niñez, dedicó sus días a desarrollar el arte con su
guitarra y fue protagonista de una historia para revivir a partir de su
compromiso con la vida y con los afectos. Testigo de grandes momentos de la
canción popular argentina, cuenta con emoción la experiencia de haber conocido
el lugar más humilde y los escenarios más importantes.
LP - Cuéntenos acerca de su lugar natal y de su infancia.
R.O. - No siempre se me pregunta sobre mi lugar de origen, y esta
es una oportunidad hermosa para exteriorizar y dar algunas pinceladas del
recuerdo de mi inolvidable Tunsa Punco (Puertas del Tunal), ubicado al oeste de
la capital de Santiago del Estero, aproximadamente unos treinta y cinco
kilómetros. Es un paraje, que en mi tiempo de niño, llegaban gentes de lugares
circunvecinos, que se afincaban atraídos por el trabajo en la explotación
forestal, esa oportunidad la aprovechó mi padre para agrandar su negocio, con
lo que atrajo a paisanos de toda laya. En ese entonces envía a mi hermano mayor
a estudiar bandoneón a la ciudad, mientras que yo imploraba porque me comprasen
una guitarra, pasión que fue despertada por mi madre sin quererlo, ya que ella
era maestra en el pueblo y cada vez que realizaba la travesía de ir a la ciudad
por su sueldo volvía cargada, una vez con una vitrola, otras veces con
arsenales de discos entre los que se encontraban grandes como don Andrés
Chazarreta, Gardel, Magaldi, Brunelli, Andrés Segovia, etcétera. Este último me
fascinaba por su sonido y en esas reuniones domingueras en que los paisanos
bajaban del monte a buscar diversión yo era el vitrolero oficial, pero en el
fondo de mi ser yo anhelaba ser protagonista de esas músicas por lo que lloraba
y lloraba para lograr mi sueño de tener una guitarra propia en mis manos.
Mientras tanto pasaban los discos y yo corría a sentarme en un sillón de mimbre
en cuyo apoyabrazos rasgueaba al son de los ritmos, y de tantos rasgueos llegué
a gastar dos sillones...
LP - ¿Y cuándo llegó el momento de aprender la guitarra?
R.O. - Desde pequeño recuerdo que en la escuela me gustaba dibujar,
hacer versos y describir en mis rimas los dibujos que realizaba. Viendo mis
padres mi inquietud optaron por mandarme en dos ocasiones a la ciudad para
continuar allí mi cuarto grado, pues en mi escuelita Mauricio Boedo, llegaba
hasta el tercero, es ahí donde comienza toda esta hermosa historia.
LP - La experiencia de participar en una orquesta infantil fue
importante para usted.
R.O. - Después de llorar por no dejar mi pago lograron llevarme a la
ciudad y fui a parar con mis huesos y mi guitarra a la casa de mi madrina, que
pensando que venía mal preparado me matrícula en tercero. Mi madre se disgustó
muchísimo ante esta situación, pero le di la alegría de ser el mejor alumno,
"el abanderado" en los siguientes grados hasta terminar la primaria.
Además en mi escuelita ya era el guitarrista obligado, donde por esa gracia de
Dios conocí a Hugo Díaz, en ese año tuvimos la bella experiencia de ser
compañeros en la orquesta infantil, en la cual ya Hugo era el solista. Fue
realmente una hermosa e inolvidable experiencia que llevo en el alma.
LP - ¿Cuándo conoció a Hugo Díaz? El camino que recorrió con él.
R.O. - La orquesta infantil fue cuando conocí a Hugo, pero luego
pasaron diez años, más o menos, hasta que un día encuentro en la Radio
Belgrano, desde mi Punco querido escuché a Hugo mezclado con los ya grandes
Abalos y la orquesta característica de jazz de Juan Carlos Barbará. Otra
cantidad de tiempo transcurrió y yo ya había llegado a la radio de Santiago
LV11 Radio del Norte donde nos presentamos con un hermano y un primo formando
un trío de guitarras. En ese lapso, en 1954, el noroeste estaba inundado de
Hugo Díaz, quien ante la baja de su guitarrista, comienza a preguntar por
alguien quien lo reemplazara, y es en la radio donde le informan que había un
zurdo de apellido Ovejero. Hugo no titubeó un instante y fue corriendo a
buscarme, al día siguiente ya estábamos en Tucumán, después el Litoral,
Paraguay, al regreso Mendoza, etcétera, etcétera y por último Buenos Aires
donde hicimos base.
LP - ¿Por qué decidió radicarse en Buenos Aires por primera vez?
R.O. - La decisión de llegar hasta Buenos Aires en verdad la tomó
mi hermano mayor que ante la oferta de Hugo yo dudé. Fue ahí cuando consulté
con mi hermano quien me contestó con un: "Chango sonso, a mí me lo hubieran ofrecido y yo ya estaba con él".
Así por esta conclusión es que me siento hoy un inmigrante santiagueño más en
Buenos Aires.
LP - Y un día conoció a la mujer de su vida... ¿cómo fue esa historia
de amor?
R.O. - Al final de esa gira, de regreso a Paraguay, bajamos tocando
por varias provincias hasta arribar a Mendoza y al llegar nomás al hotel donde
nos íbamos a instalar, ahí, Dios me la puso como esperándome, en esos días
fríos de mayo, tomando sol, para mi fue como otro sol. Pero el camino estaba
esperando, y el que lo camina deja rastros, yo dejé eso y mucho más. Creo que
no tuvimos tiempo para las misivas hasta que un día, mejor dicho una noche de
esas en que durante todo el año cantábamos con Hugo, el bailarín Carlos
Saavedra, corre a darme la increíble noticia de que estaba lo que era un sueño
para mí, convertido en realidad. Y realidad es el sueño que vivimos por la
gracia de Dios con hijos y nietos que anuncian la continuidad de nuestra
especie.
LP - Fue músico acompañante de grandes nombres de la canción
popular. ¿A quiénes recuerda más y mejor?
R.O. - A cada uno lo recuerdo y reconozco por su estilo y su forma
de sentir y expresar la música y también por el hecho de que tengo la cautela
de buscar lo sincero y lo íntimo de la persona y en ellos está lo que me
enseñaron: el cómo y el porqué de la música. A Hugo Díaz por haberme hecho
posible, a Ariel Ramírez por su fineza y Horacio Guarany por haberme sacudido
ciertos miedos.
Como dato extra quiero referirme
a mi participación fugaz en la película "Fantoche" dirigida por Luis
Sandrini y en un cortometraje de Leonardo Favio "El amigo" ganador en
el Festival de Cine en Mar del Plata y premiado en Moscú.
LP - Pero en un momento le interesó encarar la música como solista.
¿Cómo le fue?
R.O. - Una vez desintegrado el conjunto de Hugo Díaz, 1958, se
impuso en los cines el "número vivo" en el entreacto de las
películas, se incorporan músicos, magos, malabaristas, etcétera. Fue un
cantante barítono que actuaba en el mismo local de Hugo, quien me adelantó la
resolución de Díaz y me presentó a un representante de los números vivos. No
puedo quejarme de la aceptación del joven público que concurría en masa para
ver las películas de Elvis Presley y yo ahí con mi Zamba de Vargas y Vidala de
la Copla...
LP - ¿Desde cuándo se dedicó a componer y a escribir letras? ¿Qué
lo inspira a la hora de crear?
R.O. - En el caso de la música, donde escuchaba y veía que todo el
entorno se esmeraba en expresar su provincianía, me dije donde está ese niño
que en la escuela se destacaba, improvisaba versos, hacía dibujos y los
describía en rimas... La guitarra estaba y busqué la forma que me dictaba mi
interior; me dije: Qué fácil. Intenté, pero una vez adentro me pareció no tan
fácil. Igual insistí y pintando mi origen y mi provincia y sus rudos paisajes
me sentí mucho mejor y lo logré.
LP - Tuvo un especial afecto con su abuelo. Cuéntenos de esos
tiempos y de ese lugar en el que él vivía.
R.O. - El primer deber de los padres es proyectar el amor hacia sus
progenitores, como un reconocimiento a la vida que a ellos le dieron. Para
nosotros significaba un semisanto, por su bondad, y ese respeto mutuo que cada
vez que los visitábamos al llegar nos arrodillábamos pidiendo su bendición y
éstos, con la señal de la cruz en la frente, respondían que Dios nos haga un
santo varón. Mi abuelo murió a los ciento catorce años, tengo tanto para
describir de su vida, pero como dato preponderante diré que participó del final
de las luchas montoneras cuando las tropas ya dispersas de La Rioja querían
invadir Santiago. Nos lo contó un atardecer, cuando sus hijos, incluida mi
madre festejábamos sus noventa años y me pidió que le tocara la Zamba de
Vargas, vi caérsele unos lagrimones y en ellos cuanta historia se derramó.
LP - Le dedicó momentos importantes a la actividad docente. ¿Tuvo
como alumnos a quienes después fueron famosos?
R.O. - Al margen de mi actividad artística y habiendo superado lo
intuitivo, puse en práctica la escolástica por las apetencias del momento y
llegaron las hordas del canto en conjuntos, algunos desertaron a medio camino,
otros pocos se desempeñaron en esos grupos que necesitaban de un poco de
idoneidad y les fue bien. Yo me conformo porque al son de poder ayudarlos
musicalmente ellos me ayudaban a mí en mis gastos.
LP - ¿Si tuviera que elegir a músicos que le significan ejemplos
como creadores y como profesionales a quienes mencionaría?
R.O. - Primero a don Andrés Chazarreta que nos dio la materia prima
del tesoro que estaba escondido en los montes y salitrales de mi provincia. De
Cuyo a don Buenaventura Luna, Hilario Cuadros y en Catamarca a don Acosta
Villafañe, que gracias a ellos existimos y nos hicieron su país al unir
nuestras músicas y costumbres.
LP - Cuéntenos alguna anécdota con final feliz para compartir con
los lectores.
R.O. - Todos hablan de Cosquín, nadie habla de Ovejero, pero hay
una razón. Pocos o muchos ignoran cómo se formó el primero, cuyos pioneros
fuimos con Horacio Guarany, el Chango Rodríguez, Los Chalchaleros, Falú, Hernán
Figueroa Reyes, pero los que pusieron el primer tablón del escenario fuimos
Horacio y yo. En la siesta cosquinera en una camioneta acondicionada con
parlantes recorríamos las calles, cada uno con su libreto en mano. "Escuche esta noche al gran Horacio Guarany
el cantor de El Mensú, la de Alto Verde, etcétera", rezaba Horacio; y
yo por mi lado, "Escuche al gran
guitarrista santiagueño Rodolfo Ovejero, la sonrisa morena del folklore"
como me había bautizado el gran Miguelito Franco; y así transcurrieron las
primeras noches de Cosquín, con un saldo positivo y esperado según la comisión
del festival, acepto que así fue. Al momento de la paga, estas fueron magras.
Al año próximo seríamos considerados, así nos prometieron, pero llegó el
segundo festival y no nos llamaron. Acudieron los más grandes y los
etcéteras... como dijo don Ata. Luego al tercero yo ya estaba muy enojado por
esa actitud y cuando recibo una carta de la Comisión de Folklore pidiéndome
respuesta, les dije que quería veinte mil dólares, todavía no me llamaron,
hasta ahora, pero no importa, me convertí en un espectador para ver a mi
"Hijo": el Festival de Cosquín crecer como ha crecido.
(La Opinión-Rafaela-23/02/2010)
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