El Zoco de la Buri Buri
En un barcito que funcionaba junto a la joyería La Suiza, a comienzos de la década del setenta, Roberto Álvarez me dijo que el infortunio es múltiple y que la desgracia cunde sobre la tierra, multiforme.
La frase no era de él, parafraseaba a Edgar Allan Poe, la
frase corresponde al comienzo de "Berenice", un cuento magistral. Dos
décadas me han servido para comprobar la validez de las palabras del gran
escritor de Baltimore.
Roberto vivía en la casa de los dos leones, la misma estaba
ubicada en calle Libertad casi Belgrano, que la famosa modernidad se ocupó en
destruir como a tantas otras; Roberto era dueño de una erudición fuera de lo
normal de los mortales, solo que ella llegaba hasta la revolución de 1917, de ahí
en adelante Roberto llenaba sus vacíos con paseos intelectuales que compartía
con amigos en las calles de Santiago y en algunos barcitos, como el que acabo
de mencionar.
Recuerdo con mucho cariño y respeto sus disertaciones
metafisicas, sus largos silencios entrecortados, sus cigarrillos Particulares
30.
Sucedió que una noche de Pascuas, la ciudad estaba alborotada
por lo que se decía era un Alma Mula que aparecía por las noches en las
inmediaciones de las calles Solís y Aguirre hacía varios días, una noche atrás,
una mujer había subido al ómnibus de Tala Pozo y en el preciso momento en que
el conductor se disponía a darle el vuelto del boleto, ella desapareció,
cundían comentarios de este tipo por todos lados. Cabras y ovejas de la zona
habían aparecido descuartizadas y quemadas por dentro. los racionalistas
atribuían el fenómeno a las andanzas de los perros hambrientos del lugar.
Un grupo de amigos, con el filósofo Roberto Álvarez a la
cabeza, decidimos preparar para esa noche una investigación in situ. Organizamos
un equipo interdisciplinario para la observancia del fenómeno; el mismo estuvo
compuesto por un filósofo: Roberto Álvarez, un tecnócrata: Rafael Luna, y dos
adelantados estudiantes de sociologia: el Negro Gramajo y yo. Nos trasladamos
en un viejo Ford A; ya en el lugar se hallaban reunidas cientos de personas de
distintos oficios, había profesionales, obreros, empleados públicos, etc. Se
barajaban distintas soluciones para contrarrestar los efectos y accionar del
engendro; hubo un intento de explicar a un grupo allí reunido la teoría del
incesto, pero resultó en vano. Algunos decían: "Se necesita un cuchillo de
plata para clavarle en el corazón, es el único antidoto", otro prefería
una estaca de madera. Todo esto sin advertir que no nos encontrábamos en la
campiña de Transilvania y que lo que se perseguía no era precisamente al hombre
vampiro llamado Drácula, sino a una mezcla de perro y ser humano enfrente de
Tala Pozo.
El filósofo inició la investigación golpeando sus manos en la
puerta de un rancho que se encontraba a media luz; una adolescente salió a
recibirlo: "Buenas noches señorita, ¿podría informarme si alguien de por
aquí estudia demoniomania? asombrada y sin entender nada, la niña trató de
explicar: "La Verdad es que un hombre que ha venido de Buenos Aires ha
leído un libro que no tenía que leer, y al Alma Mula lo ha visto mi tío René,
mitad perro y mitad hombre, cuando le ha tirao con la escopeta, el animal
corriendo se ha separado en dos partes, después a lo lejos se han juntao las
dos partes y ha seguido corriendo entero". Roberto, el filósofo, no
terminaba de abrir sus ojos del asombro y respondió inmediatamente: ¡imposible,
separación de sustancia!, el resto del equipo ya estaba arrodillado de risa, y
fue la risa la causa del fracaso de la importante investigación.
Yo decía en el camino de regreso: "eso de andar amándose
entre parientes es mala cosa, solo se ama lo que se desconoce, sobre todo aquí,
en esta ciudad de amar y de temer".
En mis tardes de pensamiento suelo recordar siempre a
Roberto, sobre todo aquella noche que huyó de Santiago por la puerta de atrás
de la Legislatura después de su genial disertación sobre "Tibulo, su amigo
Mesala, el porqué de la negativa de Tibulo de acompañar a su amigo al África y
la importancia de la alegoría clásica hasta Baudelaire".
Lo corrió la gente con palos, ante la mirada impávida y
sorprendida del doctor Coco Verdaguer.
Jorge Rosenberg
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