Por Orestes Di Lullo
En el santuario de Mailín -edificio que data de 1904, construido en substitución del antiguo templo erigido en 1870 por el general Taboada-se venera la imagen del Crucificado, llamado el Señor Forastero y hoy el Señor de los Milagros de Mailín. Es una cruz de madera, de 35 centímetros de altura, con la imagen pintada de Cristo en la madera, la cual se alberga en una hermosa urna de cristal, con guarniciones de oro.
Según la leyenda, y un
escrito del ex cura de Matará don Laureano Vérez de 1882. La aparición data del
último tercio del siglo XVIII. Un tal Serrano, avecindado en Mailín, habría
visto una luz al pie de un árbol. Movido por la curiosidad fue hacia él y encontró
un Santo Cristo. Pero cuando quiso trasladarlo a su domicilio, distante unas
cuadras del lugar, no pudo hacerlo, resolviendo con otros vecinos más edificar
un pequeño oratorio, a orillas del río Gaitán (que en Salavina se llama Turugún
y que es un antiguo brazo que unía el río Salado al Dulce) y en el mismo lugar
de su aparición.
Al cuidado de la familia
Serrano y de sus descendientes estuvo el Santo Cristo, hasta que en 1880 y 1881
fueron nombrados priostes José Anacleto Pacheco, Fabriciano Calderón y
Deogracias Mujica por el Visitador Eclesiástico.
De Herrera a Mailín hay
cuatro leguas que recorremos vertiginosamente entre una interminable fila de
"promesantes" que se dirigen a pie, a caballo y en toda clase de
vehículos, al santuario del Señor de los Milagros. Es pintoresca esta guirnalda
de romeros a lo largo del camino con sus lujos y galas y alforjas multicolores.
De lejos, emergen las torres
del Templo. Llegamos. Es majestuosa la imponencia de estas torres sobre el
caserío chato de la aldehuela y sobre el paisaje que lo circunda, agobiador y
triste. Entramos. Un gentío llena las tres naves. Afuera, otro gentío
hormiguea, ávido de fiestas.
Por los ventanales penetra
una luz difusa. En el altar mayor, un solo nicho central desocupado
perteneciente al Señor de Mailín que ha sido descendido con motivo de las
fiestas y ante el cual, de rodillas, los promesantes toman gracia de él. En los
nichos laterales se albergan las imágenes de Nuestra Señora del Tránsito, a la
derecha y de San Lorenzo, a la izquierda, que, con dos campanas de la torre,
pertenecieron a la antigua capilla de Guañagasta, en la población antigua de
ese nombre que estaba dos y media leguas de Mailín, camino de Matará. Salimos.
Frente a la iglesia,
separando una plazuela rodeada de ranchos, taperas y algunas casonas de muros
coloniales que ostentan todavía la recova de sus corredores, corre una calle
tortuosa, la más importante de la villa de Mailín, muy angosta, flanqueada de
humildes casuchas de barro, con sus techos suavemente caídos o cimbrados en
dulces declives por la acción del tiempo, y en la cual se ven, a uno y otro
lado, puestos de venta, buhoneros, vendedores de sortijas y de Santos, de
rosarios, de prendedores, de muñecas, de mates y taleros y facones de plata,
recuerdos y ñoñerías. Y allá, y acá, puestos de fruta y
"parrilladas", negocios de todas partes y de todas clases, con su
reluciente surtido de baratijas. Y entre ellos, entre el polvo de la calleja,
que hierve de gentío, se ven las familias campesinas con la humildad de su
porte engalanado de pañuelos multicolores y las "guaguas" que miran y
desean con deseos de pobreza y que caminan con el cansancio de los días plenos
de las fiestas. Y se ven los tahures con sus juegos de "la fortuna" y
se oyen los gritos de los pregoneros que llaman al hombre indiferente y de los
que ríen y cantan. Y sienten tufos de alcohol y de viandas, todo entremezclado,
en una sola confusión de olores, de ruidos y sonidos.
La procesión, que se celebra
el día de la Ascensión, en Mayo, es solemne. Al paso de la pequeña cruz se oyen
los estampidos de las bombas y de los cohetes, se desgajan los árboles, cuyas
hojas emplea la gente devota para hacer infusiones medicinales, por la creencia
existente de que han sido bendecidas por la presencia de la Santa imagen: se
queman cohetes en las patas de los caballos que han sido hallados por sus
dueños y que de esta manera cumplen con la promesa que hicieron al perderlos;
se reza, se canta, y pasadas las fiestas, cada cual retorna a su rancho,
perdido en la distancia (CCIII).
Fuente: El Folklore de Santiago del Estero - Orestes di Lullo
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