El Clima en Santiago del Estero

11/12/22

"Por que hieres al cantar"

 Por; Jorge Washington Abalos



Mi animadversión por las hormigas no se origina en el daño que estos insectos producen como plaga, pues en mi condición de biólogo cualquier fenómeno de vida me resulta justificado.

No atribuyo mi tirria a razón alguna digna de psicoanalistas, como podría serlo el haber metido en los albores de mi niñez la pata en un hormiguero, con su urticante consecuencia; mi espíritu de justicia me hace comprender que a nadie le gusta que le aplasten la casa.

Creo que mi ojeriza tiene por origen esa laboriosidad obsesiva de las hormigas, las que parecieran estar echando en cara a la gente el "dolce far niente", pues ellas (las hormigas) ni siquiera respetan, como deberían hacerlo todos los animalitos de Dios, el descanso hebdomadario... por lo menos.

Sospecho que quien me ha inculcado -con intención opuesta esta inquina ha sido el fabulista galo, con aquello de la cigarra y la hormiga que comienza:

La cigale, ayant chanté

tout l'été.

Se trouva fort déporvue...


Nunca entendí bien el porqué hubo de agarrárselas con el pobre coyuyo, dándole con el blando del hacha, para destacar la laboriosidad obsecuente y antigremialista de la hormiga. Quizá por esto he tenido siempre un interés atento a explicarme la razón del canto de las chicharras, sabiendo que en la naturaleza no tiene vigencia la copla popular:

 

No canto porque te quiera

 ni pa' que vos me querás.

Canto por andar de vicio,

canto por cantar, no más.

 

En la naturaleza, los animales - aunque su accionar sea instintivo- tienen siempre un motivo en su proceder.

Si hemos de guiarnos por la fábula, el canto de las cigarras no es tarea especulativa, sino puro fandango. ¡Craso error! El único bicho que canta por razones estéticas (bueno.... no siempre) es el hombre; por eso es que el ingenuo fabulista ha intentado extraer la moraleja partiendo de una posición antropocéntrica preñada de prejuicios. Sería interesante Investigar la razón por la cual los fabulistas se la han tomado con la pobre chicharra para inventar sus moralejas (a las que, felizmente, nadie lleva el apunte), basándose en hechos biológicos incorrectamente observados y pésimamente deducidos. Recuérdese "Cicada et Noctua" en la que se acusa a la cigarra de interrumpir con su canto el honesto sueño del búho quien, por sus correrías nocturnas (sobre las que el autor no abre juicio) debe dormir todo el día. Y esto de "quien no se aviene a las leyes de la humanidad paga el castigo de la soberbia" me parece excesivo en el caso.

Si las cigarras no cantaran, muchos milenios atrás hubieran desaparecido de la faz de la tierra. La competencia en el mundo biológico es implacable, cruel, sin concesiones. Quien no devora es devorado. Además, el animal debe crecer y reproducirse.

Muchas veces el secreto está en la palabra misma: "cigarra", así como "chicharra", se origina en cicada, quia cito caedi, es decir, que hiere al cantar.

El animal tiene que evitar ser devorado y debe reproducirse... Investigaciones realiza- das hace pocos años por especialistas de la universidad de Princeton, Estados Unidos, han develado el secreto del canto de las cigarras. Los cicádidos se cuentan entre los más ruidosos de los insectos; recuerden el haikai de Bashio, poeta japonés del siglo XVII, que nos sirve de epigrafe: "penetrando las rocas, el canto de la cigarra". El aparato de sonido del macho y el órgano del oído en ambos sexos fue identificado hace ya muchos años, y resultan ser los más notables del mundo de los artrópodos..

Debo acotar aquí que la copla popular que sigue no se ajusta con objetividad científica a la ubicación del aparato sonador de los coyuyos:


Yo también sabía cantar,

no con caja ni guitarra,

cantar con mi sola boca

como cantan las chicharras.

 

(Es claro que los santiagueños sabemos, sin ningún tipo de duda científica o filosófica, lo que la copla expresa; sólo quiero salvar mi prestigio científico).

En un área determinada, las chicharras de especies dadas nacen a la condición de adultos alados en camadas cuya aparición es súbita. Acotemos que algunas de las especies tardan hasta diez y siete años (sico) en alcanzar la condición de adulto que las saca a la luz del sol, pues pasan todos sus estadios de desarrollo bajo tierra y evolucionan, allí enterradas, alimentándose de los jugos de las raíces de las plantas. La vida del adulto alcanza a durar sólo pocas semanas; es por esto que su bullanguera presencia concluye tan rápidamente como comenzó. Como se ve, aquello de Yo soy como la chicharra / corta vida y larga fama..., se refiere sólo a su breve aparición en público.

El mismo Bashio dijo en otro kaikai:

Canto y muerte

de la cigarra

en el mismo paisaje.

 

Aunque en otro poema expresara:

 

¡Qué van a morir!

Nada descubre el canto

de la cigarra.

 

Las coplas santiagueñas confirman la duración indefinida de la vida de la chicharra:

 

Soy lo mismo que coyuyo,

cada año salgo a cantar:

domingo, lunes y martes,

tres días de carnaval.

 

Yo soy como el agua clara

que corre bajo del yuyo.

Aquí te vengo a cantar,

al año, como el coyuyo.

 

Quienes arman la jácara son los machos. Como nacen varias especies a un tiempo, entremezcladas, el canto simultáneo de cada una de ellas tiene por objeto segregarse para el amor. Emitiendo su canto, los machos se llaman unos a otros y se reúnen en el extremo de las ramas de los árboles, separándose por especies. Luego las hembras responden al reclamo y se les unen, consumándose la cópula. Las experiencias realizadas han de mostrado que las distintas especies insmiscuidas tienen un oído de sensibilidad específica para el llamado de los de su raza, y son sordas al sonido de las otras; de modo que no se produce promiscuidad sexual. Dicho de otro modo, aquello de "si te perdés, chiflame" está aquí llevado a lo exquisito.

El lector habrá comprendido ahora que el jacareo de las chicharras cumple una función biológica ineludible para la perpetuación de la especie. Es claro que al mismo lector le cabe ("en este estado", como diría un aséptico notario) el derecho a preguntar: "¿Y para qué pitos nacen a un tiempo, en un área determinada, varias razas de cigarras?". Amigo, aquí está el quid de la cuestión. Aunque un aforismo biológico dice que ante un mismo problema de vida los distintos animales lo resuelven por caminos diferentes originándose así la diversidad de los seres vivos, la naturaleza no arma todo un mecanismo para dar una respuesta complicada a un problema de solución simple; pues con sólo desplazar ligeramente en el tiempo la aparición de los adultos de las distintas especies, lograría su objetivo. Pero no acuse a la naturaleza. Cuando usted no logre interpretar un fenómeno biológico, no lo juzgue. La naturaleza ha recurrido a la aparición simultánea de varias especies para salvarlas de la destrucción; para asegurarles la sobrevida. Otra vez he dejado al lector "sentado al borde de la duda". Pero creo tener derecho a ello: los biólogos han permanecido perplejos durante siglos ante la incógnita.

¿Conoce los pájaros? ¡Es claro que los conoce!, son las bellas, multicolores aves canoras que en las mañanas campesinas nos despiertan con trinos que nos hacen sentir la grata sensación de vida, de pertenecer a un mundo maravilloso... Pero, por un momento, conviértase (sea esto dicho con todo respeto) en un insecto y piense en el enorme pico de un horroroso ser alado y lleno de plumas que viene a engullirlo. ¿De qué mecanismos se valdría usted para salvar su querido pellejo? Porque, aunque uno sea un miserable gusano, nada hay más importante que el pellejo. Los insectos (no pierda de vista que a efectos de la imaginaria experiencia que le he propuesto usted es un insecto) utilizan di- versos métodos: la venenosidad a la ingestión, el mimetismo, la dureza de su coraza... son innumerables los recursos protectores. Por su parte, las chicharras han descubierto uno que usted ya lo sospecha... Acertó, es el sonido.

Al registrar la salmodia de las cigarras, los aparatos electrónicos establecieron que la asociación del coreo de las distintas especies involucradas se complementa, cubriendo una gama de sonido que resulta repelente a los pájaros predadores, manteniéndolos alejados del área. Si el lector gusta de refinamientos, agregaré que la algarabía de los coyuyos interfiere, además, la comunicación entre las aves. Sobre la intensidad, diré (para no hablarle de dines por centímetro cuadrado y otras unidades) que los técnicos del laboratorio de investigaciones auditivas que realizaron el trabajo debieron turnarse con frecuencia en la tarea, pues la acción sónica del área les provocaba, a los pocos minutos de estar sometidos a ella, silbidos en los oídos, mareos y aturdimiento que duraban horas.

¿Ha quedado satisfecho? No. Luego de haber absorbido el impacto de la maravilla ésta del mecanismo que le he descripto, usted se plantea nuevamente la duda: "Entiendo la protección que la Naturaleza presta a estos insectos; pero... ¿es que hay hijos y entena- dos? ¿Cuál es el destino de esos pájaros que se alimentan de ellos?

Con la suficiencia de zoólogo que me resta (aunque me estoy quedando en llanta) aún puedo responderle: En los días nublados en que la temperatura ambiente desciende, los insectos no pueden cantar y los pájaros hacen su agosto; además, a la mañana temprano y en la tarde, luego que el sol entra, hay un periodo en el que los coyuyos no pueden poner en marcha sus "rompeoldos" y son también presa de las aves.

La Naturaleza, la sabia Naturaleza equilibra esta pérdida con una superpoblación compensadora de cigarras. A propósito, ¿conoce el lector el significado de la palabra proletario? Pero dejémonos de disquisiciones que exceden nuestra área de trabajo. ¿Satisfecho con la explicación zoológica?

Ya veo que le queda una duda. Le confieso que yo también la tengo: siendo el equilibrio biológico -como acabamos de ver en este pequeño ejemplo - un mecanismo de tan extraordinaria precisión y delicadeza, ¿tiene el hombre derecho a alterarlo sin medir bien los riesgos?

Y termino esta nota porque no quiero exponerme a que el lector, cansado ya con mi zumbo, me salga con la copla aquella que comienza:


Deja de cantar, chicharra,

que ya m'estás atontando...

                                           Jorge Washington Abalos

Fuente: http://revistafolklore.com.ar/


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