Domingo A. Bravo
Corrían
los tiempos bravos de la montonera. Época heroica de la guerra gaucha, donde
hombres, lejos de las mujeres y de los niños, dirimían sus cuestiones, peleando
de soldado a soldado, en los campos de batalla. Época del coraje legendario
cuando los jefes eran soldados que avanzaban al frente de sus tropas en las
arremetidas, sentían el silbido de las balas sobre sus cabezas y exponían sus
pechos a la terrible lanza seca del adversario en los embravecidos entreveros.
Por
aquel entonces nuestra provincia, Santiago del Estero, estuvo, como sus
hermanas, dentro del juego trágico de la desavenencia fratricida.
El
siguiente episodio pertenece a un aspecto de esa guerra civil: a la lucha entre
tucumanos y santiagueños. Estos, en los vaivenes de la contienda, eran,
sucesivamente, invasores o invadidos según la cambiante suerte de los
acontecimientos; lo que no quitaba que fueran compañeros de armas cuando las
circunstancias lo requerían, como ocurrió después de la batalla de Pozo de
Vargas y como había ocurrido antes en la magna epopeya de la independencia.
En
esta guerra de hermanos se produjo la invasión tucumana de 1853.
El
gobernador de Tucumán, don Celedonio Gutiérrez –para cobrarse un viejo agravio
con los Taboada-, reunió un ejército de 3500 hombres e invadió la provincia.
Entro por Rio hondo y se acercó a la capital.
El
gobernador, don Manuel Taboada, sorprendido y sin fuerzas para resistir,
tomando campo afuera, abandono la ciudad para defenderla mejor, reconquistarla
y rechazar de su tierra nativa al invasor.
Se retiró al sud para reunirse con su
hermano, el general Antonino, que acudía apresuradamente en su auxilio con
refuerzos importantes.
Don
Manuel Taboada había delegado el gobierno a don Pedro Olaechea, que andaba con
su despacho a gobernador a retaguardia del ejército.
Unidas las fuerzas defensoras, buscaron la
batalla. Y esta se produjo el 21 de octubre del citado año de 1852 en
Tacañitas, “lugar” situado en las proximidades de Loreto, al sud”.
El
choque fue terrible. El coraje enardeció las almas. Al lado de los soldados
combatían los jefes envueltos en la refriega. En el ardor de la contienda, a
grandes voces, el coronel tucumano don Tomas Lobo retaba a duelo singular al
gobernador santiagueño don Manuel Taboada. Este oyó el reto y recogió el desafío.
Radiante de entereza, con la pujanza indómita de su sangre gaucha, lidiaron en
duelo a muerte, hombre a hombre, mano a mano, sobre la caldeada arena de la
contienda. La ansiedad abrió un paréntesis sobre el campo. Los combatientes los
dejaron pelear. Ninguno intento intervino. Culebrearon los cuerpos, centellaron
las miradas y brillaron las armas a los rayos del sol. Chocaron los aceros. El
encuentro fue rápido y decisivo. Paso como una ráfaga. Relampaguearon las
espadas y la empuñada por son Manuel Taboada cayo, fulminante como un rayo, sobre la frente de su adversario.
Hubo
un minuto de estupor. Luego… quedo en tierra, exánime sin vida, el cuerpo
yacente del jefe tucumano. (1)
Los
invasores huyeron en derrota… los vencedores, con los lauros del triunfo,
retornaron a la ciudad.
(De “Episodios provincianos”, primera
serie, 1868)
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