A mediados de los 50 el folklore argentino alcanzó un
momento de auge, con artistas reconocidos y un creciente mercado de consumo
musical. Fue, también, la época que abrió paso al surgimiento de los grandes
festivales folklóricos en diversas ciudades del país. Este apogeo de la música
popular argentina aparejó una serie de debates en torno al camino artístico y,
en definitiva político, que se debía transitar. En este marco es que el 11 de
febrero de 1963 se publicó el Manifiesto del Nuevo Cancionero, elaborado por un
grupo de artistas radicados en Cuyo, pero con una fuerte radiación nacional.
En la mañana de aquel 11 de febrero apareció una nota en el
diario Los Andes de Mendoza con los lineamientos generales del Manifiesto y una
foto con algunos de sus firmantes: Armando Tejada Gómez, José Carlos Sedero,
Tito Francia, Horacio Tusoli, Víctor Nieto, Oscar Matus y una tan joven como
hermosa Mercedes Sosa. Por la noche, y ante un auditorio repleto, el grupo
presentó el manifiesto con un recital en el salón del Círculo de Periodistas
mendocinos.
Si bien el Manifiesto remarcaba que el Nuevo Cancionero era
un movimiento "literario-musical,
dentro del ámbito de la música popular argentina” y que no nacía “por o como oposición a ninguna manifestación
artística popular, sino como consecuencia del desarrollo estético y cultural
del pueblo", estaba claro que se enmarcaba en una específica visión
política y social, propia de la ideología de izquierda de varios de los
autores.
Para el movimiento, “este
resurgimiento de la música popular nativa, no es un hecho circunstancial, sino
una toma de conciencia del pueblo argentino. (…) un signo de la madurez que el
argentino ha logrado en el conocimiento del país real. Son los primeros
síntomas masivos de una actitud cultural diferente; ni desprecio ni olvido”.
Este fenómeno general era interpretado a partir de las transformaciones
sociales generadas por el proceso de sustitución de importaciones, que había
atraído numerosos contingentes de habitantes del interior hacia Buenos Aires,
ciudad que tendría “su tercera fundación”.
Fueron estos refundadores de la capital los que traerían su música autóctona a
la gran urbe portuaria, que se trasformaría en un enorme mercado de consumo
folklórico.
El Nuevo Cancionero reconocía en Buenaventura Luna y
Atahualpa Yupanqui como los precursores para el “impulso renovador que amplía su contenido sin resentir la raíz
autóctona”.
Entre otros aspectos, el Nuevo Cancionero se proponía “buscar en la riqueza creadora de los autores
e intérpretes argentinos, la integración de la música popular en la diversidad
de las expresiones regionales del país”. Además, pretendía “aplicar la conciencia nacional del pueblo,
mediante nuevas y mejores obras que lo expresen”. En definitiva, el
objetivo era potenciar las expresiones artísticas autóctonas, mediante una
integración artístico-musical “en la
diversidad de las expresiones regionales del país”.
También se postulaba una crítica abierta hacia el
mercantilismo capitalista, en especial en cuanto a la superficialidad de su
mensaje y al encarecimiento de los productos culturales. En ese sentido, se
manifestaba que se “desechará, rechazará
y denunciará al público, mediante el análisis esclarecido en cada caso, toda
producción burda y subalterna que, con finalidad mercantil, intente encarecer
tanto la inteligencia como la moral de nuestro pueblo”.
Otro postulado importante, que vincula a este movimiento con
otros similares surgidos en la segunda mitad del siglo XX en todo el continente
americano, es la búsqueda de “comunicación,
el diálogo y el intercambio con todos los artistas y movimientos similares del
resto de América”.
Por último, el manifiesto “afirma que el arte, como la vida, debe estar en permanente
transformación y por eso, busca integrar el cancionero popular al desarrollo
creador del pueblo todo para acompañarlo en su destino, expresando sus sueños,
sus alegrías, sus luchas y sus esperanzas”.
Con el correr del tiempo, numerosos artistas adhirieron al
manifiesto, entre otros, Víctor Heredia y León Gieco. El Nuevo Cancionero fue
una toma de posición por parte de un selecto grupo de artistas populares
argentinos. Esa posición, con matices y lógicas transformaciones, perduró en
las décadas siguientes como horizonte artístico, musical y político. A
cincuenta años de su publicación, aquellos ideales se mantienen inalterables en
la trova y el canto popular argentino.
Fuente: Pablo Camogli – FBK Patio Santiagueño
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