Adaptado de El folclore de Santiago del Estero de Orestes Di
Lullo (1943).
Muerta la persona, se la viste con una mortaja de lienzo
blanco o negro, cubriéndole la cabeza con una caperuza. Si no había mortaja y
el muerto era un hombre rico, se lo vestía con el mejor traje, pero se le
sacaban los botones. En el caso de ser mujeres, se les colocaba un vestido al
que se le quitaba el ruedo y los adornos del mismo. También, si al muerto se le
ponían zapatos, se le quitaban los tacos para que no hiciera ruido en el
momento en que "Tata Yaya" lo recibiera.
Al caer la tarde se sacaba el cadaver al patio para velarlo,
y se lo colocaba en un catre de tiento voleado, es decir, con las patas del
catre para arriba.
Durante toda la noche lo velaban: rezos, cantos después de
rezar el rosario y llantos de deudos y concurrentes en recuerdo de sus parientes
"perdidos". Aquí estaban las "lloronas," profesionales que
con sus gritos de dolor evitaban posibles comentarios acerca del nivel de dolor
real que la muerte de una persona había provocado. Era común escuchar entre los
llantos palabras estremecedoras como "Queridituy," "Ay
señoritay". Entre tanto, se preparaba en la misma casa el cajón y la
escalera en que se transportaría al muerto. Los entierros debían hacerse por la
mañana.
Luego de la despedida en casa y el cierre del cajón, seis
hombres cargaban al hombro la escalera sobre la que se ataba el féretro para
llevarlo al cementerio. Otros tantos iban de relevo. Antes de salir se hacía
dar al ataud una o dos vueltas casi al trote alrededor de la casa, para que el
"finao se desprenda y se despida". En el camino se producía el relevo
de los que llevaban el cajón sin detenerse, para evitar que en ese lugar el
muerto espantara en el futuro. En caso de llevarse el cajón en un vehículo, se
lo debía cargar con el mismo en movimiento y no parar hasta llegar al
cementerio por la misma razón.
En la procesión hacia el cementerio, los deudos iban
adelante y los de relevo detrás, en ese orden, pues de lo contrario la gente
creía que el cadaver aumentaba de peso y querría volverse para la casa. El
cadaver debía ser llevado con la cabeza para atrás, para evitar que quiera
volver y espante. Poco antes de llegar, se tocaba un redoble de tambor. Ante la
fosa se destapaba el ataud para dar un último adios, lo que se hacía tocando la
cara al muerto. Para bajarlo se le cubría la cara con la caperuza. Una vez en
la fosa, el enterrador le descubría la cara nuevamente, pero desde atrás, para
que el difunto no lo viera. Luego, cada uno de los presentes arrojaba un puñado
de tierra sobre el cajón. Una vez concluido el acto, los acompañantes volvían a
la casa, donde se servía un almuerzo.
El día del entierro se barría la habitación del difunto,
pero la basura se acumulaba en un rincón hasta que pasara la novena. Al día
siguiente del entierro empezaba ésta. Durante esos nueve días había que dejar
en el cuarto del muerto una cruz, una vela encendida, un vaso de agua y un
rosario. La silla de la rezadora no podía tocarse durante esos nueve días.
Tampoco había que barrer la habitación en ese periodo y los dolientes no debían
peinarse ni trabajar durante esos días.
En caso de muerte "repentina," se
acostumbraba invitar al difunto por tres veces diciendo "vamos a
casa," para evitar que espantara en el futuro. Además, había que dejarle
una cruz en el sitio en que murió y durante un año. Pasado el año, había que
clavar la cruz a orillas del camino, para que le rezaran los caminantes.
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