Felix Coluccio
Cuenta la tradición que Telésfora Castillo, a quien llamaban
Telesita, había nacido en Tolojona, en la costa saladina de Santiago del
Estero.
Era de extraordinaria belleza y ambulaba constantemente por el interior
de los bosques, frecuentando algunos boliches donde cantaba y bailaba, habiendo
quien asegura haberla visto en la misma ciudad de Santiago del Estero.
Los
paisanos se acostumbraron pronto a la Telesita, a quien querían por su bondad y
sencillez. Pero un día -ellos lo dicen- amaneció quemada en un rancho, habiendo
quien afirma haberla hallado muerta en una acequia a tres leguas de la ciudad
de Santiago del Estero. Lo cierto es que después de su muerte, la Telesita
estaba más cerca de los campesinos que antes y se le han atribuido milagros
sorprendentes. Se encomendaban -y aún lo hacen- a ella, ofreciéndole un baile
con bombo y violín. Y aseveran que así que se producía una pérdida de algún
vacuno o prendas de valor eran robadas se hallaban indefectiblemente después de
ofrecerle un baile en el que abundase el aguardiente hervido con poleo.
Las
reuniones que se hacen en su homenaje se llaman de todo el país, sobre una u
otra canonización popular, las conferencias y mesas redondas, así como los
libros editados para difundir su conocimiento, algunos exclusivamente sobre una
sola canonización, como ha ocurrido con la Difunta Correa, Pancho Sierra o la
Madre María.
Telesiadas, y se llevan a cabo en la casa del que ofrece el
baile. Se prepara un muñeco de papel o trapo y se lo coloca sobre una mesa o
catafalco, simulando así el cuerpo de la Telesita. Cuatro o cinco velas puestas
a su alrededor se encienden antes de comenzar el baile. Cuando éste se inicia,
el promesante y su mujer bailan siete chacareras seguidas, y entre una y otra
se bebe una copa de caña o aguardiente (los dos danzarines). Después se
generaliza el baile y corre abundante la caña, cerveza o vino u otra bebida
cualquiera. La música se ejecuta especialmente en los siguientes instrumentos:
caja, bombo, violín y guitarra.
Las canciones que tradicionalmente se tocan son chacareras,
zambas, gatos, etc. También se escuchan "coplas al angelito", es
decir, no alusivas a ella. La fiesta termina a la madrugada, hora en que la
imagen de la Telesita es quemada ritualmente, para rememorar el triste fin que
en vida tuvo la Telésfora.
La Telesita tiene ciertos puntos de contacto en lo que se
refiere a la posibilidad de culto y ofrendas, de rescatar lo perdido, con el
Negrito del Pastoreo, el Alma del Quemadito y la Difunta Correa en nuestro
país, con el Sacy Perere en Brasil y el Señiles de Panamá.
RICARDO ROJAS- de su libro "El país de la Selva"
Requirió el capataz sus armas, y caminó tras el paloapique,
por la orilla laguna. Llegaban del callejón bullentes ecos, y hasta la
tranquera del corral los visionarios perros atropellábanse toreando. Nada se
discernía, sin embargo, a pesar de la noche diáfana. Algunos sauces lacios
sombreaban la opuesta margen, hasta donde se extendía el agua, aplanada en
quietud de espejo. De súbito, varios patos domésticos que dormitaban por
allí,se despertaron parpando pavores a la desaforada, cuando una sombra pasó de
fuga bajo aquellos árboles, reflejándose invertidas en el bruñido azogue de la
presa. Se hizo largo silencio, el hombre corrió hacia allá, y vió a la
aparición, semivestida de harapos, pugnando por safarse de los perros, y
apercollándola, gritóle:
_¿Sois de este mundo o del otro?
La luna se arrebujó de nubes en aquel instante; sutil
penumbra veló como de intento la campaña, y una carcajada estridente, larga,
cromática, respondió a su reclamo.
¡Era la Telesita!
Tiempo hacía que peregrinaba por los bosques tan extraña
mujer. Conocida su fama y su bondad, la acogieron caritativamente; pernoctó en
el galpón y al día siguiente avióse, para aparecer después a las riberas del
Dulce o sobre la costa del Salado. Se llamaba Telefora o Teresa; tenía padres y
hermanos; hasta se indicaba el sitio de su cuna: Paaj - yaquitu... Pero tanto
había impresionado al alma crédula de la raza su vida vagabunda y excéntrica,
que comenzaron por adulterar en diminutivo de leyenda su nombre bautismal, y
concluyeron después de su trágica muerte por convertir su espíritu en una
especie de Dionisios femenino y sin forma, cuyo culto en la selva era como en
la Grecia jubilosa, culto de guirigayes y coplas, de libaciones y danzas.
Yo he visto esas ceremonias.
Habíamos galopado largo trecho del monte, y a fin de que las
cabalgaduras descanzaran, nos detuvimos en un rancho, casi a mitad de nuestro
camino. Al acercarnos, se sintió la música entre la confusa arbórbola; y
columbramos después el grupo de los que en el antepatio de la choza, bailaban a
la luz de la luna. Moraba allí una vieja alegre, bien conocida en el lugar, por
ser la madre de dos muchachas jóvenes, zarca de ojos la una, morena de tez la
otra, y ambas dispuestas siempre, lo mismo para una arunga que para un marote.
Siendo sábado esa noche, estaban de fiesta...
Cuando asomamos al corro, un hijo de una señora, jarifo como
sus hermanas vino a ofrecerme su anacrónico chambao de aloja, a menos que
prefiriese escanciar jinebra, en bote donde habían suxsado ya más de veinte
labios.
Danzaban chacareras en aquel momento, y a son de cuerdas, el
cantor decía:
Si de cristales fuesen
Los corazones
Qué bien claras se viesen
Las intenciones.
Y uso los pies de la pareja, en la postrer
mudanza,chisporrotearon cohotes; zahumóse el aire con el hedor de la pólvora;
corvetearon caballos bajo los árboles; sonaron voces y palmoteos en la turba; y
así volvió a mostrárseme el cuadro ya conocido de las orgías selváticas. No
siendo carnaval , ni reyes, ni noche buena, ni otra alguna de las ocasiones
clásicas, pregunté el motivo de la fiesta.
- Es una promesa a la Telesita. - me bisbisó un paisano cuyo
bigote en garfio adornaba las ondas comisuras de su boca sensual. Averigué
quién era la Telesita, y él respondióme con laconismo rehacio:
- Ánima milagrosa...
Como en ese instante se acercaba el ladino de la casa, él
abundó en explicaciones.
- Si usté quiere ganar una carrera, o sanar un enfermo, o
encontrar una cosa que se le pierda... vamos: algo que usté desea le hace una
promesa a la Santa.
- ¿Promesa de qué?
- De ponerle un baile.
Era su deidad milagrosa, la pobre loca oriunda de esas
breñas, santificadas por las devociones. Cuando vivió en el bosque, aparecíase
hoy en una estancia, más tarde en otras de comarcas luengas. Salvaba a pie
distancias fatigosas, recogiéndose a la vera de los caminos, donde asustaba
muchas veces a los viajeros nocturnos, o pidiendo albergue en los ranchos,
donde enconde tales jornadas. traba un chuse para dormir, un lienzo para cubrir
su engurrunido seno, y para el hambre o la sed de tales jornadas: aloja, charqui,
locro, amka, lo que pudiesen darle en el desmantelado chocil. Vagaba sin cesar
y sin destino, llevando inoficiosamente a cuestas, sobre el pachquil de la
cabeza, de un punto al otro de la selva, carga de leñas y de trastos. La
acogieron primero con timidez, en seguida con piedad, al fin con cierta
supersticiosa inquietud... Era su rostro bello dentro del tipo de la raza; pero
la fijeza anormal de su mirada, cernía sobre su faz algo de lúgubre _ el
almaentera náufraga en ancestrales desventuras.
Y agregaba mi interlocutor:
- El promesante paga las velas y los licores.
Entonces preguntábale yo:
-¿y qué se hace en el baile?
A lo cual respondía generosamente:
- Cupar y danzar y cantar... El promesante debe tomar siete
copas por Ella... Cuando las velas se acaban, el baile sagrado concluye; pero
quienes quieran pueden seguir.
-¿Y las velas?
- Ahí están- y se empinó, señalándome con el índice catorce
cabos derretidos y coronados por tantas llamas lívidas que oscilaban, umbral
adentro de la oscura choza, sobre una mesa adornada de randas y flores.
El rito encerraba, quizás, mucho de ingenuo, mas en su
espíritu era fiel a la tradición. La Telesita había sido alcoholista y
aficionada a los bailes. Muchas veces desvió su rumbo al oir en la noche de las
espesuras natales, el compás de los bombos. La acogían también allí; y este
recuerdo debió inspirar de nuevo en medio de la selva santiagueña, los cultos
dionisíacos que originaron la tragedia antigua: no faltaban ni la deidad
orgiástica, ni la ronda báquica ni el ditirambo del coro, a cargo aquí de los
trovadores populares:
Cuando un pobre se emborracha
De un rico en la compañia:
La del pobre borrachera
La del rico es alegría.
Veíase a las claras cómo se amrgaron allí las supersticiones
católicas del milagro, las costumbres paganas del bosque, y la suprema
intuición metafísica que adoraba al puro espíritu de la muerta sin haber caído
en las formas de un subalterno fetichismo: pues a nadie se le hubiese ocurrido
tallar en la madera de sus árboles la efigie de la santa.
-¿Lo ve a ese mozo que está pintando cerca del violinista?-
me preguntó después el del coloquio.
-¿Cuál?
- Ese saco blanco ... Bueno: ese mozo estaba muy mal
enfermo... ; lo agarró fuerte el costado...; quince días en cama....; ya la
médica dijo que no se iba a levantar... Le hicieron una promesa a la Telesita:
y ahí lo tiene usté.
Y como en el curso de la conversación preguntasen si ya
había concluído la parte religiosa del baile, me respondieron:
- No, señor. Este es más largo porque son dos promesas: la
otra fue para que la Telesita hiciera encontrar un caballo de mi primo.
- ¿Y lo encontraron?
- Sí, es ese mala cara que está en el palenque.
Seguían en el corro coplas, músicas, piruetas, contradanzas,
aplausos, chundas, zapateadas, libaciones, contoneos, zarabandas y cohotes-
mientras el mozo se expedía con tan fácil locuocidad, gracias a los licores que
escanciara.
¿Cómo había podido esa vida tan siniestra inspirar este
culto tan alegre? ... Fueron los días de la Telesita, torvas ambulaciones de
neurosis concluidas en un desenlace de tragedia. Recorrió los senderos como una
sombra de delirio. Lo despeinado de su breña encuadraba en hirsutos aladares el
rostro lleno de inconciencia mística. Impresionaban la orfandad de su suerte,
sus peregrinaciones angustiosas, la noche trágica de sus ojos, su mutismo
habitual y siniestro, su castidad incólume, y la juventud que ardía como una
llama lóbrega sobre su sexo ya marchito... Iba descalzo el pie, de sudores
tringosa la vestidura, y raída por la hostilidad de los ramajes... Hasta que
cierto día su cuerpo nómade se extinguió en un incendio de árboles, de donde su
alma taumaturga surgió beatificada por el espíritu del fuego.
Encaminándose
por el bosque en una de sus habituales peregrinaciones murió quemada, según la
tradición. Marchaba por su ruta, aquella tarde de invierno, aterida de frío,
cuando vio resplandecer a lo lejos un árbol coronado de llamas. Lo incendiaron,
tal vez, a designio, industriales que buscaban carbón; o casualmente propagóse
alguna hoguera dejada al pie por otros viajeros de la víspera. La vagabunda se
acercó para calentar sus entumecidos miembros, y una lengua de fuego, de las
que abrazaban el tronco, lamió el graciento andrajo de su falda, encendiéndola
de antuvión. Huyó la desventurada por la ruta, dando gritos atroces; pero el
viento contrario de su fuga atizábala cual a una desvastadora tea. Llagada
hasta los huesos, flameaban fuegos como alas rojas sobre sus hombros; y en su
frente, voraces llamas como cabelleras de furia. Y dijérase que allí, consumida
su carne por ese elemento de biblíca purificaciones, su alma desencarnada pudo
expandirse mas hermosamente trágica en la infinitud de su demencia, hasta que
olvidados los episodios reales de su vida, y perdurables sólo cuanto hubo en
ella de extraordinario, el viejo culto de los muertos la erigiese en deidad
protectora del bosque donde nació. FBK: patio santiagueño
No hay comentarios:
Publicar un comentario