Por Silvia Piccoli de Barrón
Cuenta mi abuela - cuando la nostalgia se
impone sobre todos sus sentidos y el ayer vuelve con la contundencia de los
momentos felices- que nada era más importante para una jovencita casadera de
los primeros años del siglo que se fue, que el paseo vespertino por la plaza
principal. Las mejores galas se
disponían desde temprano: los colores claros en las muselinas de los vestidos
de las niñas y en los sombreros, los lazos para la cintura, los chales, los
guantes y las sombrillas que, a la caída del Sol, servían como pretexto para
acentuar la elegancia y disimular las timideces, sobre todo a la vista de ese
pretendiente que se acercaba a saludar a los grupos de amigas que nunca, pero
nunca, se hubieran atrevido a pisar los senderos del paseo sin la compañía de
una madre o de una tía experimentada en las negociaciones previas a cualquier
compromiso matrimonial.
Cuenta también mi abuela que para 1910 la plaza Libertad era el lugar
más hermoso de la ciudad. En esos años
de sus remembranzas, nadie faltaba cuando en el quiosco de la retreta se
presentaba la banda de música para alegrar con sones y ritmos variados el
comienzo de las noches de verano. Se
imponía entonces la vuelta previa, como para tomar conocimiento de la
concurrencia, de sus atavíos y compañías; y después, encontrar una ubicación
que permitiera escuchar y no perder detalle de los movimientos de los
presentes. Terminada la música, el
saludo a los más próximos y el regreso a casa.
Si era sábado, un refresco y a dormir, que al cabo de una semana el rito
se repetiría como parte del ritmo amable y tranquilo de la ciudad antigua.
Cuando Santiago del Estero fue finalmente establecida junto al río
Dulce, todavía no se habían sancionado las disposiciones reales que fijaban que
toda ciudad hispana en América debía trazarse siguiendo el esquema de la
cuadrícula octogonal, con la plaza en el corazón del nuevo poblamiento. Pero
Santiago no nació con la forma que tuvo en sus primeros años por una cuestión
de falta de reglamentaciones, sino porque el instinto de supervivencia y el
sentido común orientaron a los fundadores a instalarla cerca de un curso de
agua que permitiera regar con relativa facilidad y llevar el agua a través de
acequias y canales hasta las zonas más alejadas del río. Claro, los españoles que fundaron Santiago no
imaginaron jamás que el manso Mishki Mayu adquiriría un rostro de muerte y
destrucción cada tanto y que asolaría al paso de sus aguas embravecidas lo que
dificultosa y penosamente lograban levantar los hombres. Tuvieron que pasar
setenta y cinco años y sucesivas inundaciones destructivas para que se empezara
a pensar en mudar la planta urbana un poco hacia el sur y el oeste, alejándola
de la ribera del Dulce para proteger a la capital de la Gobernación del Tucumán
del despoblamiento definitivo.
Plaza Libertad |
A fines del siglo XVI, la plaza central estaba ubicada en terrenos
próximos al convento y escuela de la Orden franciscano, de acuerdo con una
escritura pública firmada por Bartolomé de Mansilla en 1583. Esta ubicación se modificó a mediados del
siglo XVII cuando, trasladada la ciudad, la plaza fue delimitada en la zona
actual, en un descampado de tierra apisonada donde se reunían los vecinos en
toda oportunidad de importancia para la comunidad, para tomar conocimiento de
las novedades de interés para la vida pública o asistir a los desfiles de rigor
en ocasiones solemnes como las fiestas patronales o el juramento de fidelidad a
un nuevo soberano en la lejana España.
Las cosas se mantuvieron prácticamente sin cambios hasta principios del
siglo XIX. En 1808 se levantó el
edificio del Cabildo (donde hoy se encuentra la Jefatura de Policía) sobre el
lado norte de la plaza; allí había también algunas casas de comercio. En tanto,
el edificio actual de la Catedral se construiría sobre la vereda oeste durante
el mandato de Manuel Taboada, para inaugurarse en 1877.
Durante el gobierno de Absalón Rojas se inició la transformación que
convertiría a la plaza central en uno de los espacios públicos más
jerarquizados de la ciudad, como parte del proceso de modernización que
acometieron los gobiernos provinciales a partir de entonces. En 1887 se sancionó por ley el trazado de las
principales plazas y paseos públicos y se iniciaron las tareas de urbanización
que comprendieron la nivelación de las calles principales y su pavimentación
con adoquines. Dos años más tarde se
colocaron los primeros artefactos eléctricos del alumbrado público, cuya instalación
no pasó inadvertida no sólo por la luz tenue que se difundía por las cuatro
esquinas, sino también por la colocación de cuatro imponentes arcos metálicos
destinados a alimentar la todavía reducida red de iluminación callejera.
Hasta 1912 hubo en el centro de la plaza principal una columna que mandó
construir el gobernador Manuel Taboada en 1865, en homenaje a la libertad. El
monumento estaba coronado por la estatua de una victoria alada o
"niké", por lo que recibió el nombre un tanto exagerado de Pirámide
de la Libertad, denominación que se extendió a todo el paseo. En 1912 la columna fue demolida y en su lugar
se levantó el monumento al general Manuel Belgrano, con la estatua ecuestre que
se encargó a un taller europeo y que fue fundida en los talleres porteños del
maestro Julio Garzia.
Quizás por ese orgullo hispano heredado de la Colonia, vivir
"frente a la plaza" era un indicio de la importancia de la
familia. Pero si la ubicación del
domicilio confería jerarquía y respeto, también significaba un límite a la
privacidad.
El inmueble quedaba irremediablemente expuesto a la curiosidad de la
comunidad entera, que no quería perderse detalle de las modificaciones que
sufrían la casa y la vida de sus habitantes. En el primer lustro del siglo XX
se construyeron al frente de la plaza Libertad, sobre la calle Independencia,
las casas de Juvenal C. Pinto y de Lino Beltrán. Esto no habría significado en sí mismo nada
novedoso sí no fuera porque en ellas se aplicó por primera vez el revoque con
cemento Portland y se cubrieron con mosaicos los pisos de las habitaciones y
las galerías. Eran grandes adelantos constructivos, y sus ventajas higiénicas y
estéticas pronto se difundieron por los rincones de la ciudad, haciendo
suspirar a las señoras que todavía tenían zaguanes y cuartos embaldosados a la
francesa. Unos diez años más tarde, el intendente Napoleón Taboada hizo colocar
las primeras veredas de mosaicos con cordón de granito, que por supuesto fueron
las que rodeaban la plaza central.
Para entonces, la plaza iba adquiriendo, el perfil propio de todo paseo
principal de una ciudad moderna. Los árboles que antes crecieran sin orden ni
concierto fueron sustituidos en la primera década del siglo XX por una prolija
hilera de paraísos, bajo los cuales se colocaron bancos de hierro fundido y
madera. Hacía poco se había instalado
una fuente de fundición adornada con querubines y ritones de los que fluían
chorritos de agua, y poco después se emplazó el quiosco de la retreta en un
lugar central que provocó diversas quejas, ya que hubo quienes consideraron que
esa ubicación impedía tanto la circulación de los paseantes como la apreciación
adecuada de las presentaciones musicales.
Al menos hasta 1953, alrededor de la plaza Libertad se concentraban las
oficinas de la administración provincial. En ese año, la sede del Ejecutivo se
trasladó a la flamante Casa de Gobierno ubicada frente a la plaza San Martín y
construida por el arquitecto Aníbal Oberlander. Junto al hermoso edificio de
líneas coloniales donde hoy funciona la Jefatura de Policía se encontraban los
Tribunales y la Legislatura provincial, en el lugar que ocupa actualmente el
Palacio Municipal. Hacia el otro lado se construyó a principios del siglo XX el
local de la Sociedad Española de Socorros Mutuos, en el terreno que
perteneciera a la Imprenta y Botica Española de Celestino Alén. En 1949 el edificio fue destinado por el
gobierno provincial al funcionamiento de las oficinas de la Dirección de
Turismo. En su particular arquitectura se destacan las figuras de los atlantes
que sostienen el balcón del primer piso.
Tantas transformaciones físicas no impidieron que la plaza Libertad
fuera, especialmente a partir de los primeros años del siglo XX, el centro de
múltiples actividades sociales. En aquel
entonces tenían especial preferencia en el gusto de los santiagueños los
conciertos y serenatas que ofrecían periódicamente las bandas de música, que
registraban intensa actividad. Hubo conjuntos musicales integrados por niños,
entre los que se destacó la banda infantil de la Escuela de Artes y Oficios de
la Sociedad de Beneficencia dirigida por el maestro Enrique Rispoli. Pero también solían presentarse las bandas
del Regimiento 11 de Infantería de Línea, primero, y del 18 después, aunque la
más recordada y que ha perdurado inclusive en los vericuetos de la tradición
oral fue la banda que dirigió el maestro José Ruta a partir de 1906.
Cine Petit Palais |
Con los años, las calles adyacentes a la plaza también sufrieron
modificaciones: vieron aparecer locales de entretenimientos como el Café Tokio,
en la esquina de Libertad e Independencia, en 1930; o el Cine Petit Palais y la
Confitería del Águila, hoy desaparecidos. La concurrencia a estos lugares
agregaba mayor animación al paisaje del paseo principal porque, a la salida del
cine o al terminar el obligado café con los amigos, nunca faltaba la
"vuelta del perro" por los caminos que surcaban la plaza.
Desde entonces, muchas cosas han cambiado suele decir mi abuela.
Pero como un vestigio de alguna remota
información genética, los santiagueños seguimos prefiriendo a nuestra antigua y
siempre joven plaza Libertad, con sus canteros poblados de flores de estación,
sus árboles y sus pájaros, su fuente que evoca los meandros del Dulce y su aire
benévolo de paseo provinciano que invita al descanso y otorga a quien va de
paso rumbo a sus obligaciones cotidianas, un instante de alegría para los ojos
y el corazón.
Fuente: Fundación cultural
1 comentario:
Que hermosa información ❤️
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