Cuenta la leyenda que en el departamento Río Hondo, sobre la margen derecha del río Dulce, en la zona de las tierras movedizas, dos poderosos terratenientes que se dedicaban a la cría de ganado se alarmaron con la multiplicación de los vacunos que habían comprado a un forastero; indagaron y descubrieron que se debía a un toro con astas doradas que aparecía en las noches de luna llena en una aguada, a la que dieron el nombre de "Toro Yacu" (aguada del toro). El animal fantástico atraía a las vacas y se apareaba con ellas, pero la carne de los animales que surgían de esa unión era desagradable al paladar.
Cierto día, un criollo de la zona se propuso enlazar al toro de las astas doradas. Sorprendentemente, ese mismo día se presentó el forastero que había vendido las vacas a los paisanos. Apostó a viva voz que era imposible enlazar al toro. El criollo aceptó el desafío. Esperó la luna llena y salió hacia la aguada.
Tras muchos intentos, logró enlazarlo y arrastrarlo hasta la orilla. Pero el toro cortó el lazo y huyó, llevando tras de sí la hacienda del vecindario. En su huida hundió sus astas en el tronco de un tala, de donde salió un chorro de agua que bebió.
Luego de ese episodio, se lo vio solamente un par de veces más y desapareció como por arte de magia, llevando consigo a las vacas mestizas y a sus descendientes.
Dice la gente del lugar que el toro era una manifestación del mal y que fue el mismo diablo el forastero que vendió las vacas a los terratenientes y que desafió al criollo a enlazarlo.
El bien, logró ahuyentar al mal. El toro nunca más apareció. Sólo queda la leyenda, ya que las aguadas se fueron secando misteriosamente.
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