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28/2/24

Rastros historiográficos en la obra de Ricardo Rojas

 Por Agustín María Wilde / La Gaceta


¿Fue Ricardo Rojas un historiador?

Según Miguel A. Scenna, Ricardo Rojas pertenece a la tercera generación de historiadores argentinos, los cuales experimentaron el progreso material del régimen conservador y el cambio político con la Ley Sáenz y el radicalismo, para luego puntualizar que “el gran escritor realizó algunos importantes aportes al estudio de la historia nacional”. Encasillado como el autor de aquella laureada Historia de la literatura argentina, no fue ésta la única contribución en el terreno historiográfico del literato tucumano de raíces santiagueñas. Otros trabajos tempranos muestran su interés por los símbolos patrios, como aquella Historia de la bandera (1915), o por la evolución de instituciones como la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires, que historió en La Universidad y la Cultura Argentina (1921).

Además, Rojas había sido un destacado colaborador del Suplemento Literario de La Nación, y así lo recuerda el diario fundado por Mitre al cumplir un siglo: “Gran vínculo con La Nación mantuvo […] a lo largo de muchos años Ricardo Rojas. Sus ensayos de crítica e historia literaria, sus evocaciones de hombres ilustres difundieron su erudición, su sentido de los valores y su pasión patriótica”.

Identidad y pertenencia institucional

Encuadrado también como el forjador de una conciencia colectiva de los argentinos en tiempos del primer Centenario, Ricardo Rojas plasmó sus preocupaciones en La restauración nacionalista, un informe impreso en 1909 que trata aspectos educativos. Allí fijó “como una tarea que debía encararse de forma principalísima y urgente, la extensión de la identidad nacional entre las masas a través, entre otros medios, de la enseñanza de la literatura, la geografía y la historia argentina en la escuela”. Con idénticos tintes pedagógicos, escribió una secuela, La historia en las escuelas, aparecida en 1930. En esa misma línea, La argentinidad y Eurindia son otras piezas que connotan esa filosofía de la nacionalidad que iba trazando y en las que aborda, respectivamente, la conciencia nacional en la gesta de emancipación (1810-1816) y la experiencia histórica de las culturas americanas.

Miembro de la Academia Nacional de la Historia desde 1916 y de la Sociedad de Historia Argentina desde 1931, su pertenencia a instituciones de estudios históricos lo legitima, al igual que la opinión de los iniciados en el conocimiento del pasado. Ernesto E. Padilla, designado miembro honorario de la Universidad Nacional de Tucumán junto a Gregorio Aráoz Alfaro y Ricardo Rojas en 1941 y cuya afición por la historia es indudable, se refería a Rojas en una carta de 1945 en estos términos: “Tengo gran interés en volver a tener los tres primeros tomos de los Acuerdos Capitulares de Jujuy, de Ricardo Rojas […] Lo tenía esos tres tomos en Tucumán, pero he tenido la desgracia de que mi biblioteca histórica se haya despabilado”. También el constitucionalista Juan A. González Calderón, ávido por reivindicar al federalismo, citó el tomo III del Archivo Capitular de Jujuy en una conferencia que adquirió formato de libro en 1927, titulada La personalidad histórica y constitucional de las provincias.

San Martín: santificación y polémica

Entre la historia y las letras, Rojas incursionó en el género biográfico para tallar el perfil de algunos próceres. En 1933 se enfocó en el general San Martín y bautizó para siempre al personaje con el título de El santo de la espada, libro que llevaría al cine Leopoldo Torre Nilsson en 1970 y que permite afirmar que “[…] la consagración de San Martín como héroe nacional llega con Rojas al punto culminante de la santificación”. En 1945 siguió con el polémico Sarmiento en El profeta de la pampa, un volumen de 48 capítulos al que habían precedido sus estudios sobre la bibliografía y el pensamiento del sanjuanino, de 1911 y 1941 respectivamente. Por cierto, en Los arquetipos (1922) se había ocupado de “seis varones ilustres de la historia argentina”: Belgrano el patricio, Güemes el caudillo, Sarmiento el educador, Pellegrini el estadista, Ameghino el sabio y Guido Spano el poeta.

Narró otros episodios clave de la acción sanmartiniana como La entrevista de Guayaquil, a base de documentos analizados con criterios heurísticos. Aquí, en el manejo documental, Rojas aparece como un auténtico historiador, preocupado por la compulsa de fuentes para extraer datos fidedignos. Justamente, el recurso a la operación erudita propia de la disciplina respalda el relato de este ensayista con vocación histórica, que sería homenajeado en su provincia natal en 1954.

En otro registro, la polémica de algunos historiadores con la obra de Rojas opera sobre él un reconocimiento expreso en ese carácter, pues sus posiciones quedan sometidas al juicio de sus pares. Por ejemplo, el revisionista Julio Irazusta publica en 1950 San Martín y Rosas. Respuesta a Ricardo Rojas, y su colega Luis Soler Cañas hace lo propio en 1968 con un guiño a Ernesto Palacio: San Martín, Rosas y la falsificación de la historia. Las inexactitudes de Ricardo Rojas.

Lo histórico en lo polifacético

Más allá de los artículos que Ricardo Rojas redactó para la Revista de Filosofía fundada por Ingenieros, debe atenderse a otras dimensiones de su polifacética labor cultural. A su intensa actividad de docente universitario hay que agregar su actuación pública al presidir comisiones oficiales, como la del Monumento a la Independencia en Humahuaca. Esa inclinación de Rojas por lo histórico emerge incluso en el plano estrictamente literario, como lo revela La Salamanca (1941), un drama en tres actos y en verso ambientado en la época colonial y engarzado en la temática de los mitos y el folklore del mundo andino. / Fuente: La gaceta 

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