#LasMalvinasSonArgentinas
Visiones
de una batalla subterránea-Rodolfo Fogwill
“los
pichis”: fue una mañana de bombardeo. Estaban en la entrada y en la primera
chimenea y nadie se animaba a bajar al almacén, porque la tierra trepidaba con
cada bomba o cohete que “caía contra la pista, a más de diez kilómetros de
allí. El bombardeo seguido asusta: hay ruido y vibraciones de ruido que corren
por la piedra, bajo la tierra, y hasta de lejos hacen vibrar a cualquiera y
asustan. algunos se vuelven locos. Fumaban, quietos. El ingeniero calculó:
–si se derrumba la chimenea, el que esté abajo, en
el almacén, se
hace
sandwich entre las piedras...
Entonces
nadie quería bajar. tenían hambre. con toda la comida
amontonada
abajo, igual se lo aguantaban.
Fumaban
quietos. seguían las explosiones, las
vibraciones. a veces se oía una
explosión y no vibraba. otras veces vibraba y nada más, sin escucharse ruido.
¡Qué hambre!
–¡Qué hambre! –dijo uno.
–¡con qué ganas me comería un pichiciego! –dijo el santiagueño.
Y
a todos les produjo risa porque nadie sabía qué era un pichiciego.
–¿Qué...? ¿Nunca comieron pichiciegos...? –averiguaba el santiagueño–. allí– preguntaba a todos– ¿no comen pichiciegos?
había
porteños, formoseños, bahienses, sanjuaninos: nadie había
oído
hablar del pichiciego. El santiagueño les contó:
–El pichi es un bicho que vive abajo de la tierra.
hace cuevas. tiene
cáscara
dura –una caparazón– y no ve. anda de noche. Vos lo agarras, lo das
vuelta, y nunca sabe enderezarse, se queda pataleando panza arriba. ¡Es rico,
más rico que la vizcacha!
–¿cómo de grande?–así–
dijo el santiagueño, pero nadie veía. Debió explicar: como una vizcacha, hay
más chicos, hay más grandes. ¡crecen con la edad! la carne es rica, más rica
que la vizcacha, es blanca. como el pavo de blanca.–Es la mulita –cantó alguien.
–El peludo –dijo otro, un bahiense.
–”El peludo” le decían a Yrigoyen –dijo Viterbo, que tenía padre ra
dical.
–¿Quién fue Yrigoyen? –preguntó otro.
pocos
sabían quién había sido Yrigoyen. Uno iba a explicar algo pero volvieron a
pedirle al santiagueño que contara cómo era el pichi, porque los divertía esa
manera de decir, y él les contaba cómo había que matarlo, cómo lo pelaban y le
sacaban la caparazón dura y cómo se lo comían.
contaba
las comidas y quería describir cómo era el gusto del pichi, por qué era mulita
en un lugar y peludo en otro. cuestión de nombres, se dijo.
–¿saben cómo se cazan los peludos en la
pampa? –preguntó al
guien.Nadie
sabía. Fumaban quietos. Muchos seguían sin
hablar,
por respeto a las vibraciones, a las explosiones, tenían mie
do.–¡a tiros ha de ser! –contestó uno.
–No –dijo
el otro; era un bahiense–,
se lo caza con perros: va el perro, lo olfatea, lo persigue y el animal hace
una cueva en cualquier lado, para disimular la suya, donde esconde las crías, y
en esa cueva falsa se entierra y queda con el culito afuera. Entonces lo
agarras de la cola y lo quitas...
–¿Y los perros?
–ladran: respetan al dueño. pero tenes que
enseñarlos primero, si
no
te lo deshacen a tarascones. Después podes dejarlo panza arriba y cuando juntaste
varios los carneas, clavándoles cuchillos de punta en las partes blandas del
cogote. las mujeres saben pelarlo. a veces... iba a contar pero una vibración
fuerte hizo caer más piedras por el tobogán, que era la entrada, y uno dijo
“socorro” y alguien “mamá”, a lo que comentó Viterbo que no jodieran, que no
se dieran más manija, que si no muchos se iban a volver locos y que siguiera el
bahiense la historia.
–a los perros les gustaría matarlo. De dañinos, más
que por comerlo.
Pero
a veces –decía– el peludo se atranca en la cueva. saca uñas y se
clava a la tierra y como tiene forma medio ovalada no lo podes sacar ni que lo
enlaces y lo hagas tironear con el camión. ¿Y sabes...? –preguntaba a la oscuridad, a nadie, a todos.
¿sabes cómo se hace para sacarlo?
–con una pala, cavas y lo sacas... –era la voz del ingeniero.
–¡No! ¡Más fácil!: le agarras la cola como si fuera
una manija con los dedos, y le metes el dedo gordo en el culo. Entonces el
animal se ablanda, encoge la uña, y lo sacas así de fácil.
–¡así se hace con el pichi! –confirmó el santiagueño, contento.
–¡Y tienen cuevas hondas, hondísimas, de hasta mil
metros, dicen...! –comentó
el tucumano que casi nunca hablaba.
Nadie
creyó. Seguían los bombardeos. Fumaban quietos y escuchaban.
Pocos
querían hablar. Él dijo con voz medio de risa, medio de nervios:
–¡Mira si vienen los británicos y te meten los dedos
en el culo, turco!algunos rieron, y otros, más preocupados por las bombas y por
las vibraciones, seguían quietos, fumando, o sentados contra las paredes de
arcilla blanda y la cabeza entre las piernas. De a ratos les llegaba el zumbar
de los aviones y el tableteo de la artillería del puerto. Era pleno día sobre
el cerro. tenían hambre, abajo, en el oscuro.
Desde
entonces, entre ellos, empezaron a llamarse “los pichis”.
Fuente: Imasti
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