Abrumados por la necesidad y castigados por el olvido, más
de 10 mil hacheros se internan en el monte santiagueño, e inclusive hasta ponen
en riesgo su vida con un único objetivo: regresar cargados de postes de
quebracho colorado, para poder llevar a su familia un salario digno, aunque
saben que por más esfuerzo que pongan nunca dejarán de ser pobres.
Por CARLOS QUIROGA
Fotos: Gustavo Tarchini
Viven prácticamente a la intemperie, el campamento no es más
que una lona sobre unas cumbreras que les dio el monte, al igual que los palos
donde improvisan sus camastros. Allí en condiciones casi infrahumanas abrazan
sus sueños y descansos, y son conscientes de que la mordedura de una víbora no
les daría mayores posibilidades de vida, porque están alejados de toda
civilización y que para poder ser asistidos por un médico deberán transitar por
una huella tortuosa usando como único medio de transporte una bicicleta y que a
decir verdad para esa altura la fiebre no los dejará pedalear, así que no
tendrán otro remedio que encomendarse a los preparados mágicos de algún
curandero de la zona y rogar a Dios que la pócima haga el milagro.
La fiebre por el quebracho colorado empezó a principios del
siglo XIX, cuando se comenzó a trazar la vía férrea que uniría el norte con el
sur y traería progreso y prosperidad para los pueblos del interior. “Es una
madera más fuerte que el acero, por eso de aquí en más los durmientes van a ser
exclusivamente de quebracho”, dijeron las autoridades del ferrocarril y cientos
de santiagueños abandonaron sus antiguos asentamientos para partir tras una
nueva quimera, que los llevó a deambular por los lugares más inhóspitos y
recónditos de la extensa geografía provincial. Dejaron esposa e hijos y la tierra
que aunque fuera ajena le alcanzaba para cubrir su sustento. .¿Valió la pena
tanto sacrificio?: “No- sostiene terminante - Luis Garay, historiador e
investigador de la problemática hachera- . Hoy los quebrachos que fueron
sacrificados en beneficio del progreso que traería el ferrocarril yacen en una
vía muerta que hace ya tiempo ha dejado de ser transitada por el tren. Ese
falso progreso que nunca llegó se llevó a todo a cambio de nada. Dejó el monte
desbastado, miseria y desarraigo”.
El olvido de los hacheros fue una constante para la
industria forestal y los gobiernos santiagueños. Para que construir poblaciones
estables si ,por la propia característica del obraje, iban a tener una vida
efímera?.-Para que dotarlas de agua corriente, luz eléctrica, caminos,
escuelas, polideportivos, etc. si pronto extinguido el bosque de la zona y
depredada totalmente su fauna era necesario levantar todo, y comenzar desde un
principio, en otra zona virgen forestal?.-.
EN EL MONTE ES TODO HACHA
Alhuampa, ubicada a 220 kilómetros al noroeste de la capital
santiagueña, en el departamento Moreno .es un ejemplo de esa política
devastadora. . Allí conviven 383 habitantes que se quedaron con la ilusión del
progreso y que recién conocieron la luz eléctrica en 1997. Gabriel Arcángel
Galván, a quien todos en el pueblo conocen como “Vizcacha” recuerda con
impotencia cuando la riqueza se cargaba en forma de árbol y el sonar de hachas
no cesaba: “Ahora en cambio nos tenemos que ir cada vez más monte adentro para
conseguir un quebracho. Lo triste de todo esto es que aquí no sabemos otra cosa
que hachar. Tanto es así que en Alhuampa sólo tres personas no se dedican al
obraje, el pocero, el tractorista y el puestero de una estancia. Todos los
demás vivimos del monte”.
Ramón Ernesto Galván (34),“Sado” para los amigos, asiente
resignado las palabras de su compañero. Hace un par de años le detectaron
Chagas- , -lo que muchos no dudan en calificar como “el sida del sub
desarrollo”- que justamente ataca más en esta franja social, a los que habitan
en viviendas de tipo rancho. “La doctora me prohibió los esfuerzos físicos-
dice- y qué voy a hacer aquí, no hay otra cosa, aquí es todo hacha..Ahora me
tengo que conformar con ayudar con lo que puedo y haciendo el mínimo esfuerzo”.
Aunque no lo quieran reconocer, por temor a quedar sin
trabajo, el resto los hacheros sabe que no están exentos de seguir los pasos de
Sado y resignados por la falta de otra fuente de trabajo se internan una vez
por mes entre la espesura del follaje de los quebrachos para ganarse con el
sudor de su frente el sustento. Ellos no conocen de descanso, ni feriados y el
mes no comienza el 1 como para el resto de los mortales, sino con el proceso de
desarbustado. Durante esa primera semana deberán limpiar el monte para cuando
caigan los árboles no se estorben entre sí. Luego vendrá la tala, que por
cierto ya no es tan dura como antes cuando se hacía con hacha, ya que la
motosierra les permite ahorrar fuerzas y ganar tiempo. Los que tienen oficio
sostienen que ahora pueden voltear 40 árboles en 1 día.
Una vez que los quebrachos yacen en el monte, el hacha
volverá a ser la protagonista de sus jornadas de trabajo y con mucho cuidado
sacarán la corteza hasta dejar al quebracho al rojo vivo. Luego labrarán la
madera en forma prolija hasta dejar un poste perfecto. Algunos no quieren que
su trabajo se reduzca solo a la paga, por eso estampan su firma en el poste,
para que su esfuerzo perdure en el tiempo.
Finalmente procederán a sacar los postes por una huella,
solo transitables para las mulas y las zorras, que la llevarán hasta la picada
principal donde los cargarán en un acoplado tirado por un tractor que los
llevará hasta el playón.
CARENCIAS Y DESENCATOS Hoy las hachas fueron reemplazadas
por las motosierras en el proceso de talado, pero lo que no cambió son las
condiciones de vida de los hacheros, que siguen viviendo al igual que en el
siglo pasado, en condiciones infrahumanas. El mobiliario del hachero se reduce
a una mesa pequeña, la zorra, la olla , un jarro y la escopeta vieja. Y como
artículo de máximo confort del campamento sobresale una radio, que le permitirá
estar informados de lo que sucede en el mundo exterior y seguir de cerca los
resultados de su equipo de fútbol.
Una vez por semana el obrajero (él que compra la madera
producto de su esfuerzo) le lleva la mercadería y 200 litros de agua potable
que deberá hacer alcanzar hasta la próxima entrega. Por supuesto que la comida
no es muy nutritiva, se basa en fideos, arroz y cuanto animal se cruce en su
camino: corzuela, conejo, quirquincho, charata y chancho del monte. La poca
carne vacuna que consumirán será en forma de charqui, la única manera de
mantenerla fresca. Y si quieren comer pan del día, no les quedará más remedio
que amasarlo con sus propias manos, porque buscar una panadería en medio del
monte es una utopía.
En el invierno soportan temperaturas entre 7 y 10 grado bajo
cero y la única manera de sentirse abrigados es estar a la par de la fogata, en
donde arderán con facilidad esos leños de quebracho blanco: “Vio de sabio que
es el monte que hasta nos cobija del frío”, afirma, sonriente Alejandro
Castillo. Y en verano cuando el calor se hace sentir las temperaturas rondarán
los 40 a 45 grados, sin un ventilador que los refresqué y sin la posibilidad de
tomar una bebida fría que los reanimé ya que la luz eléctrica por esos lados
sigue siendo una promesa del progreso que nunca llegó. El verano es un infierno
en el monte santiagueño, por eso quieran o no deberán tomar un receso hasta que
el calor amaine y regresar a fines de febrero o primeros días de marzo.
La soledad en el monte se hace sentir:” No hay nadie con
quien conservar, excepto tu compañero, a quien durante la primera semana ya les
ha contado todo, con pelos y señales y te conoce como si te hubiera parido.-
sostiene Sado- Si ves una mujer seguro es producto del delirio de la fiebre o
de un espejismo. Aquí en el monte no hay nada, tan solo el recuerdo de lo que
era el amor”.
“La historia de los hacheros está hecha de manos gastadas,
de carencias, de rostros curtidos, con ojos resignados de tanto ver como el
sudor de sus afanes , engorda y engorda bolsillos ajenos- afirma Luis Garay-.Es
una historia labrada a golpes de hacha, que traza un círculo perfecto donde
todo vuelve a empezar. Hijos de hijos de hacheros se suceden en un espiral que
no tiene fin, al igual que su pobreza”. Así inclusive lo refleja Horacio
Guaraní en la Canción del Niño hachero: “Cuando Crezca mi chango será un
hachero. Siempre sol, nunca luna, vida de obrero. Destino de andar triste de
enero a enero”.
“El hachero por definición es un hombre errante. Padre
ausente, marido por 6 días al mes y deudor eterno”, concluye Garay.
Por eso Luis Landriscina que conoce de cerca las carencias y sufrimientos de estos hombres de rostros tristes, de manos y piel curtidas por el frío y el viento, escribió un poema al hachero santiagueño, en donde se refleja el sentir de este periodista y seguramente de usted lector: “Quisiera encontrar el hacha para que talemos juntos el árbol de la injusticia. Para que engorde el jornal y hacer creer tus derechos. Dos hachas no son gran cosa, pero juntos ya veremos. Si somos muchos talando, capaz que tiemble el cielo”. Que esta nota sirva para que pronto derribemos juntos estas injusticias. Que así sea.
Fuente: Patio Santiagueño
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