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9/8/21

Gustavo Cerati cuenta sus influencias del Folclore "La zamba del ícono cool"

 


RAICES:

-No fue con Pappo’s Blues, ni Jimi Hendrix, ni Manal, ni Led Zeppelin, ni Pescado Rabioso, ni Pink Floyd. Gustavo Cerati aprendió a tocar la guitarra a los nueve, diez años –hoy no lo recuerda con exactitud– con composiciones de Ariel Ramírez, César Isella, Gerardo López, El Cuchi Leguizamón, Atahualpa Yupanqui y otras firmas del cancionero folklórico argentino. Y lo primero que aprendió, el folkore, no sólo nunca más lo olvidó, sino que lo desarrolló esporádicamente a lo largo de su carrera. Con Soda Stereo logró que el público pop de la ciudad tarareara y bailara músicas de tierra adentro, de rancheríos y alpargatas: el carnavalito “Cuando pase el temblor”, de Nada personal (1985), y la baguala “Té para tres”, de Canción animal (1990). En el 90, fue una de las figuras de la música local invitadas por Leda Valladares, poetisa, cantora, compositora, filósofa, docente y musicóloga, para grabar vidaldas, bagualas y tonadas en el disco Grito en el cielo Vol. 2. Doce años después, en 2002, él le pidió al santiagueño Domingo Cura, el John Bonham del bombo legüero, que hiciera la percusión de “Sulky”, tema incluido en Siempre es hoy. Y este año, además de grabar con Mercedes Sosa la canción “Zona de promesas” para Cantora 2, editó Fuerza natural, un álbum que –reconocido por él mismo– tiene una esencia folk que se hace evidente en canciones como “Sal”, “Tracción a sangre”, “Convoy”, “Amor sin rodeos” y la genial “Cactus”.

GUSTAVO CERATI:

–Lo que pasa es que el folk siempre estuvo ligado al rock. Cuando hacía este disco pensaba en Led Zeppelin, el grupo emblema del hard rock, casi inventores del heavy metal. El tercer disco de Led Zeppelin, me acuerdo cuando me lo compré, era casi todo folk. Ese disco era una deformidad, tenía esa idea de cambiar dentro del rock, de salirse del guión. Si vos pensás en el rock argentino de ese período también hubo una cosa similar, con Sui Generis o Arco Iris. Hasta yo en esa época tuve un grupo de folk, con una flauta y acústicas. Y ahora yo tenía ganas de hacer un disco acústico: esa era la idea inicial. Después de Ahí vamos, después de lo de Soda, tenía ganas de hacer un disco con guitarra acústica porque era algo que nunca había hecho. Todos los temas los hice en un mes y medio en la computadora; después los toqué con guitarra. Trabajo con un programa que se llama Ableton Live y con eso compongo los esqueletos de las canciones. Es curioso, pero con la computadora uno pasa por los mismos lugares por los que hubiera pasado con una guitarra. De un muestrario de cosas, elegí las que tenían que ver con el folk y con cierta psicodelia. La idea de hacer un disco acústico se nutrió de las cosas que estaba escuchando en ese momento.

–¿Qué escuchabas?

–El disco que fue bastante importante el año pasado fue el de (Robert) Plant con (Alison) Krauss (Raising Sand); un discazo. Yo no le había seguido mucho el tren a él después de Led Zeppelin, pero ese disco es fantástico. Ése y una colección de grabaciones de Nashville hecha por unas japonesas que me trajeron mis hijos desde Texas. Eso, Tom Petty, blues y cosas más actuales… mucho Traveling Wilburys. En general trato de que los discos sean variados. Uno, en general, anda por los mismos lugares. Este es un disco que se emparienta con todo lo que hice antes: hay momentos de Amor amarillo, por ejemplo. Pero sí hay un cambio porque no me divierten los lugares comunes.

–¿Tenés formación de blues?

–Sí, aunque la gente no lo sabe. Antes de Soda Stereo, yo tuve bandas de blues… bah, tuve bandas de todo. En Soda Stereo tenía que tocar la guitarra y cantar al mismo tiempo por primera vez. Pero, en realidad, yo venía tocando rock, blues, progresivo, folklore.

–¿A qué edad aprendiste a tocar folklore?

–A los 9, 10; lo primero que aprendí a tocar fue folklore. Mis dos primeros profesores, de barrio, me enseñaron folklore. Me acuerdo de uno, particularmente, que hablaba mucho de Atahualpa Yupanqui. Y yo creía que en ese momento el primer guitarrista era Cacho Tirao, porque salía en televisión. Y mi profesor me decía no, tenés que escuchar a Atahualpa. Y me lo puse a escuchar y me di cuenta de lo grosso que era Atahualpa. Lo primero que pasó en el colegio fue un grupo de folklore. Cantábamos la zamba “El indio muerto”, la tocamos en un festival. Y grabamos un acetato chiquitito con un profesor de colegio. El inicio de mi relación con el folklore tuvo que ver con eso, con algunos viajes al Norte que hicimos con mis viejos. Siempre me gustó la música del Norte. Por eso desde “El temblor” siempre hay algún que otro tema que tiene alguna relación.

–¿En tu casa se escuchaba mucho folklore?

–Sí, pero tampoco era que escuchaban concretamente folklore. También tenían discos de tango, de Roberto Carlos, Raphael, compilados de lo que se escuchaba en ese momento. Mi vieja laburaba en Esso y sacaban compilados que vendían en las estaciones de servicio. Y estaban buenos. Soda Stereo llegó a aparecer en un compilado de Esso con Virus. A través de esos discos conocí a muchos artistas. A mí me encantaban los compilados. Al rock llegué por una compilación de “Modart en la noche” que le pedí a mi viejo. Yo se lo había pedido por un tema que se llamaba “Señor Yamamoto”, un tema pedorro, poppy total, que era un silbido, pero un hit en ese momento y me encantaba. En ese disco venía Jimi Hendrix con “Purple Haze”, dos temas de Bee Gees y “Pictures of Lily”, de The Who. Y de folklore, el primer disco que me compré fue uno que de un lado tenía “Alfonsina y el mar” y del otro tenía “Juana Azurduy”, que para mí era ¡¡¡guauuu!!! Yo creo que lo único que hago es tratar de llegar a eso. Quiero llegar a “Juana Azurduy” cada vez que hago un tema como “Cactus”, con “Sulky”. “Juana Azurduy” es folklore en estado de rock. Domingo Cura, que tocó conmigo en Siempre es hoy, me habló mucho de la percusión que hizo en ese tema. Para mí, le energía que el folklore alcanzó en la época de “Juana Azurduy”, en los 60 y los 70, no se pudo repetir. Fue un momento muy interesante del folklore porque Ariel Ramírez, Domingo Cura, Leda Valladares, Mercedes Sosa y todos esos monstruos experimentaban: se mezclaban con gente del jazz, metían sonidos raros. Domingo Cura grabó un disco que hasta tiene sintetizadores. Cuando vino a tocar conmigo vino con ocho bombos y, cuando tocaba, parecía que volaba por encima de los bombos. Esa es mi vinculación con el folklore, pero no tengo una verdadera cultura folklórica.

–¿Qué recordás de tu colaboración con Leda Valladares?

–En ese momento, Leda ya venía haciendo un research grosso del folklore. Si uno va a la raíz, el folklore es un pibe cantando con una montaña de fondo y se acabó. La idea de Leda era cantar con caja y voz, y a mí me parecía una cosa dificilísima, porque uno estaba acostumbrado a una guitarra, un micrófono, algo. Y me pareció un desafío. Yo tengo una conexión con el folklore y creo que ella lo percibió. Me sentí muy cómodo trabajando con ella, porque, encima, me parecía muy buena su labor de grabar canciones que se habían repetido por tradición hasta que se moría el último que la sabía y punto, nadie más se acuerda. Así Leda recuperó canciones fantásticas. Y se metió con los rockeros para vincularlo a algo más joven. La grabación estuvo buena…, pero después tuvimos que hacerlo en vivo. Estábamos con Pedro Aznar, gente del folklore como Teresa Parodi y unos pibes que Leda había traído del Norte para cantar con nosotros. A mí me tocó cantar con uno de ellos… y ahí entendí todo cómo es eso de cantar, me di cuenta de que es una liberación. El pibe no necesitaba nada más que una caja para cantar con una voz que te partía el bocho.

–¿Esa experiencia significó algo especial en tu manera de concebir la música?

–Sí, fue un aprendizaje muy potente y emocionante cantar junto a un hombre-cactus, que cantaba como si tuviera a la tierra con él. Ver que no se necesita más que la voz para generar algo tan impresionante me hizo reflexionar sobre la fuerza de la interpretación. Ahora bien, no creo que ese aprendizaje se manifieste explícitamente en toda la música que hice después.

–¿Seguiste investigando esas expresiones folklóricas?

¿Viajaste al Norte para indagar por tu cuenta?

–Yo no tengo esa capacidad de exploración. Leda Valladares era una increíble música, pero además era una researcher muy importante, dedicó parte de su vida a investigar. Yo soy más del palo del rock, entonces me pasa que está todo bien eso,me encanta, lo tomo, me conecto, pero tampoco entré en esa situación más a lo Gieco de salir a investigar por el país. En la fantasía me encantaría poder hacerlo, pero mi personalidad no sirve mucho para eso… Igual he hecho cosas raras, eh.

–¿Tocaste con los músicos sufíes de Jajouka, en Marruecos?

–No. Con Rubén (Albarrán), de Café Tacuba, hicimos un concierto en un templo budista, en México. Fue rarísimo. Los monjes tienen un estudio de grabación de la concha de la lora y cantan mantras. Con Rubén les compusimos unas canciones. Después estuvimos una semana en el monasterio… Fue justo cuando cayeron las Torres Gemelas. Después nos invitaron a la India. Por ahí iba y la vida me cambiaba, pero soy un poco vago… termino siempre volviendo a mi mundo.

–¿Quién los invitó al monasterio?

–Una chica amiga me dijo que querían armar algo así, yo le dije que sí, después pensé para qué carajos le dije que sí (risas). Pero eso atrajo la atención de muchos otros músicos. Fue muy interesante: yo tirado en el piso, cantando con los monjes y haciendo ruido con una máquina. Hay una parte de mí a la que le interesa meterse en lugares diferentes porque es un aprendizaje y está buenísimo. Yo estuve muchos años con Soda Stereo, ¿no? Y Soda Stereo, como todos los grupos, tiene cierta cerradez: tocamos entre nosotros, vamos a ensayar y ya tenemos bastante con todo lo que tenemos que hacer. La interacción con otros músicos a mí siempre me pareció importante, pero fue más practicable cuando fui solista; cuando me desligué de aquella situación tuve tiempo para hacer cualquier cosa, cosas que me resultaran diferentes… Aunque no creo

que sean cosas diferentes, sino diferentes aristas de lo mismo. Yo creo que soy muy limitado. A lo mejor, en comparación con otros músicos de rock, tengo un poco más abierto el panorama en cuanto a lo que puedo incorporar para hacer música. Yo nunca tuve prejuicios, ponele. Hice rock y blues en Flores con bandas en las que el baterista tocaba con un palo de escoba cortado. Toqué en cabarets. Hice música griega… Cualquier cosa hice, creo…

–¿Te sabés la de Zorba, el griego?

–Por supuesto (se ríe). Yo laburaba de músico y, por lo tanto, tocaba lo que me pedían. Yo pensé que iba a ganar plata con la publicidad, pero la publicidad me echó inmediatamente… bah, ni pude ingresar en el mundo de la publicidad. Yo tenía mi banda de música disco, con la que tocábamos en fiestas judías todos los fines de semana. La banda se llamaba Savage y tenía dos cantantes inglesas que se fueron en la época de Malvinas porque se asustaron.

–¿En qué cabarets tocabas?

–En uno que se llamaba El Arca de Noé, frente al Museo de Ciencias Naturales, en Ángel Gallardo. Era un cabaret de origen judío. Y cabarets como esos y fiestas judías eran los únicos lugares en los que te pagaban bien y en el momento; entonces muchos músicos vivíamos de tocar en ese circuito. En esos lugares contrataban muchos shows en vivo, porque los judíos respetan mucho el laburo del músico, está en su cultura. Bueno, yo, con Savage, hacía los hits de la música disco del momento: Earth Wind & Fire, Commodores, Michael Jackson y todo eso. De tocar esos temas funky salió mi cosa más rítmica.

–¿Tocabas los fines de semana en El Arca de Noé?

–No, tocaba durante la semana. El cabaret era… un cabarute, ¿okay?: minitas, tipos, todo muy trucho. Y eso fue como un ensayo de composición para mí: yo inventaba las canciones en el momento, total a nadie le interesaba un carajo que yo estuviera ahí. Una noche inventaba una canción y a la siguiente trataba de acordármela para hacerla de nuevo.

–¿En esos ensayos apareció el germen de alguna canción que después terminaste?

–“Crimen” (se ríe)… “Crimen” podría ser tranquilamente una canción que empecé a componer en aquella época: una balada franelera. En el cabaret tocaba también un grupo de jazz fusión que se llamaba Vozarrón. Ahí conocí a un montón de músicos grossos que después trabajaron conmigo. Y después tenía mi banda de blues en Flores.

Y Flores era el centro del blues, donde estaban los mejores músicos del género. Y yo tocaba ahí bastante.

–¿Ahí te terminaste de formar como guitarrista?

–Sí, desde el punto de vista de los solos más que nada. Todo era como un aprendizaje. Yo sentía que podía ser músico profesional porque eso era lo que me daba algo de dinero. Y lo hice desde los 17 años hasta un poco antes de formar Soda Stereo. Recién con Soda Stereo logré tener una independencia económica que me permitió alquilarme un departamento para mí solo. Antes de Soda vivía con mis viejos… A mí la música siempre me salvó la vida.

–¿Literalmente?

–Sí, me salvó el pellejo varias veces en mi barrio, Villa Ortúzar… para los que dicen que soy un concheto que no sabe lo que

es el barrio. Las barras bravas con las que tenías que lidiar en esa época eran pesadas. Por ahí te metías con la mina de uno y se te venían todos encima. Una vez, un grupo de barrabravas de Chacarita me vinieron a buscar al colegio, el San Roque, porque le había dado un par de besos a la novia del hermano de uno de los capos. Yo era un pendejo, tenía 15 años. Entraron en el colegio con cadenas y todo. Me escondieron en el auto de una maestra hasta que pude escaparme hasta mi casa. Yo era conocido en el barrio porque tocaba la guitarra en la plaza y en el colegio. Así que llamé a una barra de pibes para que me salieran a bancar con los de Chacarita. Entonces todo quedó en una charla entre barras. Si no me ayudaban ahí, me mataban. En la colimba también me salvó la música.

–¿Dónde te tocó la colimba?

–En Cabildo y Dorrego, al lado de la Escuela de Guerra. La hice en el 78, porque soy clase 59. Estaba cerca de mi casa, pero tenía que hacer guardia cada tres días… hasta que apareció un certamen de canción folklórica de todos los destacamentos del país. Yo ya estaba un poco acomodado porque había un capitán que, como sabía que yo tocaba la guitarra, me hacía tocarle “El concierto de Aranjuez” todas las mañanas. Con mis amigos de la colimba armamos un grupo y le dije a un sargento: “Sargento, escríbame una letra bien patriótica, bien arriba como ‘Juana Azurduy’”. El tipo la escribió y nosotros la ensayamos como tres meses. Con la excusa de los ensayos zafábamos de muchas cosas.

Fuimos al certamen en Campo de Mayo y ganamos. Me dieron unas cuantas felicitaciones y zafamos el resto de la colimba.

–Nombrás seguido a “Juana Azurduy” como un tema clave en tu vida. ¿Tuviste la posibilidad de decírselo personalmente a Mercedes Sosa?

–Se lo dije cuando nos juntamos a grabar “Zona de promesas” en los estudios Ion.

–¿Ella te invitó a cantar esa canción?

–Me llamaron y me dijeron que Mercedes quería hacer ese tema mío. Y fue una excelente elección porque la verdad es que la canción tiene una situación folklórica. Yo no la conocía a ella de antes. La conocí cuando entré en Ion. Llegué y me dijo que estaba muy nerviosa de que yo fuera. Y yo estaba emocionado de conocerla. Fue muy lindo. No estaba muy bien ella físicamente, pero abría la boca y su voz arrasaba con todo.

La experiencia que yo tuve fue de haber estado con una persona muy dulce, muy comprensiva, muy linda. Fue un privilegio haber compartido eso con ella. Me parece que dentro de un tiempo se va a terminar de tomar dimensión de lo que es. Ella es como Gardel, como Atahualpa, como Domingo Cura: gente real que hizo cosas muy potentes. El otro día, cuando fui a su velorio, venía escuchando la canción y fue muy emocionante…

–¿Te impactó su muerte?

–Sí. Igual estaba al tanto de su estado de salud, porque yo conozco a su hijo, Fabián, desde hace bastante. En algún momento hasta pensamos en contratarlo como manager de Soda Stereo. Fabián me decía el otro día: “Mi vieja no paró nunca, nunca se tomó vacaciones”. Y, claro, fueron 74 años de no parar. Me impactó y me entristeció, en gran parte, por Fabián. Pero queda el legado de Mercedes, que es muy grande.

–Hace un rato dijiste que al componer una canción como “Cactus” lo que querías era llegar a hacer tu “Juana Azurduy”. ¿Lo lograste en este caso concreto?

–No lo sé. Igual, para mí, “Cactus” es la joya del disco. No recuerdo cómo surgió la canción. Lo que sí sé es que hubo una primera idea que tuvo que ver con una experiencia con el peyote en México, cuando dice “cuando te busco no hay lugar donde no estés”. Fue en 2003, en el desierto de Sonora. Me impresionaba mucho porque el chamán te decía: “Vas a caminar, los vas a buscar y no los vas a ver. Hasta que veas uno y vas a ver todos”. Y es realmente así: ves uno y ves todos. Tomé esa idea y la fui llevando para otro lado, hasta que terminó en


una especie de chacarera. Y otra influencia para hacer el tema fue un amigo mío que tiene un vivero de cactus. La última vez que fui y me quedé muy impresionado porque tiene cientos de cactus y las formas son de otro planeta.

Por Miguel Prenz

Entrevista publicada en Soy Rock 66 en el mes de noviembre de 2009. 


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