Por Roberto Vozza.
Extraída de una vieja crónica de Sebastián Lopez. Fotos Omar
Estanciero
El conocer más cercanamente aspectos de la vida de aquel
célebre “juglar” de las calles
santiagueñas, “Coquito” Cáceres,
resultó siempre un misterio pero que no dejó por ello de engrandecer aun más a
quien se reconoce como un mito popular.
En estos días, repasando el enorme archivo personal de
crónicas del folklore santiagueño que atesora un cultor de estas cosas como lo
es Omar “Sapo” Estanciero, aparecieron algunas notas dedicadas a él. Son
publicaciones de larga data pero que no mucho aportan para conocer en
profundidad a quien fue un cantor popular con un sinnúmero de anécdotas
graciosas que quedaron para la historia.
Sin embargo, en la entrevista que le hizo Sebastián López,
destacado periodista de “El Liberal”
de entonces, y que se publica el 27 de junio de 1971, se rescata algo de la
intimidad del inolvidable trovador.
El encuentro fue en aquella humilde morada que Cáceres habitó
en la calle Caseros casi Alsina. “Un
galpón de incompleto techo de chapa por donde se podía ver el cielo, donde
Coquito, sentado en un destartalado catre, rasguea suavemente su vieja guitarra
acompasando una chacarera que rebota en las paredes donde de un clavo cuelga
una deshilachada camisa a cuadros”. Y describe el periodista:”una nota de color en el ambiente frio del
piso de tierra recién barrido”.
La pregunta inicial fue cuando nació.” Seis años antes del comienzo del siglo XX (1894), en octubre, cuando
las flores revientan; por eso soy alegre. Mirando a otros aprendí a rasguear la
guitarra para meterme por esos arrabales de ranchos de quincha y perros
desatados y codearme con bohemios y doctores”, contesta.
Cuenta que por 1935 integró la orquesta “Blanco y Negro” que componían, entre
otros amigos de su juventud Pedro Ríos y Juan Loto; mas después se dedicó a la
música y el canto solo para actuar en fiestas. Así anduvo por todos los
rincones de la provincia como Villa Brana, Las Tinajas, Campo Gallo, Los
Telares, Averías, Salavina, Silípica, animando reuniones familiares y en
boliches alumbrados a querosén.
Un día se fue a Tucumán con el mismo objetivo donde
permaneció cinco años. Después lo tentó Buenos Aires tras un trabajo más
rentable. Allí ofició de maestro pastelero pero sin dejar nunca la guitarra que
lo acompañaba a todos lados.
Y volvió a Santiago para rehilar su bohemia y habitar aquel
modesto refugio de la calle Caseros, que en un tiempo compartió con su hermano
Juanito - conocido por sus improvisados sketchs unipersonales - para cantar por
las calles de la ciudad y alternar el desaparecido “Rincón de los Artistas”.
Y mientras el diálogo sigue, el periodista entrevistador
observa y describe…” en un brasero
próximo, cuatro leños encendidos calientan la triste comida del mediodía.
Hierve el agua en la cacerola entibiando un pedazo de hueso y dos papas negras
mal peladas que rendirán más tarde tributo al hambre de este viejo cantor de
soledades”…
Y no faltó la anécdota, graciosa pero “no inventada” como el mismo dice, como ese cuento que afirma que
era hijo de Gardel… “Pero si, es cierto.
Un día cuando iba a una farra en Chumillo me alcanzó un tipo manejando un carro
y me invitó a subir… “Yo le contesté… estás loco! no quiero morir en un
accidente como Gardel, mi papá!...
Sobre el final de la entrevista reveló haber compuesto
algunos temas, no poco graciosos por su contenido ingenuo. Pero uno, titulado “La Monzonera” sintetiza la vida de un
bohemio trasnochador cuando expresa…”con
mi guitarra voy siempre cantando por los caminos, sin saber cómo ni cuándo
encontraré mi destino”.
"Para mí no hay rumbo fijo, voy a donde corre el viento; y
aunque sufra lo que sufra, siempre me verán contento”
Coquito Cáceres le puso música a una chacarera trunca
titulada “Huella del destino”, y cuya
letra es obra de quien fue su protector, don Pedro Evaristo Díaz. Está
registrada en SADAIC pero solamente como autoría de don Pedro porque Coquito no
aceptó figurar.
Entre las memorias de Diaz existe una partitura musical de
esa chacarera donde se impronta su nombre y el de José María Cáceres que no es
otro que “Coquito”. Ahí se revela su
autentico nombre.
Justamente, el dueño del “Rincón de los Artistas” decidió un día en un gesto de enorme
sensibilidad humana alojarlo en su casa de Moreno y Alsina.
“Se manifestó ser un
hombre afable, correcto y muy educado, y para mí fue una suerte de abuelo
postizo”, supo recordar en estos tiempos Chuni Cardozo, nieto de Díaz.
Seguramente ello aconteció coincidiendo con la entrevista de
Sebastián López, quien describe al mítico cantor, con casi 78 años de edad,
como ya viejo y enfermo.
Publicada en Facebook por Patio Santiagueño
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