Nota publicada en el suplemento especial del Nuevo Diario
Dice la historia pequeña del folklore que el apodo que
inmortalizó a Guillermo Reynoso fue obra del ingenio de otro grande
indiscutible de nuestra música: Hugo Díaz.
El nuevo nombre que no figura en su documento en cambio sí
definía a este hombre sencillo y de pocas palabras y que sirvió para designar
su manera de ser de persona tranquila y afectuosa.
Perteneciente desde la primera hora a esa marca registrada
que son Los Manseros Santiagueños supo encajar con su voz clara y aguda en el
estilo inconfundible del famoso grupo santiagueño. Su expresión más clara tuvo
que ver con la vidala como manifestación del género nativo de mayor
autenticidad. Su fama bien ganada en la vasta discografía mansera y por la
permanente prédica en los escenarios proviene de la más auténtica raigambre
telúrica como es la vidala.
Descendiente de una estirpe cuyo origen se pierde en la
noche de los tiempos, los viejos vidaleros salavineros y atamisqueños
principalmente supieron alegrar a la paisanada en las trincheras carnavaleras
con sus potentes voces y al compás de sus templadas cajas.
El cantor solitario o en dúo traía al presente antiguas
coplas que en su mayoría eran endechas de amores contrariados y de anónimos
autores. A esa estirpe pertenecía quien con su partida ha provocado honda
congoja entre los que lo conocimos y lo tratamos. Se ha ido de la mejor forma:
las noticias dicen que sufrió una descompensación en un escenario de Villa del
Rosario (Córdoba) y luego, a pesar los cuidados médicos, no se pudo recuperar.
Los Manseros se quedan sin su cantor y bombisto. Podrán
reemplazarlo por las exigencias del mercado pero los que lo amamos no podremos
disimular su ausencia.
Tengo para el final una coplita que se me ocurrió apenas
conocí la triste noticia.
“La vidala está de duelo
porque se fue su cantor
solo la muerte inclemente
pudo silenciar su voz”.
Nunca lo olvidaremos.
Juan Carlos Carabajal
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