Por María Mercedes Tenti
Luego de producida la separación de Buenos Aires del resto
de la Confederación Argentina a partir de la reunión del Congreso General
Constituyente de 1853, con la victoria de Bartolomé Mitre sobre Justo José de
Urquiza en la batalla de Pavón, a fines de 1861, se inició una nueva era para
la República. Mitre, que asumió la
presidencia al año siguiente bajo el lema ¨Nacionalidad, Constitución y
Libertad¨, tendía a unir la nación con la imposición del régimen liberal de
gobierno. Dada la debilidad del liberalismo en el interior, no quedaba otro
recurso que provocar el cambio por la participación directa o indirecta de las
fuerzas militares. La acción a desarrollar iba a ser considerada por los
liberales como una misión ¨libertadora y civilizadora¨.
El levantamiento, más importante por su magnitud, en contra
de estas ideas, fue sin dudas el del
general riojano Ángel Vicente Peñaloza, el Chacho, que inició dos alzamientos,
en 1862 y 1863 respectivamente, contra la política mitrista. Ellos terminaron
con la derrota del Chacho en Oltra y su
degollamiento frente al silencio de las autoridades nacionales. Pero la paz no
estaba asegurada. Las levas para la guerra contra el Paraguay provocaron
alzamientos y deserciones de las tropas reclutadas en las provincias que se
negaban a luchar contra el pueblo paraguayo, al que consideraban hermano.
Primero fue en Cuyo, en Mendoza, San Juan y San Luis, y luego nuevamente en La
Rioja, esta vez bajo la conducción de Felipe Varela.
En Santiago del Estero dominaba la política provinciana,
desde la muerte de Juan Felipe Ibarra producida en 1851, la familia Taboada.
Manuel era la cabeza política y Antonino su brazo armado. Habían extendido su
influencia sobre Catamarca, La Rioja, Tucumán y Salta e imperaron en Santiago
casi un cuarto de siglo. Producida la rebelión en Cuyo y La Rioja, el gobierno nacional contaba con la adhesión
de Tucumán (bajo la hegemonía de los Posse) y de Santiago del Estero. Los
Taboada tenían amplia adhesión popular y, como se dijo, una notoria influencia
en el norte. Contingentes tucumanos y santiagueños, al mando de Antonino
Taboada, marcharon en 1867 hacia Catamarca y La Rioja dispuestos a hacer frente
a Felipe Varela.
Varela había establecido su cuartel general en Chilecito y
contaba con unos cuatro mil hombres y muy pocas armas. Taboada se ubicó en Pozo
de Vargas, cerca de la capital riojana, a la espera del caudillo federal. Lugar
estratégico porque era el único que contaba con el líquido vital en una zona
desértica y desolada. El ejército de Taboada se componía de unos dos mil
hombres armado con rifles y municiones, provistos por el gobierno nacional. El
encuentro se produjo el 10 de abril de 1867, en medio de una densa polvareda y
concluyó con el triunfo de las tropas liberales. Várela, sin poder rehacerse,
continuó hasta Jáchal, y más tarde por Salta y Jujuy pasó a Bolivia. Su
compañera, Dolores Díaz -la Tigra- fue tomada prisionera junto con otras
mujeres y confinada en los fortines de La Viuda y El Bracho.
La batalla de Pozo de Vargas fue una más en las luchas por
la organización nacional, sin embargo, curiosamente, pasó a la posteridad por
los sones de una zamba, la zamba de Vargas, recopilada y musicalizada por
Andrés Chazarreta, con letra de Lombardi,
cuyos sones todos hemos escuchado alguna vez. Se cuenta que Chazarreta oyó
ejecutar dicha zamba, con algunas variantes, a José María Gauna, abanderado en
Pozo de Vargas, músico y compositor de temas folclóricos.
Tanto las tropas varelistas como las taboadistas eran
alentadas en las reuniones en los fogones por bandas de músicos populares que,
al compás de guitarras, violines y bombos, animaban a sus partidarios en la
lucha. En ambas es indudable la presencia de la zamacueca, aire musical traído
por los músicos chilenos de las tropas varelistas y ejecutado también por los
músicos catamarqueños de la banda taboadista.
José Manuel Gorostiaga, poeta Santiagueño, escribía en el
periódico taboadista El Norte, en 1870, sobre las costumbres de entonces:
¨Tal vez parezca extraño a aquellos que no conozcan nuestras
costumbres - pero es la verdad –, de la una a las dos es la hora que en
nuestros bailes se toca la Zamacueca. Es realmente agradable ver el contraste
que origina este precioso baile, aparte del eco melodioso y dulce de su bella
música. En lugar de esa aglomeración tumultuosa de parejas que pueblan un salón
dejándole la mayor parte de las veces intransitable, si no se mueven todas
juntas, se abre un claro bastante, cuando no van todas las parejas a tomar su
asiento, para dejar el espacio abierto, libre, a aquel que, satisfecho de su
habilidad y su gracia, quiere lucirlas, llamado la mayor parte de las veces por
todos, porque todos somos aficionados a la Zamacueca. Su música tiene tanto de
original, es tan americana, que nadie deja de conmoverse al escuchar sólo sus
preludios. Parece que la Providencia que nos ha unido para fortalecernos en
creencias, en principios, con las desgracias y las glorias, haciendo comunes
nuestras derrotas y nuestros triunfos a todos los hijos de este nuevo mundo, de
esta tierra clásica de la libertad, ha querido que se manifieste hasta en los
hechos más pequeños, no sólo que nuestras aspiraciones son iguales, sino que
son iguales también nuestros corazones. Una salva de aplausos saluda siempre el
anuncio de una zamacueca, y una manifestación de entusiasmo le sigue. Las
miradas todas se dirigen hacia aquellos que bailan y nadie vuelve la vista
hasta que su último eco espira. Es de lamentarse que el abuso de los malos
bailarines, adultere tan notablemente este precioso baile. Nosotros, a fuer de
consejeros, les pediríamos que aquellos que no lo conocen bien, no tuvieran la
mala idea de exhibir su individualidad en perjuicio de los asistentes. No hay
nada más desagradable que una Zamacueca mal bailada. A la una y media, pues, si
se nos permite la expresión, estábamos en plena Zamacueca¨. Quizás en la
zamacueca chilena, introducida por nuestros paisanos santiagueños en sus
incursiones por la zona cuyana, podamos encontrar el origen de nuestra zamba.
Tanto en Santiago del Estero como en La Rioja, se han
recopilado distintas versiones de la zamba de Vargas, llegándose a contabilizar
hasta 39, que exaltan a uno u otro ejército según su procedencia. Algo similar
sucedió en las provincias vecinas. Es que la denominada ‘canción patriótica’
surgida a partir de la gesta revolucionaria de mayo, como una canción de
protesta, había ido transformándose en la denominada canción partidista, que
caracterizó al período de las luchas intestinas de mediados del siglo XIX,
tanto en el bando unitario como en el federal. Muchas de estas piezas del
denominado folclore histórico, transmitidas en forma oral, se perdieron a lo
largo de los años por falta de una recopilación sistemática de las mismas,
aunque algunas perviven en la memoria colectiva.
Las versiones riojanas de la zamacueca o zamba de
Vargas, favorecen indudablemente a
Felipe Varela.
Una de ellas dice:
Batallón cazadores
Pozo de Vargas,
la despedida es corta
la ausencia es larga
Consignada por Francisco García Giménez
Y otra sostiene:
A la carga, a la carga
dijo Varela
salgan los laguneros
rompan trincheras
romapan trincheras, sí,
vamos al verde
porque las esperanzas
nunca se pierden
Citada por Olga Fernández Latour
José María Rosa, historiador revisionista que defiende las
ideas federales, brinda la siguiente letra:
Los nacionales vienen
Pozo de Vargas.
Tienen fusil y tienen
las uñas largas.
Lanzas contra fusiles
pobre Varela.
Que bien pelean sus tropas
en la humareda.
Una de origen catamarqueño afirma:
Vidita de mi pago
Pozo de Vargas
la guerra se ha perdido
por falta de agua.
Y otra dice:
A la carga dijo Argüello,
militares advertidos...
Cuando los quiso buscar,
ya todos habían huido.
En el norte, en Salta y Jujuy, se cantaba con aires de
cueca:
Preguntale a Varela
que es lo que baila
si baila la chilena
del Pozo e´Vargas
Citado por Gargaro.
Entre las versiones santiagueñas podemos mencionar:
Batallón de Varela
Pozo de Vargas.
Formó sus escuadrones
Manuel Taboada.
Al primer tiro que hizo
le dio en la boca
juyéndose Varela,
valientes tropas.
Bernardo Canal Feijoo consigna en el Cancionerillo de
Santiago,
Aquí tiró su línea
Manuel Taboada.
Si esta guerra no gano,
no cargo espada.
A la carga, a la carga,
dijo Taboada,
batallón colorado
métale bala.
En la recopilación de Manuel Gómez Carrilo se encuentra esta
letra:
Batallón de Varela
Pozo de Vargas,
formó su pelotón
Manuel Taboada.
Aquel bocón que viene
ha de acabarnos.
Vamos a hacer un tiro;
guapos muchachos.
Bailón Peralta Luna, en una versión atamisqueña, dice:
A la carga, a la carga
dijo Varela,
a la carga artilleros, zambita,
rompan trincheras.
Rompan trincheras, cierto
dijo Elizondo
batallón lagunero, zambita,
de dos en fondo¨.
Oscar Segundo Carrizo tomó del zapateador y guitarrero
Narciso Gómez, ¨Nachi Gómez¨, la siguiente versión:
Señores artilleros
prendan la mecha
ya viene el enemigo,
zambita, por la derecha.
Antonino Taboada
así gritaba.
Si no gano esta guerra.
zambita, no cargo espada.
Y más cercanos en el tiempo, tenemos la zamba Cuando viene
Varela, escrita por Félix Luna, con música de Ariel Ramirez:
Cercanías de La Rioja
los llanos y las montañas
y un sol bruto que requiebra
la tierra desconsolada.
Felipe Varela viene
del linde con Catamarca:
cinco mil hombres con sed
cinco mil hombres con rabia
cinco mil ferocidades
y una bandera bordada
con letras que dicen vivas
a la Unión Americana...
Y termina:
Triunfó ¨el orden y la ley¨...
es decir... triunfó Taboada
y aquel Felipe Varela
anduvo de retirada
con un ejército mendigo
de La Rioja hasta Humahuaca
y el cielo izaba banderas
para que las saludaran
esos pobres derrotados
hijos, también, de la Patria.
La interpretación de sones de zamba en la batalla de Pozo de
Vargas ha generado una serie de polémicas aún no resueltas en el campo de la
historiografía regional y nacional. Sin embargo, en esta oportunidad se quiere
reivindicar la importancia del folclore
en el rescate de la tradición popular, mediante trabajos interdisciplinarios
aportados por músicos, aqueólogos, antropólogos sociales, literatos,
folclorólogos, historiadores y otros.
A principios del siglo XX y al amparo del fruto dejado por
el romanticismo literario, surgieron en el país las primeras inquietudes por
rescatar del olvido el anónimo acontecer cultural del pueblo, su folclore. En
forma paralela, sin embargo, reinó a lo largo de todos estos años el más
abierto desprecio hacia las manifestaciones
culturales populares. Es la época que Atahualpa Yupanqui llamó luego,
del gran silencio.
Lo paradojal reside en que los intentos defensores
surgieron, precisamente, de los sectores medios intelectuales de la sociedad
argentina, como otra manifestación coincidente con el proceso real de un
paulatino asumirse del pueblo como hacedor de su destino objetivo. Asimismo se
dio una proyección folclórica, que se ubica dentro de este proceso general,
como verificación del crecimiento de estas capas medias intelectuales,
naturalmente aliadas de la tarea espontánea y consciente de las clases
populares.
Dentro de este ámbito ocupan un lugar destacado los
recopiladores de expresiones folclóricas, que hacen su aparición a fines del
siglo XIX y comienzos del XX. Sus intenciones apuntan a rescatar del
olvido el acervo nativo, cimentador de
nuestra nacionalidad. Verdaderos receptáculos vivientes del tesoro folclórico
eran en esa época los musiqueros, antiguos cultores del canto folclórico, que
contribuyeron, muchas veces, para que la labor de los recopiladores fuera
fructífera.
En 1906, influenciado por la corriente épica-romántica
nacionalista de Joaquín V. González, Andrés Chazarreta habían comenzado a
desarrollar labores de recopilación, transcripción y composición de canciones
que cantaban cantores populares en Santiago del Estero. Ese año transcribió la
Zamba de Vargas para guitarra y la ejecutó ante un número reducido de amigos.
Más tarde encargó a su amigo Domingo Lombardi que escribiera la letra.
Su propósito declarado era revivir antiguas tradiciones ya
que ¨Millares de argentinos mueren sin conocer la música tradicional creada por
nuestros antepasados¨, decía. El panorama que se le presentaba a Chazarrera era
el de rechazo de los círculos ¨cultos¨ de la burguesía santiagueña hacia todo
lo relacionado con lo nativo. Más tarde, con su presentación en Tucumán y en
especial a partir de su primera actuación en Buenos Aires en el teatro
Politeama, llevó a nuevos ámbitos la música popular santiagueña. Sus intentos
iniciales se conjugaron con la irrupción de la radio y de las primeras
grabaciones discográficas.
De esta manera, la batalla de Pozo de Vargas,
una batalla entre tantas en la lucha por la organización nacional, pasó a la
historia por los sones de una zamba. El folclore, en este caso, contribuyó a
revivir los hechos históricos y aportó para la conservación de la memoria
colectiva.
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