Si bien toda canción lleva la impronta testimonial de su
autor y es reflejo de anécdotas, sueños y penares, algunas piezas que marcaron
el cancionero de la música popular relatan historias que vale la pena conocer
en detalle. Además, el origen de "Zamba de mi esperanza", una canción
bien mendocina.
Algún duende del amor se esconde en ellas, no cabe duda.
Quien ha bailado una zamba sabe que es así. Cuando se agitan pañuelos se
entrega parte del alma, y no sólo pasos de baile.
Además de un arma indiscutible de conquista, la zamba es
reflejo de la propia vida. Esos "encuentros" y
"desencuentros" de lo cotidiano están presentes en cada movimiento,
en cada mirada.
Pero hay un acontecimiento previo a esta conexión: el de
la composición. Allí la zamba es también única, y una de las mejores maneras de
contar.
A la
esperanza
Qué sería del hombre sin sus sueños, sin esperanza.
"De mi esperanza, zamba" fue el nombre con que dio viva el mendocino
(de San Martín) Luis Hermenegildo Profili (1906-1975) a la "zamba de
zambas", uno de los temas más populares del folclore nacional.
Cuentan que Profili la registró con un seudónimo, y que
antes de ello ofreció a Jorge Cafrune, su mayor difusor, anotarlo como coautor
en Sadaic. "El Turco" se negó, pidiendo sólo autorización para
hacerla sonar como una de sus zambas de cabecera.
Lo llamativo es que los primeros en grabarla fueron los
Hermanos Albarracín, y aseguran que anda por ahí un LP donde figura en voz de
Los Niños Riojanos La Flor Del Cardón. Incluida hacia fines de los 60 en el
repertorio de Los Chalchaleros, fue Cafrune quien la hizo famosa de veras,
especialmente al entonarla con su característica voz en el Festival de Cosquín
1978, en momentos en que estaba prohibida por la dictadura militar, por
contener la palabra "esperanza".
Es curioso, porque el contenido de la letra pareciera
hablar de relación existente entre el compositor y su obra, ya que la zamba era
para Profili la canción por excelencia. Si se observa, el primer verso cuenta
que todo el proceso creativo está movido por la esperanza.
En su primera estrofa define a la zamba naciente como un
"sueño del alma", que aparece de pronto como un amor a primera vista
("amanecida como un querer"), pero puede desvanecerse pronto ("a
veces muere sin florecer").
"Aunque no esté en el repertorio autorizado, si mi
pueblo me la pide la voy a cantar", recuerdan que dijo antes de Cosquín. A
los pocos días, cuando marchaba a caballo rumbo a Yapeyú para hacer honor al
general José de San Martín, fue atropellado por una camioneta, despertando
sospechas y serias conjeturas sobre aquella "desobediencia".
Desde los tiempos de gaucho con bombo, mate y guitarra
pelada, a los contemporáneos y la versión pop de La Portaria, la esperanza
hecha zamba sigue surcando los cielos y llevando aquel mensaje insoslayable,
que se enciende en el hombre cada día.
Perico,
pasa lento
"Y se lo ve, se lo ve por ahí?", afirma Horacio
Banegas en sentido metafórico y real. El genio de la canción (y la evolución)
folclórica santiagueña es intérprete de esta zamba de rara estructura, que
hiere brutalmente ante tan clara realidad.
"El tema no hace más que pintar la vida de Perico
Batata, un personaje típico de los barrios humildes, lo que en las grandes
ciudades podría ser un cartonero, un chico humilde y desplazado por la
sociedad”.
“Esos que nos enseñan a invisibilizar, y sólo de grandes,
y a veces, notamos", agrega. Esta historia en particular está situada en
la parte oeste de Santiago del Estero, en el ex barrio Canta Rana, llamado así
por el sonido que hacían las ranas de su laguna cuando llegaba la noche.
"Allá, entre la Aguirre y la Colón se lo veía venir”.
Si te fijas en la versión que hacemos nosotros, el Mono
(NdR: Cristian Banegas, hijo, bajista y arreglador musical de Jorge Rojas, ex
integrante de su banda) ha sumado las pezuñas al comienzo, simulando sus pasos,
los pasos de Perico cordoneando la calle, como relata el Pata".
"El Pata" es Daniel Patanchón, compositor del
tema y actual guitarrista de otro de los talentos innovadores nacidos en La
Banda, Peteco Carabajal. Patanchón también nació y creció en Santiago, y
mientras se formaba como profesor de música subió a los escenarios con Banegas,
durante diez años, pasando luego por varios proyectos personales, hasta su
disco solista, donde también figura "Perico", esta vez en voz de su
autor.
Eulogia,
esa Pomeña
Cuenta Juan Pablo Baliña, que aquella tarde de sol pesaba
sobre el boliche La Flor del Pago, en La Poma, poblado ubicado entre San
Antonio de los Cobres y Cachi, en el oeste salteño. Detrás del mostrador estaba
Amanda Aramayo, "probablemente secando vasos con su delantal y tomando
notas visuales de reojo", relata el periodista viajero.
"Del lado de los clientes, como escondido detrás de
una cerveza, había un hombre barbudo", sigue el relato-. Era Manuel J.
Castilla, poeta argentino que andaba de visita para los carnavales. Castilla
escribió la letra de muchas obras luego musicalizadas por su inseparable amigo,
el gran Cuchi Leguizamón, otro lúcido músico salteño, dueño de clásicos
actuales que en su momento renovaron el folclore nacional.
"De pronto entró la Eulogia Tapia con la caja bajo
el brazo y la cara llena de harina", recuerda Amanda. "Era joven,
tendría 18 o 19 años en esa época, y así nomás comenzó el contrapunto".
Ese "contrapunto" no es otra cosa que el ir y
venir de coplas, especie de diálogo-duelo musical que apela al carisma y
memoria de los protagonistas. Quien se quedara con la última palabra y no
perdiera la inspiración, ganaría.
Castilla no tuvo más que decir: la Eulogia lo había
vencido. Bajo la mirada impávida del poeta derrotado, la bella jovencita pomeña
salió por la puerta, desató su caballo blanco y rumbeó "pal' lao e' las
casas", no fuese que la noche y su padre la sorprendieran en el boliche.
Al día siguiente Castilla enfiló al rancho de los Tapia, buscando su revancha.
"Pero Don Joaquín ?continúa Aramayo-, su padre, era bravo como el cardón,
y no lo dejó pasar".
Otra vez había perdido el poeta, y regresaba,
aparentemente, con las manos vacías. Tiempo después, ya casada y mayor,
cuentan, la Eulogia llegaba del huerto y su padre salía efusivo a recibirla:
"¡Eulogia!, ¡Eulogia!, te han nombrado en la radio. Hay una canción que
habla de vos, de la pomeña?"
Cautivo
de su luna
A José Ignacio Rodríguez se lo conoce como Chango
Rodríguez, y se lo reconoce por composiciones de talla, como "De
Simoca", "Vidala de la copla", "De Alberdi" y otras
zambas carperas y tradicionales, según quien las interprete.
Pero El Chango fue creador de una zamba que dejó su sello
en la historia, no sólo por música y letra, sino por el contexto en que fue
creada. Rodríguez fue acusado (finalmente considerado inocente) de asesinar a
un hombre en una pelea callejera.
Calló preso en la Cárcel de Encausados de Barrio Güemes,
entre 1963-1967, y fue durante ese periodo de encarcelamiento cuando compuso
"Luna cautiva", tema donde nunca hace referencia a su condición,
pareciendo apenas una gran historia de amor.
La responsable, Lidia Haydeé Margarita Bay, o "La
Gringa", con quien tuvo cuatro hijos y un largo matrimonio. Pero para el
momento de la zamba El Chango y la Gringa noviaban, y si algo le faltaba a la
historia, era un casamiento en pleno penal.
Dicen quienes los conocieron que en las buenas y en las malas,
fueron una pareja unida, y la canción puede imaginarse como un abrazo entonces
esquivo para ese hombre privado de la libertad, y una caricia honda a su amada,
a quien explica que nunca se ha ido, sino que apenas "un toro mañero"
ha retrasado al arriero, pero que allí está de vuelta "igual que la
calandria que azota el vendaval?".
Esos paisajes camperos que menciona la letra, el río y
las flores, el rancho y la china, dibujan una realidad soñada, y lo transportan
al mundo añorado. Esta obra es de las más interpretadas por los jóvenes, así
como por los viejos tradicionalistas, rescatando la frescura y libertad de las
palabras del recordado Chango.
Perfume
en carnaval
A Peteco Carabajal le gusta contar historias tanto como
componer o tocar. Cualquiera que ha estado en una peña en el barrio de Los
Lagos, en su antigua casa familiar, lo sabe. El lugar, esos patios por donde
corrió de niño, le hacen brotar recuerdos de los huesos, y algunas anécdotas
imperdibles.
En agosto de 2010, contó mientras su hijo Homero
arpegiaba los primeros acordes del tema, que una tarde estaba con su padre
Carlos y recibieron la visita de Pablo Raúl Trullenque, otro gran compositor
santiagueño.
Al parecer a Trullenque no le gustaba cómo terminaba
"La flor azul", la chacarera de Mario Arnedo Gallo. "Decía que
la última estrofa que concluía: ´Cuando recuerdo sus ojos, de dulce mirar / me
acomodo con mi perro, solito a pitar´, podría decir otra cosa, y no nombrar al
perro. Algo como: ´/ me acomodo con mi suerte´".
Esa palabra resonó tanto en Peteco, que aquel día se fue
tarareando "me voy solo con su suerte", estrofa inicial de la
emblemática "Perfume de carnaval". Supuestamente una gran historia de
amor personal, esta zamba no se basa en una experiencia del propio Peteco, sino
en los relatos de Don Carlos, "que siempre nos contaba sobre los viejos
carnavales norteños, y esos históricos bailes de campo", explica.
El talento de Peteco vuelven carne cada uno de esos
cuentos, y los detalles de aquella tarde bajo un añoso algarrobo, donde un
bailarín, rendido a unos ojos, entregaba sus sueños? Fuente: losandes.com.ar
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