Por Jorge Daniel González
Con la brisa calurosa propia de los albores santiagueños y
el espejo sin nubes del cielo sobre el dorado camino agreste, el paisaje
atamisqueño relata en nombre de sus pueblerinos, su rica historia de digna
pobreza y riqueza en las manos y en el alma. Allí, a tres cuadras de la humilde
terminal de ómnibus donde a la siesta descansa hasta el sonido ambiental,
habitauno de los hombres que le dio a esta parte de Santiago del Estero un
respeto y reconocimiento inigualables: es el luthier, músico y docente Elpidio
Herrera, el creador de la guitarra del monte, el que enseñó a sus jóvenes de
Atamisqui, el camino del progreso y que adoptando y transmitiendo los recursos
de la vida heredada, los brazos trabajadores serán incansables hasta cumplir
los sueños propios.
El origen de la Sachaguitarra
“Una mujer, orgullosa
por tener representantes atamisqueños en la música, se arrima a mi madre y le
entrega un porongo, la calabaza del mate, pero en grande y con una sugerencia:
‘Esto es para Elpidio, como él es muy travieso, seguro será capaz de armar una
guitarra’, y sin querer, esta señora le estaba dando la caja de resonancia a la
futura Sacha-Guitarra”, relata, emocionado, Elpidio Herrera.
Don Sixto Palavecino recomendó que la nueva guitarra no se
llame Caspi-guitarra (Caspi=madera, palo en voz quichua) sino Sacha-guitarra
(Sacha=monte) para homenajear a toda la gente del monte. “La perfección del instrumento llegó a través de una serie de
inquietudes, pero reconociendo que me facilitó su construcción, los logros y
los conocimientos en formación técnica y haber hecho docencia en mi pueblo”,
dice Herrera.
Es aquí cuando todo el aprendizaje de sus años de niño se
cristaliza: colaborador en el taller de orfebrería de su padre, aprendió que
todo esfuerzo tiene sus frutos: “Usé las
matemáticas para la división de los trastes de la guitarra y no sólo eso, sino
calculé el largo del mástil donde va calado el diapasón, más las distancias del
primer puente hasta el segundo donde se sostendrán las cuerdas. Hay que
entender que yo consigo el fruto, pero dependo del tamaño de su naturaleza.
Luego llego hasta cerca del puente donde la tensión es mayor, las vibraciones
más cortas más el aire cerrado en la caja. Al terminarla, mi idea no era
rasguearla sino buscar otra forma de ejecución y entonces llego al arco.
Primero saqué sonido golpeando con una cuchara, raspando con las cerdas de un
pincel, pero parecía un gato pisao, hasta que lo logro con un arquito largo
como una birome, con doble cerda, llevándola al interior de la caja”,
describe.
Cuando se le pregunta sobre su niñez, Elpidio parece un niño
mientras habla de esos años. Su primer instrumento fue una armónica que le
regaló su madre a los seis años y que tres años después aprendió sus primeras
notas en la guitarra. El horizonte de su terruño tiene la mística de la
nostalgia porque allí tenía su rancho el padre, aquel hombre que cuando no
guitarreaba trabajaba en su taller de orfebrería y platería. Allí estaba el
niño Elpidio ayudando con herramientas o simplemente mirando las raíces de un
oficio, desconociendo de payanas y bolitas y adoptando conocimientos que iban a
marcar el destino de su vida. Cuenta: “Me
crié en un ambiente de musiqueros, rodeado de mi padre guitarrero. Uno de mis
tíos tocaba el violín y otro el mandolín. Ésta era la única forma de escuchar
música ya que en esos años escaseaban las radios folklóricas. Además, pocos
tenían vitrolas”, dice Elpidio.
Musiquero en las sombras
“Hasta terminar la
primaria, yo era un musiquero con guitarra y armónica -sostenida con un hilo para
que pudiera hacer las dos cosas- pero me daba vergüenza tocar; por ejemplo, en
mi familia me exhibían como una cosa rara cuando había visitas y me obligaban a
cantar. Al negarme, la paliza estaba asegurada. Recuerdo que en los actos de
escuela siempre estaba para tocar; fueron años que jamás olvido. Pero al
terminar esta etapa estudiantil, las cosas cambiaron", recuerda este
hombre nacido en la Navidad de 1947.
Un inspector de escuela llamado Mariano Moreno le propuso al
joven Elpidio comenzar sus estudios secundarios en la escuela Técnica de La
Banda. Con los años su profesión de técnico mecánico le plantó la semilla del
crecimiento: su deseo era estudiar ingeniería. Viajó a Buenos Aires, pero el
trabajo le dio vuelta la cara. “Fui con
todas las ilusiones de ser ingeniero, pero fracasé porque no conseguía trabajo
estable. Eran épocas difíciles." Entonces hizo esto: volvió a Santiago
del Estero.
El regreso fue otra buena jugaba en su vida. Un cura alemán
le contó que en Atamisqui había muchas cosas por hacer y le propuso fundar una
escuela secundaria, en la cual el Elpidio ya adolescente iba a enseñar
matemáticas y química. Por esos años su hermano formó el grupo Los Coyuyos
Atamisqueños. Con ellos cantó en LV11, la radio más importante de la provincia.
Su única experiencia musical había sido un grupo de cumbia llamado Los novios
con dos guitarras, una guacharaca casera y una suerte de timbaleta con sonido a
bombo legüero. Tras debutar en el famoso "Alero Quichua Santiagueño" de Don Sixto Palavecino y Felipe
Corpos, los sentimientos de Elpidio adoptaron un compromiso por Los Coyuyos y
quería cambiar parte del estilo. “Se me
ocurrió aportar, basado en los relatos de nuestros viejos, la Caspi-Guitarra,
guitarra de palo, la que ellos encordaban -porque no había cómo comprar una. A
mi Caspi la encordé con todas las cuerdas metálicas y la presenté en el
conjunto, una especie de guitarra eléctrica sin enchufar”, narra.
El sachamuseo
La popularidad de las creaciones del luthier admirada por
los argentinos en muchas provincias del país y expuestas en países europeos
como Alemania, permitieron crear en julio de 2007, con el apoyo del estado santiagueño, el Museo de la Sacha guitarra -ubicada en la entrada de la casa
de Elpidio Herrera en Villa Atamisqui-, un espacio que no sólo exhibe sus
invenciones musicales como la Sachita, la x-10, el garrote, la Caspi o la
Sacha, sino también brinda un espacio a lo artesanal y cultural de los
santiagueños. Elpidio Herrera guarda en su persona el latir de lo montaraz y lo
nativo. Es raíz que crece bajo el cielo despejado y en lo cotidiano pinta con
sus ojos la humildad propia de su tierra. Por eso se lo reconoce como una
figura en la cultura argentina, hijo de la tierra agreste en la que nació el
instrumento que trasciende su nombre.
Fuente: Patio Santiagueño
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