Tan cruel como necesaria se manifiesta la vida en el campo.
Hugo se dedicó casi por completo a la caza del quirquincho. El y su perra se
internan en el monte a buscar el exquisito tesoro. Afirma que no es sencillo
atraparlos sin sus armas cuidadosamente preparadas. La época es propicia para
salir al encuentro de estos subterráneos animalescos, a veces tiene que cavar
más de un metro y medio para llegar a una de las tantas cavernas en la que
busca auscultarse de su casi segura persecución perruna.
Bajo el manto polvoriento trazan infinitas galerías que
conducen al final de una madriguera que utiliza para anidar, otras veces para
resguardar sus crías y en otras simplemente almacenar algún que otros alimento.
Cuando tiene sus crías expulsa unas gotas de leche sobre su
abdomen de donde los pequeños beben gustosos, a pesar de parir en un número de
cuatro, no llega a criarlas a todas y en esto también la naturaleza equilibra
la balanza en circunstancias difíciles de entender, perpetuar la especie
matemáticamente incontenible con el sacrificio de algunos de sus hijos.
La choquita pichera fue preparada desde muy pequeña con
salidas periódicas entre los pastizales, también en un ritual muy campestre de
los que cobija el hombre montaras consistente en frotar con la hiel de una
presa carneada sobre el hociquito canino. Una vez que aprendió a descubrir su
oficio no para de dar ladridos y de cavar persiguiendo incansablemente. Hugo
dice que el corazón del pichi es muy duro, no muere rápidamente el los ultima
clavándole un hierro acerado al que le saco punta sobre la coraza y con su
machete del cual no se desprende le da la estocada final.
Muchas veces las cosas no salieron bien, fue picado por
víboras y otras alimañas que sorpresivamente salieron a su encuentro dentro de
la cueva. La madre del monte lo espanto más de una vez con apariciones
increíbles de las cuales escapo, no sin antes sentir explotar su corazón ante
la sofocación de verse perseguido.
No sin antes sentir que era la presa furibunda de un monte
protector.
Texto de Jorge Gustavo Mattje | Imagen de Jose
Luis Navarro | Fuente: Reserva Ecologica Los Corbalanes
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