Por: Judith Faberman
Introducción
Una noche de enero de 1725,
Francisco de Milla y Andrés de Zurita salieron de paseo por el campo. (1)
Tenían la intención de "dar música" juntos, pero la repentina
desaparición de Andrés dio por tierra con los planes para aquella velada. Al
día siguiente, Zurita se justificó frente a su amigo. Se había apartado por
miedo, "me ha pasado un caso grande", le explicó. Por curiosidad,
había ingresado en el rancho donde la india Luisa vivía con su hija Antuca, en
el pueblo santiagueño de Pitambalá. Eraya muy tarde y, sin embargo, no halló en
la casa "sino las camas tendidas"y la ausencia de las dos mujeres. Se
escondió entonces en un rincón, dispuesto a esperarlas, pero fue sólo "al
cuarto del alba" que las vio regresar. Ambas estaban desnudas y lo único
que Zurita alcanzó a oír fue un reproche que la hija le dirigió a la madre:
"quepara qué iban todas las noches tan lejos a cansarse". Esas
palabras consiguieron que Andrés de Zurita huyera del rancho con la velocidad
del viento.
Al parecer, no sólo nuestro
curioso músico se dedicaba a espiar a las dos indias. Don Joseph Landriel,
vecino de Atamisqui, también había escuchado inquietantes conversaciones
privadas entre Luisa y Antuca. 'Por hacer daño a la señora Clara, hemos de
matar a su marido", le había oído decir a la madre. A las pocas horas, vio
a las dos mujeres desnudarse y partir hacia el río hasta que "debajo de la
barranca se metieron". Landriel se decidió a seguirlas, pero también en
él, el miedo pudo más y optó por el regreso a su casa.
¿Por qué dos mujeres solas
despertaban tanto temor? ¿Dónde se suponía que pasaban sus noches? ¿Que
relación guardaban su desaparición tras las barrancas, la desnudez la muerte
anunciada del vecino? Entre los campesinos santiagueños, la celebración de
cónclaves nocturnos en el corazón del monte parecía ser un secreto a voces.
Vero ni Zurita ni handriel osaron ponerles nombre a aquellas reuniones.
***
La historia de Luisa de Pitambalá
surge de un proceso judicial iniciado contra ella en 1729. No fue necesario
para los testigos proporcionar más referencias que las mencionadas sobre el
lugar o las actividades que convocaban a Luisa y a Antuca, porque todos sabían
de qué se trataba. Y era justamente por eso que les temían tanto. Por aprender
el arte, madre e hija desafiaban la espesura del monte y la oscuridad de la
noche: en la salamanca las estaban esperando. Ese arte consistía en "hacer
daño", aunque también allí era posible aprender a repararlo. En una misma
escuela y con los mismos maestros, habrían de formarse hechiceros y médicos.
Este libro se ocupa de la magia y
de sus usos hechícenles y terapéuticos en Santiago del Estero (y de manera
subordinada en San Miguel de Tucumán) en tiempos coloniales. Más precisamente,
estarán en el centro de nuestra atención los sujetos sospechosos de producir
daño, conducidos por ello a los estrados judiciales. Así, entonces, nuestro acceso al reino
de la magia y de sus practicantes se debe a la judicialización de ciertos
episodios que, como el de Luisa de Pitambalá, nos han llegado en un relato
escrito a varias voces.
Seguramente, el enlace entre
hechicería y fuente judicial evoca al lector los ya innumerables estudios
existentes sobre la Inquisición y sus perseguidos. Hace muchos años que la
historiografía europea ha renovado su abordaje sobre aquellos viejos
expedientes: ya no se limita a preguntarse por los inquisidores, más bien aguza
su mirada etnográfica y se dispone a escuchar a los acusados con el mismo
espíritu y la misma atención que el antropólogo les dedica a sus informantes.
En este sentido, Cario Ginzburg es uno de los autores más representativos del
"nuevo paradigma" en el estudio histórico de la brujería/2'
Creencias Mágicas
Con admirable maestría, el
historiador italiano consiguió demostrar que las creencias mágicas populares se
mantuvieron durante mucho tiempo "como una cultura de algún modo
alternativa" frente a la ortodoxia religiosa.3) Ese mundo folclórico,
verdadera alteridad para el inquisidor, podía ser descubierto con el auxilio
de aquellas confesiones que por su contenido inverosímil habían sido antes
dejadas de lado por la investigación histórica. Sin embargo, resultaba
insoslayable que los reos no podían sustraerse ni a las presiones físicas y
psicológicas ejercidas por los inquisidores para obtener sus testimonios, ni a
la fuerza y coherencia de su demonología. Desde esta perspectiva, se comprende
que Ginzburg reconozca en el estereotipo del sabbat europeo, componente central
de las cazas de brujas de los siglos XVI y XVII, una "formación cultural
de compromiso: el híbrido resultado de un conflicto entre cultura folklórico y
cultura docta".4) La clave de lectura aportada por Cario Ginzburg no pasó
inadvertida para quienes se ocuparon de la "bastarda" hija americana
de la Inquisición europea. En este sentido, Pierre Duviols encontró en el bello
estudio de Ginzburg sobre los benandanti friulanos un adecuado modelo teórico y
metodológico para abordarlos procesos andinos de extirpación de idolatrías del
siglo XVII. El objetivo de I benandanti era reconstruir el proceso de demonización
de un ancestral complejo de creencias y rituales campesinos ligados a la
fertilidad de la tierra. 6) La descripción de tales ritos agrarios, que
originariamente suponían la lucha entre dos bandos, el de los brujos y el de
los benandanti, había sido gradualmente alojada en el estereotipo del sabbat.
Tan rotundo había sido el éxito de los inquisidores que hasta los mismos
benandanti terminaron por apropiarse del sabbat y confesaron su participación
en los diabólicos cónclaves. De manera análoga, en América también había tenido
lugar un proceso de demonización de las religiones nativas y la actividad de
los extirpadores tema que ver en ello. Por un lado, los clérigos católicos
llegaban a estas costas cargando con sus propias coordenadas teológicas; por el
otro, su misión era erradicar aquellos residuos de las antiguas creencias que
se obstinaban en perdurar en las comunidades indígenas, protegidas por la
acción mancomunada de caciques, chamanes y campesinos. El objeto del clero era
"extirpar" la "idolatría", vale decir, el pecado de
rendirle culto a una criatura como si fuese Dios. La idea de que el pacto
diabólico presidía esas acciones culturales y la identificación del idólatra
con el hechicero hicieron que la persecución religiosa de los indios y la
inquisitorial fueran, con todas sus diferencias, comparables.
El Santo Oficio
Por fin, del mismo modo que los
procesos de extirpación, también los inquisidores de los tres tribunales del
Santo Oficio abiertos en América tuvieron que prestarse a un singular
"duelo de imaginarios" en sus intentos de juzgar la hechicería/8'
Aunque desde muy temprano se les privó de jurisdicción sobre la población
indígena, lo cierto es que los indios siempre aparecen entreverados en los
relatos de hombres y mujeres, españoles y de castas, involucrados en episodios
de maleficio, magia amorosa o curanderismo. Así es como la alteridad cultural
se abre paso también en el más especializado de los tribunales religiosos: lo
hace irrumpiendo con sus recetas y con sus hierbas, con sus conjuros, su
materia médica y sus aproximaciones peculiares a lo sagrado y a lo diabólicos.
Aunque extremadamente escueto,
este rodeo historio-gráfico nos ha alejado un poco de la santiagueña Luisa y de
sus salamancas. Es hora de que regresemos a ella, para puntualizar las
principales diferencias que separan a nuestra hechicera y a sus jueces de los
sujetos recién evocados.
En primer lugar, divide las aguas
el tipo de tribunal que se ocupó de los reos de Santiago del Estero y San
Miguel de Tucumán. Fue la justicia capitular, civil y lega, la que recogió
denuncias, promovió sumarias generales y recepcionó las eventuales querellas de
los vecinos. Por ese mismo motivo, los jueces privilegiaron una faceta del
delito de hechicería que no era la que más preocupaba al Santo Oficio o a la
Extirpación y que concernía a los aspectos estrictamente criminales de las
causas. En este sentido, la enfermedad o la muerte de una persona atribuida a
un accidente extraordinario, lo cual justificaba la clasificación del expediente
como proceso por hechicería, era un delito fronterizo con el homicidio.
En segundo lugar, tuvo
consecuencias relevantes la relativa lejanía de nuestras cabeceras capitulares
respecto de las principales capitales virreinales. Esta situación periférica hizo
posible una administración de justicia que gozó de extraordinaria autonomía y
que se guió más por el sentido común de sus agentes que por los corpus legales
en vigencia. De este modo, procedimientos como la tortura -legales y
permitidos, pero raramente utilizados por la justicia inquisitorial o civil de
otras jurisdicciones (y tanto menos por la Extirpación)-, sentencias tan poco
frecuentes como la pena capital y alegatos del todo inconsultos son normales en
estas fronteras del imperio colonial español.
Las salamancas
Por último, sobresale en algunos
de los procesos judiciales que hemos de utilizar un estereotipo particular, al
que habremos de prestarle especial atención: se trata de la ya mencionada
salamanca. En trabajos referidos a otras regiones, hemos hallado descripciones
que presentan llamativas semejanzas con las que atesoran nuestros procesos. Sin
embargo, dos cuestiones destacan a las salamancas de Santiago: la
pluricentenaria perduración de la creencia hasta nuestros días y su
configuración mestiza.0' El primer señalamiento nos invita a realizar un
análisis del estereotipo en la larga duración, atento a las sucesivas
resignificaciones que a lo largo de siglos lo fueron vaciando de algunos de sus
componentes originarios y, en particular, de su contenido étnico. En cuanto a
la segunda dimensión del análisis, la referencia es a una problemática
estrictamente colonial -la de los procesos de mestizaje- y exige un profundo
conocimiento del contexto local.
***
Además de la asistencia a
salamancas, a Luisa de Pitam-balá se le achacaba la muerte de dos criadas
mulatas -con las que había reñido poco tiempo antes- y la enfermedad de los
hijos de su amo. Según los testigos, si estos últimos habían logrado escapar a
una muerte segura, había sido gracias a las oportunas amenazas del padre, que
forzaron a la hechicera a reparar prestamente el daño. También una tercera
mujer presa "del mesmo mal de hechizos" fue considerada víctima de
Luisa. Frente a la mirada atónita de algunos pobladores, la maleficiada había echado
por la boca una misteriosa bolsita. Se trataba de un dispositivo mágico
(encanto) que llevaba la firma de Luisa: en efecto, la talega había sido
cerrada con una cinta negra que la india, desafiando la repugnancia de los
asistentes, había hurtado en un velorio.
Esta breve narración resume bien
algunos elementos recurrentes en las cosmovisiones que reconocen un orden
mágico de causalidad. El resentimiento y el enojo como motor del daño,
la capacidad del hechicero para
repararlo, la utilización de encantos que se introducen en el organismo de la
víctima, la transmisión hereditaria de los poderes y saberes mágicos, y el
consenso acerca de la eficacia de la magia son todos elementos que responden a
una lógica en buena medida universal. En otras palabras, la magia configura una
estructura de pensamiento y, en el interior del pensamiento mágico, la
hechicería o la brujería pueden ser consideradas causas social-mente relevantes
para explicar el infortunio, o el fracaso personal o colectivo.
Este mismo carácter estructural
de la magia nos sirve como pretexto para acometer la aventura de navegar entre
pasado y presente. Mencionamos ya la vigencia que mantiene el estereotipo de la
salamanca; pues bien, también el modo peculiar de concebir salud y enfermedad
tiene profundas raíces mágicas en nuestra región. De aquí que, aunque el núcleo
de nuestro análisis abarque el siglo XVII, debamos remontarnos al período
prehispánico y alcanzar los umbrales de nuestro presente para ofrecer
explicaciones más completas y satisfactorias. En congruencia con lo dicho,
nuestro corpus documental principal consiste en un conjunto de veinte procesos
contra hechiceros juzgados en Santiago del Estero y San Miguel de Tucumán, pero
también serán contempladas crónicas tempranas del siglo XVI y material
etnográfico; sobresale en este sentido el aportado por la Encuesta Nacional de
Folclore de 1921. Somos conscientes de que estos últimos registros nos están
hablando de la cultura campesina del siglo pasado y de que ésta es
conservadora, pero no inmóvil. No obstante, creemos que vale la pena el desafío
de su confrontación con los históricos, no para proyectar datos del presente
hacia el pasado ni para cubrir con ellos vacíos documentales, sino para que
ambos se iluminen mutuamente.
El énfasis en las continuidades
que acabamos de señalar no le quita especificidad a la hechicería colonial,
corazón de nuestro estudio.'"' Es obvio que una insalvable distancia
separa al prestigioso especialista religioso de la comunidad indígena
prehispánica de la hechicera que ejercita su arte diabólico en la sociedad
colonial, y a ésta del "estudiante" salamanquero de nuestros días. En
todo caso, una de las facetas más interesantes que el tramo colonial de nuestra
historia nos invita a reconstruir es aquel proceso de mestizaje o hibridación
cultural, que afectó también las actividades mágicas y lo hizo en buena medida
"de abajo hacia arriba". Esta dinámica singular generó no pocas
paradojas, ya que la magia es capaz de unir, aunque más no sea temporalmente, a
sujetos de jerarquías socioétnicas contrapuestas, en un marco en el que pocos
descreían de su eficacia. Para bien o para mal, el español que acudía a la
hechicera indígena o al curandero negro debía someterse a su voluntad: una
temporaria reversión de las relaciones de poder tiene lugar en el acto de
curación, adivinación o daño a terceros. La situación del proceso judicial, por
el contrario, volvía a poner las cosas en su lugar y los jueces -notables
locales- decidían la suerte de la hechicera y retornaban el poder sobre ella.
Como contrapartida de la
universalidad de las prácticas mágicas, este libro busca también incorporar la
mirada local; en otras palabras, deliberadamente atiende a la
"variante" tucumano-santiagueña. En efecto, ¿qué puede comprenderse
de los episodios de persecución de hechiceros si se ignora el entramado social
en el que éstos estallaron, el mundo en el que aquellos sujetos desarrollaron
su existencia? Como veremos, las prácticas hechiceriles y terapéuticas que
emergen de los procesos están permeadas de referencias que sólo resultan
inteligibles desde un adecuado conocimiento del contexto. Intentar
desentrañarlas a partir de la extrapolación mecánica de fenómenos como la
brujomanía europea de los siglos XVI y XVII y aun de la extirpación de
idolatrías andinas, sólo puede acercarnos muy parcialmente al mundo de los
hechiceros (o mejor dicho de las hechiceras, que son la abrumadora mayoría
entre los reos) que pueblan nuestros procesos. Desprovistas de su escenario,
las atractivas (y a menudo truculentas) historias contenidas en los expedientes
judiciales podrían haber transcurrido casi en cualquier parte, ya que, como
hemos dicho, la hechicería es un componente estructural de múltiples
sociedades. Por el contrario, acercarse a las brujas desde "su" mundo,(13)
que obviamente no se limitaba a la magia, sino 'que abarcaba la vida material,
las relaciones con los vecinos, las pequeñas cosas de todos los días,
contribuye a enriquecer desde una disposición nueva y diferente nuestra
experiencia de ese mundo. En otras palabras, el conflicto que se plantea sobre
estas hechiceras nos abre una suerte de ventana a través de la cual observar su
contexto desde una perspectiva microhistórica. Fuente:
fundacioncultural.org
*Del libro homónimo. Siglo XXI -
Editores Argentina
No hay comentarios:
Publicar un comentario