Se celebra la trascendencia de aquel hecho que determinó la autodeterminación de nuestra provincia de toda sujeción y la entrega sin límites de los precursores y gestores que la hicieron posible.
Hace exactamente 202 años (el 27 de abril de 1820), se
inscribía en las páginas de la historia santiagueña un hecho trascendental, que
implicaba nada más y nada menos que la libertad y la autodeterminación de la
provincia. Un acta y un manifiesto hacían realidad la voluntad y la obra de los
precursores y gestores de la autodeterminación como pueblo y como entidad
jurídico-política, que se sumaría al concierto de la Confederación de las
Provincias del Río de la Plata y a la posterior firma del Pacto Federal de
1831.
Poco más de tres años habían pasado desde el último
levantamiento del coronel Juan Francisco Borges con sus milicias, el 10 de
diciembre de 1816 (el primero fue el 4 de setiembre de 1815), para liberar a
Santiago del Estero de su dependencia de Tucumán, gobernada entonces por
Bernabé Aráoz.
La revolución triunfó, deponiendo al teniente de gobernador
Gabino Ibáñez y Borges asumió la primera magistratura de la provincia autónoma.
Sin embargo, las noticias tuvieron un efecto adverso para los rebeldes y el
comportamiento de Borges —más allá de la polémica histórica al respecto— fue
condenado por el propio general Manuel Belgrano (comandante en jefe del
Ejército del Norte), quien ordenó su fusilamiento, considerando que no existían
justificativos valederos para su actitud levantisca en momentos graves para el
país, comprometido en una guerra magna y teniendo en cuenta las disposiciones
del Congreso de Tucumán, condenando levantamientos armados contra el orden
establecido por la Junta de Gobierno Patrio. Así fue como el precursor de la
Autonomía santiagueña, pocos días después de su golpe de mano, fue hecho
prisionero en Pitambalá (en el sur santiagueño) por las tropas de Aráoz y
ejecutado en la localidad de Santo Domingo, en la mañana del 1° de enero de 1817.
Federalismo en ciernes
Pero en aquellos días, la idea del federalismo había ganado
adeptos en las provincias, como una aspiración para librarse de la dependencia
portuaria. Al levantamiento de Borges lo habían precedido los movimientos
encabezados por Moldes, en Salta y Bulnes, en Córdoba.
Efectivamente, en aquellos álgidos años comenzaba a formarse
la Organización Nacional. Los caudillos provinciales repudiaban la política
dictatorial y la hegemonía centralista. Así se levantaron Córdoba, San Juan, Tucumán,
Mendoza y San Luis, ratificando la condición nacional en ciernes, como ya lo
habían hecho Corrientes, Santa Fe, Entre Ríos y Salta, o poco después Santiago
del Estero y Catamarca.
En marzo de 1820, Santiago del Estero vivía acontecimientos
decisivos. El Cabildo se aprestaba a elegir nuevos representantes y, desde
Tucumán, proclamada como República por Aráoz, éste envió al capitán Echauri
para presionar a los cabildantes santiagueños para que votaran por hombres que
le fueran proclives. Ante esta maniobra, se decidió acudir al comandante del
Fortín de Abipones, Juan Felipe Ibarra, para que con sus gauchos enfrentaran a
las tropas de Echauri. Así fue como el 31 de marzo —en plena Semana Santa— se
produjo el combate que le daría el triunfo a las huestes de Ibarra. Días
después, el 27 de abril de 1820, el Cabildo proclamaba la Autonomía provincial
designando gobernador a Juan Felipe Ibarra, concretando de ese modo el fallido
intento autonomista de su precursor Juan Francisco Borges. Santiago del Estero entraba
a la historia libre de ataduras regionales o centralistas con Buenos Aires,
enarbolando su identidad, sus derechos, su dignidad y su autonomía.
Los efectos de la Autonomía
Con la Declaración de la Autonomía (rompiendo la dependencia
de Tucumán), Santiago del Estero hacía respetar las reglas que importaban el
acatamiento de los principios que sustentaba el federalismo, como el sistema
que años más tarde quedaría plasmado en la Constitución de la Nación.
Santiago del Estero mucho tiene que decir al respecto,
porque a partir de la declaración de su autonomía se acentuó el sentido de un
pacto federal que regulase las órbitas de poderes, promoviendo el crecimiento
de la provincia, la justicia y la defensa de la región. Un año después de la
Declaración de la Autonomía, el gobierno de Juan Felipe Ibarra firmó en Vinará
un tratado de paz con Tucumán, que se constituyó en uno de los pactos
preexistentes a la Constitución nacional. Este acuerdo del 5 de junio de 1821
es uno de los pactos fundadores desde el que suscribieron en Pilar las
provincias de Buenos Aires, Entre Ríos y Santa Fe. Pero recién en el año 1831,
al formarse el Pacto Federal, las provincias que fueron adhiriendo a él, poco a
poco, vislumbraron la posibilidad de obtener una coparticipación más
equitativa, aunque el centralismo siguió manteniendo una marcada hegemonía
sobre el puerto, sus rentas y el crédito público derivados de las provincias.
La Autonomía fue la voz de los hombres sin amos y una
consigna común para la consolidación del federalismo. Y si éste no logró
afirmarse realmente en la dimensión que debía cobrar, se convirtió en un
sistema capaz de promover la búsqueda de soluciones para los desequilibrios y,
al mismo tiempo, en un derecho que consolidaba un proyecto de sociedad basado
en la justicia y la libertad.
A 192 años de aquel acontecimiento en Santiago del Estero,
nos replanteamos el significado de la autonomía y del federalismo, convalidando
los principios que hicieron posible la Constitución nacional y la formación de
un país democrático.
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