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23/4/23

La vida en una zamba

Si bien toda canción lleva la impronta testimonial de su autor y es reflejo de anécdotas, sueños y penares, algunas piezas que marcaron el cancionero de la música popular relatan historias que vale la pena conocer en detalle. Además, el origen de "Zamba de mi esperanza", una canción bien mendocina.



Algún duende del amor se esconde en ellas, no cabe duda. Quien ha bailado una zamba sabe que es así. Cuando se agitan pañuelos se entrega parte del alma, y no sólo pasos de baile.

Además de un arma indiscutible de conquista, la zamba es reflejo de la propia vida. Esos "encuentros" y "desencuentros" de lo cotidiano están presentes en cada movimiento, en cada mirada.

Pero hay un acontecimiento previo a esta conexión: el de la composición. Allí la zamba es también única, y una de las mejores maneras de contar.

A la esperanza

Qué sería del hombre sin sus sueños, sin esperanza. "De mi esperanza, zamba" fue el nombre con que dio viva el mendocino (de San Martín) Luis Hermenegildo Profili (1906-1975) a la "zamba de zambas", uno de los temas más populares del folclore nacional.

Cuentan que Profili la registró con un seudónimo, y que antes de ello ofreció a Jorge Cafrune, su mayor difusor, anotarlo como coautor en Sadaic. "El Turco" se negó, pidiendo sólo autorización para hacerla sonar como una de sus zambas de cabecera.

Lo llamativo es que los primeros en grabarla fueron los Hermanos Albarracín, y aseguran que anda por ahí un LP donde figura en voz de Los Niños Riojanos La Flor Del Cardón. Incluida hacia fines de los 60 en el repertorio de Los Chalchaleros, fue Cafrune quien la hizo famosa de veras, especialmente al entonarla con su característica voz en el Festival de Cosquín 1978, en momentos en que estaba prohibida por la dictadura militar, por contener la palabra "esperanza".

Es curioso, porque el contenido de la letra pareciera hablar de relación existente entre el compositor y su obra, ya que la zamba era para Profili la canción por excelencia. Si se observa, el primer verso cuenta que todo el proceso creativo está movido por la esperanza.

En su primera estrofa define a la zamba naciente como un "sueño del alma", que aparece de pronto como un amor a primera vista ("amanecida como un querer"), pero puede desvanecerse pronto ("a veces muere sin florecer").

"Aunque no esté en el repertorio autorizado, si mi pueblo me la pide la voy a cantar", recuerdan que dijo antes de Cosquín. A los pocos días, cuando marchaba a caballo rumbo a Yapeyú para hacer honor al general José de San Martín, fue atropellado por una camioneta, despertando sospechas y serias conjeturas sobre aquella "desobediencia".

 

Desde los tiempos de gaucho con bombo, mate y guitarra pelada, a los contemporáneos y la versión pop de La Portaria, la esperanza hecha zamba sigue surcando los cielos y llevando aquel mensaje insoslayable, que se enciende en el hombre cada día.

Perico, pasa lento

"Y se lo ve, se lo ve por ahí?", afirma Horacio Banegas en sentido metafórico y real. El genio de la canción (y la evolución) folclórica santiagueña es intérprete de esta zamba de rara estructura, que hiere brutalmente ante tan clara realidad.

"El tema no hace más que pintar la vida de Perico Batata, un personaje típico de los barrios humildes, lo que en las grandes ciudades podría ser un cartonero, un chico humilde y desplazado por la sociedad”.

“Esos que nos enseñan a invisibilizar, y sólo de grandes, y a veces, notamos", agrega. Esta historia en particular está situada en la parte oeste de Santiago del Estero, en el ex barrio Canta Rana, llamado así por el sonido que hacían las ranas de su laguna cuando llegaba la noche. "Allá, entre la Aguirre y la Colón se lo veía venir”.

Si te fijas en la versión que hacemos nosotros, el Mono (NdR: Cristian Banegas, hijo, bajista y arreglador musical de Jorge Rojas, ex integrante de su banda) ha sumado las pezuñas al comienzo, simulando sus pasos, los pasos de Perico cordoneando la calle, como relata el Pata".

"El Pata" es Daniel Patanchón, compositor del tema y actual guitarrista de otro de los talentos innovadores nacidos en La Banda, Peteco Carabajal. Patanchón también nació y creció en Santiago, y mientras se formaba como profesor de música subió a los escenarios con Banegas, durante diez años, pasando luego por varios proyectos personales, hasta su disco solista, donde también figura "Perico", esta vez en voz de su autor.

Eulogia, esa Pomeña

Cuenta Juan Pablo Baliña, que aquella tarde de sol pesaba sobre el boliche La Flor del Pago, en La Poma, poblado ubicado entre San Antonio de los Cobres y Cachi, en el oeste salteño. Detrás del mostrador estaba Amanda Aramayo, "probablemente secando vasos con su delantal y tomando notas visuales de reojo", relata el periodista viajero.

"Del lado de los clientes, como escondido detrás de una cerveza, había un hombre barbudo", sigue el relato-. Era Manuel J. Castilla, poeta argentino que andaba de visita para los carnavales. Castilla escribió la letra de muchas obras luego musicalizadas por su inseparable amigo, el gran Cuchi Leguizamón, otro lúcido músico salteño, dueño de clásicos actuales que en su momento renovaron el folclore nacional.

 

"De pronto entró la Eulogia Tapia con la caja bajo el brazo y la cara llena de harina", recuerda Amanda. "Era joven, tendría 18 o 19 años en esa época, y así nomás comenzó el contrapunto".

Ese "contrapunto" no es otra cosa que el ir y venir de coplas, especie de diálogo-duelo musical que apela al carisma y memoria de los protagonistas. Quien se quedara con la última palabra y no perdiera la inspiración, ganaría.

Castilla no tuvo más que decir: la Eulogia lo había vencido. Bajo la mirada impávida del poeta derrotado, la bella jovencita pomeña salió por la puerta, desató su caballo blanco y rumbeó "pal' lao e' las casas", no fuese que la noche y su padre la sorprendieran en el boliche. Al día siguiente Castilla enfiló al rancho de los Tapia, buscando su revancha. "Pero Don Joaquín ?continúa Aramayo-, su padre, era bravo como el cardón, y no lo dejó pasar".

Otra vez había perdido el poeta, y regresaba, aparentemente, con las manos vacías. Tiempo después, ya casada y mayor, cuentan, la Eulogia llegaba del huerto y su padre salía efusivo a recibirla: "¡Eulogia!, ¡Eulogia!, te han nombrado en la radio. Hay una canción que habla de vos, de la pomeña?"

Cautivo de su luna

A José Ignacio Rodríguez se lo conoce como Chango Rodríguez, y se lo reconoce por composiciones de talla, como "De Simoca", "Vidala de la copla", "De Alberdi" y otras zambas carperas y tradicionales, según quien las interprete.

Pero El Chango fue creador de una zamba que dejó su sello en la historia, no sólo por música y letra, sino por el contexto en que fue creada. Rodríguez fue acusado (finalmente considerado inocente) de asesinar a un hombre en una pelea callejera.

Calló preso en la Cárcel de Encausados de Barrio Güemes, entre 1963-1967, y fue durante ese periodo de encarcelamiento cuando compuso "Luna cautiva", tema donde nunca hace referencia a su condición, pareciendo apenas una gran historia de amor.

La responsable, Lidia Haydeé Margarita Bay, o "La Gringa", con quien tuvo cuatro hijos y un largo matrimonio. Pero para el momento de la zamba El Chango y la Gringa noviaban, y si algo le faltaba a la historia, era un casamiento en pleno penal.

Dicen quienes los conocieron que en las buenas y en las malas, fueron una pareja unida, y la canción puede imaginarse como un abrazo entonces esquivo para ese hombre privado de la libertad, y una caricia honda a su amada, a quien explica que nunca se ha ido, sino que apenas "un toro mañero" ha retrasado al arriero, pero que allí está de vuelta "igual que la calandria que azota el vendaval?".

Esos paisajes camperos que menciona la letra, el río y las flores, el rancho y la china, dibujan una realidad soñada, y lo transportan al mundo añorado. Esta obra es de las más interpretadas por los jóvenes, así como por los viejos tradicionalistas, rescatando la frescura y libertad de las palabras del recordado Chango.

Perfume en carnaval

A Peteco Carabajal le gusta contar historias tanto como componer o tocar. Cualquiera que ha estado en una peña en el barrio de Los Lagos, en su antigua casa familiar, lo sabe. El lugar, esos patios por donde corrió de niño, le hacen brotar recuerdos de los huesos, y algunas anécdotas imperdibles.

En agosto de 2010, contó mientras su hijo Homero arpegiaba los primeros acordes del tema, que una tarde estaba con su padre Carlos y recibieron la visita de Pablo Raúl Trullenque, otro gran compositor santiagueño.

Al parecer a Trullenque no le gustaba cómo terminaba "La flor azul", la chacarera de Mario Arnedo Gallo. "Decía que la última estrofa que concluía: ´Cuando recuerdo sus ojos, de dulce mirar / me acomodo con mi perro, solito a pitar´, podría decir otra cosa, y no nombrar al perro. Algo como: ´/ me acomodo con mi suerte´".

Esa palabra resonó tanto en Peteco, que aquel día se fue tarareando "me voy solo con su suerte", estrofa inicial de la emblemática "Perfume de carnaval". Supuestamente una gran historia de amor personal, esta zamba no se basa en una experiencia del propio Peteco, sino en los relatos de Don Carlos, "que siempre nos contaba sobre los viejos carnavales norteños, y esos históricos bailes de campo", explica.

El talento de Peteco vuelven carne cada uno de esos cuentos, y los detalles de aquella tarde bajo un añoso algarrobo, donde un bailarín, rendido a unos ojos, entregaba sus sueños? Fuente: losandes.com.ar

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