El
legendario tren Estrella del Norte, que transportó desde 1914 y durante 80 años
a miles de trabajadores norteños, fue inmortalizado por Roberto Cantos con su
tema “Retiro al Norte”. Recuerdos de los viajes y del regreso de los obreros al
pago en la voz de algunos protagonistas de la experiencia que se transformó en
canción.
Exhaustos. Así esperaban en el
andén tras largos meses de arduo trabajo los obreros norteños que ponían de pie
la próspera Buenos Aires. En cada nueva construcción trabajaban obreros
salteños, tucumanos, santiagueños y jujeños, que llegaban a la metrópoli porteña
en busca de empleo. Pero esa piel curtida, el rostro cansado y las manos
sedientas de descanso tenían un objetivo: hacer algo de plata para llevar a las
familias que esperaban en el pago. Entonces la llegada del descanso y el tiempo
de las fiestas cargaba con las esperanzas y devolvía la alegría contenida. Y en
ese escenario planteado entre el hombre y su tierra, había otro un actor
principal, llamado Estrella del Norte. El tren cobraba un papel preponderante
al ser el medio para retornar nuevamente al hogar, y su viaje era toda una
experiencia. En la estación comenzaban los abrazos, prevalecían las sonrisas y
brotaban las lágrimas de emoción. El Estrella ya era parte de ese pueblo
añorado que se hacía presente en los hermanos, en las guitarras y los bombos,
en el vino y la fiesta, en el ambiente que parecía latir desde las peñas
lejanas. Catorce horas, tal vez 16 si la máquina se demoraba, pero qué
importaba... esas horas eran un verdadero carnaval sobre los rieles, con la
música como protagonista de una historia que tiempo después fue canción.
EXPERIENCIA HECHA CANCIÓN
“Retiro al Norte, se va una estrella por las vías, carnavaleando... / la desnudez de los que vuelven, vuelven al pueblo / como terrones de esperanza, el tren los lleva / dejando atrás todo el silencio, un año más / Es carnaval pa’ darse cuenta, el desarraigo / se prende al fondo del corazón.”
“Retiro al Norte, se va una estrella por las vías, carnavaleando... / la desnudez de los que vuelven, vuelven al pueblo / como terrones de esperanza, el tren los lleva / dejando atrás todo el silencio, un año más / Es carnaval pa’ darse cuenta, el desarraigo / se prende al fondo del corazón.”
Se sabe: es por medio de los
músicos y su canto por donde la vida de las provincias del Norte mejor se
expresa. “Yo hacía la colimba en Ezeiza y
tenía francos cada 15 días, así que era una suerte volver a Santiago en el
Estrella, que pasaba por una infinidad de pueblos paralelos a la Ruta 34. En
época de fiestas los vagones estaban absolutamente llenos, y hasta en los
fuelles viajaban personas. A eso de las seis comenzaba la joda en cada coche:
guitarreada, contada de cuentos, timbeadas... una maravilla.” El que cuenta
es el santiagueño Roberto Cantos, integrante del Dúo Coplanacu, uno de los
conjuntos folklóricos más representativos de la actualidad. Años después
volvieron los recuerdos que transmitía ese viaje y Roberto compuso “Retiro al Norte”, el corte de difusión
del disco que también lleva ese nombre. “Uno
nunca sabe del todo cómo es eso de componer un tema, pero esa experiencia fue
muy profunda. Estoy muy contento de que a tanta gente, incluso colegas, le haya
pegado tanto la canción. Por eso siempre digo que lo importante no es quién la
haya escrito sino que se cante. La canción es de quien la canta.” El tema
es también interpretado por La Juntada, “banda”
integrada por los Coplanacu, Peteco Carabajal y Raly Barrionuevo, que se reúne
en algunas ocasiones para compartir la canción como una forma de homenajear la
historia musical de la tierra de las chacareras. El mismo Raly Barrionuevo ha
hecho del tema parte habitual de su repertorio privado: “Yo tengo algunas canciones que son muy queridas, y ‘Retiro al Norte’,
escrita por mi amigo Roberto, es una canción hermosa que relata los días en que
los changos volvían a sus pagos luego de trabajar en Buenos Aires, envueltos en
una fiesta. Es una canción que me ha llegado mucho desde el primer momento en
que la he escuchado, y es un placer interpretarla”.
LA LUZ DEL PUEBLO
Cuentan, quienes vivieron la experiencia, que el Estrella del Norte fue uno de los servicios que hicieron historia, junto a El Panamericano (1929-1942), El Cordobés (1938), El Tucumano (1938-1964), El Aconquija (1963-1969), el Expreso Buenos Aires-Tucumán (1969-1980), El Independencia (1981-1989), el Ciudad de Tucumán (1980), El Tucumano (1992-1993), el Mixto (1960-1989) y el Mar y Sierras (1970-1978). El Estrella del Norte fue inaugurado en 1914 y cumplió servicios hasta su suspensión en la década del ‘90, recordada entre otras cosas por la privatización de los ferrocarriles durante el gobierno de Carlos Menem. La desaparición de los trenes no sólo desunió el territorio sino que condujo a la desaparición de cientos de pueblos, llevó a la calle a miles de obreros, dejó en la miseria a muchas familias y anuló la comunicación que favorecía la productividad y beneficiaba a gran parte de la sociedad.
Cuentan, quienes vivieron la experiencia, que el Estrella del Norte fue uno de los servicios que hicieron historia, junto a El Panamericano (1929-1942), El Cordobés (1938), El Tucumano (1938-1964), El Aconquija (1963-1969), el Expreso Buenos Aires-Tucumán (1969-1980), El Independencia (1981-1989), el Ciudad de Tucumán (1980), El Tucumano (1992-1993), el Mixto (1960-1989) y el Mar y Sierras (1970-1978). El Estrella del Norte fue inaugurado en 1914 y cumplió servicios hasta su suspensión en la década del ‘90, recordada entre otras cosas por la privatización de los ferrocarriles durante el gobierno de Carlos Menem. La desaparición de los trenes no sólo desunió el territorio sino que condujo a la desaparición de cientos de pueblos, llevó a la calle a miles de obreros, dejó en la miseria a muchas familias y anuló la comunicación que favorecía la productividad y beneficiaba a gran parte de la sociedad.
Pero, en aquellos días, el
trayecto del Estrella invitaba a la aventura, a ver qué había cambiado de
aquellos pueblitos intermedios y qué sorpresas se encontraría en el hogar, en
la frecuencia que unía Retiro con Rosario, La Banda (Santiago del Estero) y
Tucumán, como grandes paradas, además de Forres, Fernández, Herrera, Colonia
Dora, Pinto, Ceres, Rafaela, Gálvez y Rosario Norte: “Nos conectaba con Buenos Aires para los que vivíamos lejos. Yo era de
Tucumán, y mi casa de la calle Catamarca 810 quedaba junto a los talleres de
Vía y Obras por aquel tiempo. La vivienda tenía salida hacia el andén Nº 1, y
desde allí observaba arribos y partidas, y junto a los limpiacoches y personal
de mantenimiento recorría la formación y daba un paseíto con las maniobras para
llevar el tren al lavadero, o llevaba bolsos y maletas hasta el sector de taxis
a los pasajeros de cada tren recién llegado. En mi adolescencia, una vez llegué
a la oficina desde donde se hablaba con un micrófono para dar informes a los
pasajeros, y me adueñé del micrófono del Estrella con la autorización del
empleado. Fue glorioso”, cuenta Guillermo Ramos, tucumano, hoy residente en
Buenos Aires.
El Estrella comenzó circulando
una vez por semana, pero fue aumentando sus frecuencias hasta llegar a ser
diario en la década del ‘60, con cuatro trenes diarios y miles de pasajeros que
hicieron de su servicio uno de los más importantes de Latinoamérica. En su
destino final, Tucumán, se podía combinar con otros trenes al Norte e incluso
llegar a Bolivia, y también en la misma estación se podía seguir viaje con
empresas de ómnibus hacia Salta y Jujuy. Paralelamente, en La Banda tenía una
combinación por ómnibus a la ciudad de Termas de Río Hondo. Era un tren
convencional, sin ningún tipo de lujos, y con tarifas muy accesibles; pero su
formación fue mejorando con el tiempo, comenzando a correr con los modernos
coches dormitorio metálicos ingleses, restaurantes y coches cama. “En su momento era casi una extensión en mi
vida, porque mi papá era ferroviario y, viviendo nosotros en un pueblo con el
resto de la familia en Buenos Aires, significaba el medio de transporte usado
para visitarlos cada cuatro o cinco meses. Además, Ceres (Santa Fe) se
desarrolló prácticamente gracias al ferrocarril. Era tal la dependencia del
pueblo que si alguien preguntaba a qué distancia quedaba Buenos Aires, decíamos
a doce horas en el Estrella. La primera vez que vi nevar (nevisca en realidad)
fue justamente arriba del tren. Llegábamos a Baradero y del cielo empezaron a
caer copitos de hielo que se adherían a las ventanillas. El tren paró y los
pasajeros bajaron para sentirlo en la cara. Duró unos pocos minutos, pero para
mí, que tendría diez años, fue una eternidad. Aún me acuerdo de los asientos de
cuerina verde y el olor a lustre”, cuenta Elina Boichenco, santafesina
residente hoy en Capital Federal.
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