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24/4/12

Principios y fines autonomistas

Ser autónomos es no tener amos fuera de nuestras fronteras, pero también significa que no los tengamos adentro. Se trata pues, de defender nuestros derechos y de promover el crecimiento de la provincia y de los más altos valores humanos.


Por Guillermo Adolfo Abregú. Investigador, ensayista. Santiago del Estero.

Un acta y un manifiesto hacían realidad la voluntad y la obra de los precursores y gestores de la autodeterminación (levantamientos del coronel Juan Francisco Borges en 1815 y 1816) como pueblo y como entidad jurídico-política que se sumaría al concierto de la Confederación de las Provincias del Río de la Plata y a la firma del Pacto Federal de 1831.
Hechos como éste empezaban a forjar un arduo e intrincado proceso, pero nítido en sus fines de alcanzar la Organización Nacional conformada por provincias autónomas enmarcadas en los postulados de un federalismo de auténticos propósitos, aunque no exento de tropiezos que perdurarían a través del tiempo.
Cierta historiografía calificó a aquellas acciones de militares de línea y caudillos de montoneras, sus invasiones, tomas de gobiernos y declaración de sus autonomías, como “la anarquía del año veinte”. Sin embargo, esas agitaciones culminaron con la consolidación definitiva de la República, aunque todavía quedarían pendientes muchos escollos por superar.
Repasando la historia, vemos cómo nos dividieron cuestiones de índole política o ideológicas (unitarios y federales, Buenos Aires y la Confederación, centralismo e interior). Esa problemática, en nuestro desarrollo histórico institucional ha tenido vigencia casi permanentemente, desde el momento en que no se impusieron ni se respetaron reglas claras que importen el acatamiento de los principios que sustenta el federalismo, como sistema aceptado y recibido por la Constitución de la Nación.

Federalismo precursor
Santiago del Estero mucho tiene que decir al respecto, porque a partir de la declaración de su autonomía se acentuó el sentido de un pacto federal que regulase las órbitas de poderes, promoviendo el crecimiento de la provincia, la justicia y la defensa de la región. Un año después de la declaración de la Autonomía, el gobierno del brigadier Juan Felipe Ibarra firmó en Vinará un tratado con Tucumán, que se constituyó en uno de los pactos preexistentes a la Constitución nacional.
Este acuerdo del 5 de junio de 1821 es uno de los pactos fundadores desde el que suscribieron en Pilar las provincias de Buenos Aires, Entre Ríos y Santa Fe. Pero recién en el año 1831, al firmarse el Pacto Federal, las provincias que fueron adhiriendo a él poco a poco, vislumbraron la posibilidad de obtener una coparticipación más equitativa, aunque el centralismo siguió manteniendo una marcada hegemonía sobre su puerto, sus rentas y el crédito público derivados de las provincias.
La Autonomía fue la voz de los hombres sin amos y una consigna común para la consolidación del federalismo. Y si éste no logró afirmarse realmente en la dimensión que debía cobrar, se convirtió en un sistema capaz de promover la búsqueda de soluciones para los desequilibrios, y al mismo tiempo en un derecho que consolida un proyecto de sociedad basado en la justicia y la libertad.
Efectivamente, en aquellos álgidos años comenzaba a formarse la Organización Nacional. Los caudillos provinciales repudiaron la política dictatorial y la hegemonía centralista. Así se levantaron Córdoba, San Juan, Tucumán, Mendoza y San Luis, ratificando la condición nacional en ciernes, como ya lo habían hecho Corrientes, Santa Fe, Entre Ríos y Salta, o poco después Santiago del Estero y Catamarca. El 27 de abril de 1820, venciendo Juan Felipe Ibarra a las tropas tucumanas, la provincia entra a la historia libre de ataduras regionales, como lo fue con Tucumán, o centralistas con Buenos Aires, enarbolando su identidad, sus derechos, su dignidad y su autonomía.

Hechos, no retórica
A 192 años de aquel acontecimiento, nos replanteamos el significado de la autonomía y del federalismo, convalidando los principios que hicieron posible la Constitución Nacional y la formación de un país democrático.
Acerca de la desfederalización que ha existido durante tantas décadas en el país, es un problema real cuya solución debe ser encarada efectivamente por el Gobierno nacional y los gobiernos provinciales, mediante políticas que exterioricen una voluntad clara y concreta, en orden a revitalizar los principios federalistas y autónomos sobre los que se asienta nuestro sistema institucional.
El federalismo, la descentralización, deben ser objetivos claros, posibles, que no queden librados a la imaginación y voluntad creadora de los argentinos. Los ideales de integración (que de alguna manera están plasmados en la Constitución Nacional cuando habla de regionalización) y de vertebración deben ponerse en marcha de una vez por todas. Tenemos los instrumentos que ambicionamos para despertar de las pesadillas de tantas crisis que nos golpearon despiadadamente. La fe y el trabajo podrán ponerse en marcha y operar milagros.
No nos engañemos pensando que sólo los europeos (los países centrales) son capaces de reconstruir sobre las ruinas. Nuestra historia y nuestra cultura están hechas de historias increíbles, por eso no debemos descartar la posibilidad de unirnos para contribuir a la consolidación, fortalecimiento y perfeccionamiento del actual sistema institucional. Debemos cumplir así con la esencia misma del federalismo, que reclama por sobre todas las cosas, la férrea unión de los argentinos, que le dé sentido de plenitud a la existencia.
Durante largas décadas en la política argentina se abusó hasta el hartazgo de la retórica y de engañosos discursos. Esto sucedió cuando hubo que referirse al federalismo. Se lo exaltó como el sistema más acabado de una república que encontró en él su destino de grandeza, porque fundado en razones históricas y espirituales de incuestionable vigencia sirvió para modelar las características locales de los pueblos, sin que nada de ello se introdujera en un impedimento para la concepción nacional del país. Sin embargo, salvo las voces del interior que exigían la participación de las provincias en igualdad de condiciones -de acuerdo con los pactos preexistentes- los intereses portuarios siguieron practicando en los hechos una política unitaria netamente centralista, que no quería adaptarse a un federalismo vertebrador que obliga a respetar las autonomías y a concertar con las provincias acuerdos políticos, sociales y económicos.
Hoy seguimos insistiendo en visualizar una nueva tónica de posibilidades de concretar viejas aspiraciones; para ello hacen falta profundizar las coincidencias y la aceptación en lo que realmente importa, que es el federalismo que tanto se proclama y que aprendimos a amar casi como un símbolo más de los argentinos, para que tenga vida propia y deje de ser una brillante teoría para erigirse en una efectiva y productiva realidad.
Hay que reflotar el sentido del federalismo, para que deje de ser el grito de batalla de unos contra otros.

Autonomía y dignidad
Aquel 27 de abril de 1820, cuando tras ser convocado por los cabildantes, el comandante de Abipones, Juan Felipe Ibarra, venció a las tropas enviadas desde Tucumán -de donde se dependía-, logrando hacer realidad el sueño libertario, Santiago del Estero recuperaba su dignidad, su “ser autónomo”, y al mismo tiempo marcando un hecho trascendente que fue ejemplo de principios jurídicos y políticos que sirvieron para dar sustento y continuidad a los ideales de integración y de respeto mutuo entre las provincias.
Esa dignidad debe ser preservada hoy más que nunca, evitando las divisiones y abriendo caminos de convivencia y superación, sin que ello signifique no reparar errores, y no caer en situaciones que propicien las intervenciones foráneas, como las últimas que tuvo la provincia en 1993 y 2004.
Ser autónomos es ser libres, pero al mismo tiempo representa saber cuidar esa libertad.
Ser autónomos es no tener amos fuera de nuestras fronteras, pero también significa que no los tengamos adentro. Se trata pues, de defender nuestros derechos y de promover el crecimiento de la provincia y de los más altos valores humanos.

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