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11/7/21

¿Hubo inquisición en el noroeste argentino?

Dra. Alicia Poderti


Los procesos judiciales contra la extirpación de las idolatrías en el Noroeste Argentino calcaban los procedimientos formales instituidos por el Santo Oficio y tendían a reforzar la lucha áspera y tenaz de los conquistadores contra los indios, incitando a los gobernadores a quebrantar el poder político de los brujos que acaudillaban las tribus. En este breve artículo se desvelan algunos aspectos desarrollados más ampliamente en el libro Brujas Andinas. La hechicería colonial en el Noroeste Argentino, (UNSA, 2002), escrito por la autora de estas líneas.

Durante los siglos de la Colonia, en el Tucumán Colonial (que abarcaba el actual noroeste de Argentina) no existió un Tribunal de la Inquisición. Sin embargo, los “crímenes” de sortilegio, adivinación y los actos de aquellos que se dedicaban a la superstición, como los brujos, hechiceros y practicantes de las artes mágicas, eran abordados por la justicia ordinaria. Como se desprende de la documentación relevada en diversas zonas del Perú y el Tucumán Colonial, el porcentaje de mujeres involucradas en procesos de carácter inquisitorial es muy alto, por lo que puede afirmarse que en esta porción de América la hechicería fue una actividad ejercida predominantemente por el sexo femenino. En la región del actual Noroeste argentino la mayoría de los juicios tenían como blanco predilecto a mujeres de los sectores marginados -indígenas, negras-, las que fueron sometidas a terribles tormentos.

Los juicios a las brujas andinas

Entre los juicios de corte inquisitorial que hemos relevado en los archivos del Noroeste argentino, podemos mencionar una querella criminal por embrujamiento del año 1715, seguida contra una india llamada Lucrecia, acusada de emplear filtros secretos o hierbas venenosas en perjuicio de rivales de su sexo, todo esto ocasionado por unos "celos apasionados". Según consta en las diligencias de este juicio producido en Santiago del Estero, Lucrecia fue condenada a destierro o confinamiento por toda su vida en el Fuerte de Balbuena.

En otro proceso del año 1761, en Santiago del Estero se acusa de hechicería a las indias Pancha y Lorenza, quienes con la aparente ayuda de arañas, gatos, espinas, ataditos de "jume fresco" y polvos de tártago provocaban muertes e hinchazones de barriga. Todas estas demostraciones eran consecuencia de un arte aprendido en una Salamanca, dentro de la jurisdicción del Tucumán, en la que "había baile y canto con arpa y guitarra", mucha gente "en cueros" y "un viborón que sacaba la lengua mirando a todos" y “pedía sangre”. Una de las indias es acusada de matar, en el pueblo de Tuama, a un "indio Colla llamado Melchor, dándole en comida unos polvos de tártago, y que ésto lo hizo porque el indio la quizo aporrear, y enojada de ésto lo ejecutó."

Un expediente criminal que resulta interesante es el obrado contra una hechicera negra, que practicaba su arte en las ciudades de San Miguel de Tucumán y Santiago del Estero. En este proceso del año 1703 -centrado en la enfermedad misteriosa que tiene al filo de la muerte a los amos de la esclava Inés-, se confrontan los dichos de los protagonistas blancos, indígenas, criollos y negros que participan en el caso: indias brujas de Matará y Ampatilla, e indios que sirven de intérpretes y testigos. También se acumulan interesantes sucesos: una difunta a la que le brotan espinas de la cara, un sapo blanco, una víbora verde, un rosario, un demonio que se aparece en sueños y "en traje de español"...

En este juicio, las prácticas medicinales científicas y populares se mixturan en un audaz entrecruzamiento, en tanto el médico convocado para entender en el caso ejercita métodos de diagnóstico de enfermedades que pueden equipararse a los de un hechicero. Así, el doctor Vargas Machuca se convierte en el testigo principal del juicio después de realizar prácticas mágicas que le permiten conocer el origen de los maleficios. Dentro de estos experimentos se incluye la prueba de cocinar un jabón y, dado que el agua se corta, se establece el maleficio. Otra prueba consiste en verter un huevo fresco dentro de las muestras de orina de la mujer enferma y de la propia, para mostrar la diferencia: en el caso de la enferma, el huevo flota hacia la superficie y en la suya el huevo se hunde hasta el fondo.

El castigo para la acusada es implacable: tormento, garrote vil y hoguera, pero antes de sufrir todo eso, se la condena a ser paseada por las calles de Tucumán sobre "una bestia abominable", acompañada de una comitiva que salía de la casa del Inquisidor General y con la voz de un pregonero que repetía en todas las esquinas: "Esta es la justicia que mandan a hacer el Rey Nuestro Señor, Dios le guarde, y en su real nombre el capitán Miguel de Aranciaga, alcalde ordinario y juez de la causa a esta mujer por matadora y pública hechicera. Quien tal hace que tal pague".


Confrontando “tradiciones”

La hechicería practicada por las mujeres campesinas fue uno de los factores que permitió la re-significación de los rasgos culturales andinos precoloniales, en contextos sociales rurales, urbanos y multiétnicos. Así, el hecho de que las brujas asimilaran corrientes culturales diversas, genera una idea de proceso cultural dinámico. En este contexto eminentemente conflictivo de alianza con figuras o símbolos condenados por un sistema religioso y cultural, se consideraba a estas mujeres como enemigas abiertas del orden social. De acuerdo a los valores europeos, las brujas, las huacas y el pasado estaban definidos como "malos", según el esquema de contrapuestos absolutos "bien/mal". Así, ser bruja, ser adivina, idólatra o "andina", son actitudes cuyo status de resistencia llegó a depender casi exclusivamente de los modos en los que la sociedad española definía dichas prácticas como negativas, subversivas, amenazadoras y destructivas del "mayor bien social". La relación de estas tácticas de sabotaje al orden dominante se traduce en una red de actos destinados a contravenir o infringir aquella versión de la "tradición" diseñada desde la sociedad y la historia colonial.

El gobernador que no quería ser “hechizado”

El gobernador Ramírez de Velazco, que administró la región del Tucumán entre 1586 y 1596, se vio presionado por un estado ambiental decididamente reaccionario contra los delitos que se atribuyeron a las prácticas de la brujería. Eran numerosos los funcionarios reales que, atacados por malestares mentales y nerviosos desconocidos por la medicina colonial, fueron catalogados bajo la denominación común de “hechizados” o “víctimas del encantamiento”. Cobraba vigencia la anécdota de tres gobernadores del Tucumán antecesores de Ramírez de Velazco, como Don Gerónimo Luis de Cabrera, fundador de la Ciudad de Córdoba; Don Gonzalo de Abreu y Figueroa, fundador de San Clemente de la Nueva Sevilla; y el Licenciado Don Hernando de Lerma, fundador de la ciudad de Salta, quienes tuvieron finales trágicos: los dos primeros fueron mandados a degollar y Lerma murió en la cárcel.

Estos hechos habrían influido en el ánimo de Ramírez de Velazco, quien, por temor a correr igual suerte, se dedicó a combatir la sugestión agorera. Para ello, el Gobernador consiguió autorización real para aplicar, además de los tormentos de uso corriente, las penalidades de la hoguera y del destierro perpetuo.

Emilio Catalán, 1936.

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