Por Bailón Peralta Luna
El baile, que figuró siempre como ceremonia mundana,
pasatiempo galante o diversión popular, tuvo en Villa Atamisqui su lugar de
preferencia. Puede decirse que no hubo danza que alli no fuera conocida, lo que
se ex- plica por la afición, proverbial que te- nía el atamisqueño por la
música. A ello contribuyó también en gran parte el frecuente intercambio que
mantenía la Villa con los demás centros poblados del país. Desde los bailes
titulados ceremoniosos hasta aquellas eminentemente populares, encontraron sus
cultores. Los primeros se realizaban en casa de las familias principales, en un
ambiente si se quiere aristocrático, mientras que los otros ocupaban escenarios
más modestos como así correspondía a su condición de populares, con lo que
notamos una diferencia bien definida: músicas y coreografías distintas
encuadradas marcas también distintos. Lo que para unos significaba motivo de
simple expansión espiritual o vinculación social, para el pueblo el baile era
di- versión inusitada que lo conducía a veces a toda suerte de excesos.
Entre las danzas del viejo cancionero que bailó la sociedad atamisqueña,
en las primeras décadas del siglo pasado, cabe mencionar La, Gavota y El Serio
(Minué) que, con el transcurso del tiempo, fueron desplazadas por El Cuando,
Los Lanceros, polcas. mazurcas, vals y habaneras menos ceremoniosos que los
primeros que se caracterizaban por su gravedad y distinción pero todos ellos de
ascendencia extrajera, Con estos bailes, como es de suponer, las reuniones
adquirían singular lucimiento, sobre todo las que se efectuaban a la llegada de
algún huésped ilustre en las diligencias que procedían de Córdoba o Buenos
Aires. Sin embargo, cuando el entusiasmo ganaba el ánimo de la concurrencia,
era frecuente ver que el elemento joven, dejando de lado las danzas
ceremoniosas, entregábanse a los bailecitos, denominación que se asignaba al
gato, chacarera y zamba, que eran los únicos bailes populares que tenían
acogida en este ambiente. No está demás decir que para amenizar estas veladas
se recurría a músicos que llegaron a tener notoria fama como Mercedes Gómez y
María Antonia Santillán de Sosa, hábiles ejecutantes de arpa, a quienes aún las
recuerdan cariñosamente los viejos pobladores de la Villa.
Así como el baile tuvo su preferencia en la sociedad, entre
la gente del pueblo vino a ser una especie de devoción fuertemente arraigada.
Sus fiestas tenían lugar al pie de una re- presa situada en la misma Villa,
debajo de un itin que, con el andar de los años, adquirió los caracteres de
pues se cuenta que más de una vez, ese árbol, cobijó bajo su sombra la recia
figura del general Antonino Taboada cuando llegaba hasta allí a festejar algún
triunfo conquistado por sus armas,
En estas reuniones, el entusiasmo no tenía límite, máxime
para Carnaval y Pascua, en que se prolongaban por espacio de varios días. Cabe
señalar que no había fiesta en el calendario que no fuera objeto de celebración,
lo que prueba la predisposición de los atamisqueños para las diversiones. La
gente de rango, llamaba a estas fiestas en tono despectivo, "bailes de
cholitas" o "de los imaina risunqui".
Las danzas que cultivaba el pueblo, eran de una variedad asombrosa,
Fuera de los bailes comúnmente conocidos, como el gato, la chacarera, la zamba,
el Palito, el Remedio, el Cuan- do, la Firmeza, etc... Merecen citarse El
Conejo o Salta Conejo y el Pala- Pala, por ser más antigüos, a los que se les atribuye
origen indígena, lo que no es descartado, si se tiene en cuenta que trátase de
danzas, que, en su desarrollo, imitan a los animales, revistiendo así carácter
totémico. Es sabido que las razas que poblaron el continente antes de la
conquista española, uvieron sus propias danzas, que se reducían a simples
representaciones. En El Conejo o Salta Conejo, el baile se caracterizaba por
los sal- titos que dan los bailarines remedando los movimientos de este animal,
pero confiriéndole expresiones humanas. Léase la siguiente copla de este baile,
cuyo texto bilingüe certifica su origen quichua.
Salta conejo
duro y parejo,
pollona vieja
moditus niiquita
nunca poraiqui
neraiquichu
coneja.
Lo propio ocurre en el Pala Pala, pero aquí es un ave la que sirve de tema a esta danza: el cuervo, a quién se imita en sus características más salientes como ave de rapiña. Sin embargo, en este baile, a diferencia de lo que pasa con el anterior, ya entra en juego la pantomima amorosa, si bien con caracteres grotescos Los bailarines emplean sus ponchos a manera de alas y mediante saltos acompasados, aproximanse y retroceden, tal cual lo hace el cuervo frente a su presa,
El Marote, es otra de
las danzas a la que también se le atribuye origen indígena, por ser de antigüa
data. Al mismo pertenece esta copla que aborda un tema festivo picaresco,
Donde está Marote, mi alma,
en don Nicanor tomando
caña y ginebra
sobre el mostrador.
La Resbalosa también se halla incluida entre los bailes antigüos, aún cuando no participa del orden de los anteriores. Esta danza por demás graciosa gozó de la preferencia de los atamisqueños. La conocieron con el nombre de Simin Sinchi (boca dura). de la que se ha recopilado la siguiente copla:
Allá va la Simin
Sinchi
poncho negro a la
cintura,
con pañuelo blanco al
cuello
bailando la siquipura.
Resbalapay challua
lomo.
La Media Caña otro de
los bailes al que se le prestó franca acogida. Se lo bailaba con preferencia en
las fiestas donde se celebraban casamientos como puede verse a través de esta
copla,
Que vivan los novios,
dice
una abuela,
una abuela.
Que vivan repiten
todos,
menos la suegra,
menos la suegra
También bailaron los
atamisqueños El Caballito. Pocas referencias
se tienen acerca del origen de este baile. Sin embargo, ha llegado a saberse
que era muy conocido entre los soldados del General San Martín, Se caracteriza
por sus compases marciales y movimientos rítmicos, lo que está de acuerdo con
el tema que desarrolla, pues con el zapateo que realiza el varón imitase al
galope del caballo. Su música hace recordar las viejas marchas de caballería.
Podrían mencionarse
innumerables bailes que adquirieron difusión aquella región, pero resulta
interesante incluir en estos apuntes la versión atamisqueña de la Zamba de Vargas.
Número del
Cincuentenario * EL LIBERAL * 1898 - 3 de Noviembre
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