El Clima en Santiago del Estero

15/3/23

El folklore atamisqueño ofrece las más ricas expresiones y un singular colorido

Por  Bailón Peralta Luna


Villa Atamisqui, que fue una posta en la época de la colonia y alcanzó singular importancia entre los centros poblados de la provincia, a través del siglo anterior y comienzos del presente, tuvo también un papel relevante para la formación de nuestro acervo folklórico, por haber florecido allí el arte musical en sus más varia- das manifestaciones, lo que se ponía de manifiesto en las veladas o fiestas de familia. Es sabido, que, a falta de otros espectáculos recreativos, las tertulias familiares, constituían de base a comentarios sociales, daban lugar a que las niñas de la casa pusieran de relieve sus habilidades artísticas, sea con ejecuciones de arpa, instrumento predilecto de la época o con cantos acompañados de guitarra, Se interpretaba así estilos, vidalas, tristes, etc., a veces con maestría que excedía las posibilidades de simples aficiona- dos. Pero estas reuniones alcanzaban su mayor brillo, cuando entraba en juego la danza, lo que comunmente ocurría al celebrarse casamientos, bautismos o cumpleaños, aparte de aquellas festividades que asumían carácter colectivo, como Carnaval y Pascua, en las que el baile servía de regocijo y entretenimiento público.

El baile, que figuró siempre como ceremonia mundana, pasatiempo galante o diversión popular, tuvo en Villa Atamisqui su lugar de preferencia. Puede decirse que no hubo danza que alli no fuera conocida, lo que se ex- plica por la afición, proverbial que te- nía el atamisqueño por la música. A ello contribuyó también en gran parte el frecuente intercambio que mantenía la Villa con los demás centros poblados del país. Desde los bailes titulados ceremoniosos hasta aquellas eminentemente populares, encontraron sus cultores. Los primeros se realizaban en casa de las familias principales, en un ambiente si se quiere aristocrático, mientras que los otros ocupaban escenarios más modestos como así correspondía a su condición de populares, con lo que notamos una diferencia bien definida: músicas y coreografías distintas encuadradas marcas también distintos. Lo que para unos significaba motivo de simple expansión espiritual o vinculación social, para el pueblo el baile era di- versión inusitada que lo conducía a veces a toda suerte de excesos.

Entre las danzas del viejo cancionero que bailó la sociedad atamisqueña, en las primeras décadas del siglo pasado, cabe mencionar La, Gavota y El Serio (Minué) que, con el transcurso del tiempo, fueron desplazadas por El Cuando, Los Lanceros, polcas. mazurcas, vals y habaneras menos ceremoniosos que los primeros que se caracterizaban por su gravedad y distinción pero todos ellos de ascendencia extrajera, Con estos bailes, como es de suponer, las reuniones adquirían singular lucimiento, sobre todo las que se efectuaban a la llegada de algún huésped ilustre en las diligencias que procedían de Córdoba o Buenos Aires. Sin embargo, cuando el entusiasmo ganaba el ánimo de la concurrencia, era frecuente ver que el elemento joven, dejando de lado las danzas ceremoniosas, entregábanse a los bailecitos, denominación que se asignaba al gato, chacarera y zamba, que eran los únicos bailes populares que tenían acogida en este ambiente. No está demás decir que para amenizar estas veladas se recurría a músicos que llegaron a tener notoria fama como Mercedes Gómez y María Antonia Santillán de Sosa, hábiles ejecutantes de arpa, a quienes aún las recuerdan cariñosamente los viejos pobladores de la Villa.

Así como el baile tuvo su preferencia en la sociedad, entre la gente del pueblo vino a ser una especie de devoción fuertemente arraigada. Sus fiestas tenían lugar al pie de una re- presa situada en la misma Villa, debajo de un itin que, con el andar de los años, adquirió los caracteres de pues se cuenta que más de una vez, ese árbol, cobijó bajo su sombra la recia figura del general Antonino Taboada cuando llegaba hasta allí a festejar algún triunfo conquistado por sus armas,

En estas reuniones, el entusiasmo no tenía límite, máxime para Carnaval y Pascua, en que se prolongaban por espacio de varios días. Cabe señalar que no había fiesta en el calendario que no fuera objeto de celebración, lo que prueba la predisposición de los atamisqueños para las diversiones. La gente de rango, llamaba a estas fiestas en tono despectivo, "bailes de cholitas" o "de los imaina risunqui".

Las danzas que cultivaba el pueblo, eran de una variedad asombrosa, Fuera de los bailes comúnmente conocidos, como el gato, la chacarera, la zamba, el Palito, el Remedio, el Cuan- do, la Firmeza, etc... Merecen citarse El Conejo o Salta Conejo y el Pala- Pala, por ser más antigüos, a los que se les atribuye origen indígena, lo que no es descartado, si se tiene en cuenta que trátase de danzas, que, en su desarrollo, imitan a los animales, revistiendo así carácter totémico. Es sabido que las razas que poblaron el continente antes de la conquista española, uvieron sus propias danzas, que se reducían a simples representaciones. En El Conejo o Salta Conejo, el baile se caracterizaba por los sal- titos que dan los bailarines remedando los movimientos de este animal, pero confiriéndole expresiones humanas. Léase la siguiente copla de este baile, cuyo texto bilingüe certifica su origen quichua.

Salta conejo

duro y parejo,

pollona vieja

moditus niiquita

nunca poraiqui

neraiquichu

coneja.

Lo propio ocurre en el Pala Pala, pero aquí es un ave la que sirve de tema a esta danza: el cuervo, a quién se imita en sus características más salientes como ave de rapiña. Sin embargo, en este baile, a diferencia de lo que pasa con el anterior, ya entra en juego la pantomima amorosa, si bien con caracteres grotescos Los bailarines emplean sus ponchos a manera de alas y mediante saltos acompasados, aproximanse y retroceden, tal cual lo hace el cuervo frente a su presa,

El Marote, es otra de las danzas a la que también se le atribuye origen indígena, por ser de antigüa data. Al mismo pertenece esta copla que aborda un tema festivo picaresco,

Donde está Marote, mi alma,

en don Nicanor tomando caña y ginebra

sobre el mostrador.

La Resbalosa también se halla incluida entre los bailes antigüos, aún cuando no participa del orden de los anteriores. Esta danza por demás graciosa gozó de la preferencia de los atamisqueños. La conocieron con el nombre de Simin Sinchi (boca dura). de la que se ha recopilado la siguiente copla:

 

Allá va la Simin Sinchi

poncho negro a la cintura,

con pañuelo blanco al cuello

bailando la siquipura.

Resbalapay challua lomo.

 

La Media Caña otro de los bailes al que se le prestó franca acogida. Se lo bailaba con preferencia en las fiestas donde se celebraban casamientos como puede verse a través de esta copla,

 

Que vivan los novios, dice

una abuela,

una abuela.

Que vivan repiten todos,

menos la suegra,

menos la suegra

 

También bailaron los atamisqueños El Caballito. Pocas referencias se tienen acerca del origen de este baile. Sin embargo, ha llegado a saberse que era muy conocido entre los soldados del General San Martín, Se caracteriza por sus compases marciales y movimientos rítmicos, lo que está de acuerdo con el tema que desarrolla, pues con el zapateo que realiza el varón imitase al galope del caballo. Su música hace recordar las viejas marchas de caballería.

Podrían mencionarse innumerables bailes que adquirieron difusión aquella región, pero resulta interesante incluir en estos apuntes la versión atamisqueña de la Zamba de Vargas.

 

Número del Cincuentenario * EL LIBERAL * 1898 - 3 de Noviembre


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