El Clima en Santiago del Estero

13/3/17

Benjamin, Kafka y Shunko en el aula


Por Héctor Alfredo Andreani

Pues la realidad es extraordinariamente superior a cualquier relato (…) a cualquier divinidad. No se necesita más que el genio de saber interpretarla.

Antonin Artaud



Tremendo Artaud ¿no? pero el asunto de la genialidad podríamos dejar a un lado por ahora, y pasar a pensar eso que él postula como realidad. En realidad, es más chiquito el tema, se trata de estrategias de una lectura otra en el aula. Sí, el tema era algo que pasa en el aula, no Artaud. No me refiero a la didáctica de la literatura (fundamental, pero muy cacareada y poco practicada), sino más bien a la perspectiva, y no tanto a la pedagogía. Aprender a mirar lo que quiero laburar en clase con los changos y las chicas respecto de la literatura, antes que buscar estrategias de lectura en los manuales.

Repito: es fundamental esto también porque hoy en día la muchachada del secundario tiene muchos problemas de comprensión textual, ya sabemos. Pero igual me quiero enfocar en otra cosa. En las posibilidades reales de la crítica literaria para hacer alguito convincente en el aula. Escribo esta nota porque Santiago del Estero se caracteriza por tener cientos y cientos de docentes formados en crítica literaria, pero ninguno la ejerce. Es verdad que vivimos en una zona marginal de Argentina, con una población considerada sobrante al gran capital, con un sistema educativo degradado que refleja perfectamente ese estado de sobrepoblación sobreviviente, y con la consecuente ausencia de mercado editorial local, que solo se sostiene precariamente con aportes magros del estado nacional. Amén por el tesón de las ediciones de bolsillo, gracias. Pero igual, viendo así este páramo social que sobrevive con un 87 % de presupuesto que llega de nación y de la renta agraria (soja), la crítica literaria se convierte en un objeto de lujo, o un artefacto más inútil.

No importa, igual voy a proponer algo. El asunto central es la política de la interpretación. Hay manifestaciones de la crítica cultural que atentan potencialmente contra la idea de coherencia textual, concepto impuesto religiosamente a los chicos en las clases de lengua, en la idea de que todo texto es una suerte de máquina generadora de significados. Y sólo esa máquina-texto lo permite, porque sus engranajes (recursos cohesivos) actúan “armónicamente” para que nosotros entendamos. Por ende, nos formaron con la idea de que los discursos son “engranajes” visibles que forman un texto, es decir, una bonita y tranquilizadora idea clasificadora sobre el envase del lenguaje humano (en el fondo nos sentimos tranquilos clasificando cosas).

Pero nunca falta alguien que se propone meter la cuchara al revés. Por ello, pasemos al autor que nos interesa. En la crítica cultural, un texto puede no ser un texto sino un discurso que implica categorías más amplias, contextos y materiales coyunturales que pueden avalar la fragmentariedad como estrategia eficaz de interpretación. Esta idea puede ejemplificarse con el ya conocido -crítico alemán- Walter Benjamin (en la década del 30), quien al interpretar la obra de Franz Kafka, utilizaba materiales diversos procedentes de contextos alejados (como ya sabrán, era coleccionista de muñecos, figuritas, libros, películas, etc.), pero en los cuales Benjamin encuentra un principio de certeza para revelar aspectos del capitalismo.

La leyenda cuenta que Gerhard Sholem le pidió una opinión a su amigo Benjamin, acerca de una biografía sobre Kafka, publicada recientemente en su momento. El autor de la biografía era Max Brod (amigo íntimo y autodeclarado exégeta de Kafka). Siempre perseguido por los nazis, Benjamin contestó a su amigo Sholem en una carta, que a nuestro juicio, debe ser estudiada como modelo de crítica en cualquier profesorado en literatura. Resumo: Benjamin refuta impiadosamente la interpretación de Brod, quien en su ejercicio de exégesis postulaba que Kafka se acercaba a la santidad (una actitud pietista), y que escribía de modo “aparente”. A partir de esto, Benjamin da vuelta todo el asunto, y propone que la literatura de Kafka se mueve entre dos ejes: el peso de la tradición (su mito), y el vértigo del hombre moderno. Para refutar a Brod, Benjamin cita un texto excepcionalmente distante, fuera del contexto “literario”, casi forzosamente, pero con resultados iluminadores: Benjamin utiliza un fragmento de Sir Arthur Eddington (1882-1944), físico y astrónomo británico, colega y amigo de Einstein. El científico Eddington (o Benjamin interpretando a Kafka) citado por el crítico alemán, dice así:

Estoy en el umbral de la puerta, a punto de entrar en mi cuarto. Lo cual es una empresa complicada. En primer lugar tengo que luchar contra la atmósfera que pesa con una fuerza de un kilogramo sobre cada centímetro cuadrado de mi cuerpo. Además debo procurar aterrizar en una tabla que gira alrededor del sol con una velocidad de 30 kilómetros por segundo; sólo un retraso de una fracción de segundo y la tabla se habrá alejado millas. Y semejante obra de arte ha de ser llevada a cabo mientras estoy colgado, en un planeta en forma de bola, con la cabeza hacia fuera, hacia el espacio, a la par que por todos los poros de mi cuerpo sopla un viento etéreo a Dios sabe cuánta velocidad. Tampoco la tabla tiene una sustancia firme. Pisar sobre ella es como pisar un enjambre de moscas. ¿No acabaré por caerme? No, porque si me atrevo y piso, una de las moscas me alcanzará y me dará un empujón hacia arriba; caigo otra vez y otra vez y me empuja hacia arriba y así sucesivamente. Puedo por tanto esperar que el resultado total sea mi permanencia siempre aproximadamente a la misma altura. Pero si por desgracia y a pesar de todo cayese a suelo o fuese empujado con tanta fuerza que volase hasta el techo, semejante accidente no sería lesión alguna de las leyes naturales, sino una coincidencia extraordinariamente improbable de casualidades…Cierto que es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un físico traspase el umbral de una puerta. Si se tratase de la boca de un granero o de la torre de una iglesia, tal vez fuera más prudente acomodarse a ser nada más que un hombre corriente, entrando simplemente por estas puertas, en lugar de esperar a que se hayan resuelto todas las dificultades que van unidas a una entrada libre de objeciones

Qué lindo cuentito de terror ¿no? No podía dejar de mostrar este maravilloso texto para que se comprenda el método interpretativo de Benjamin. Cierto es que esta imagen de Eddigton le sirve a Benjamin para interpretar (o usar, o leer políticamente) la obra de Kafka. Cualquiera que haya leído a Kafka, habrá notado que este fragmento de Eddington es perfectamente kafkiano. Algo como una coherencia aparece nítida (pero como una estrategia más) en el comentario siguiente de Benjamin, quien prosigue: “No conozco ningún pasaje en literatura que muestre en tal grado el gesto kafkiano. Se podría sin esfuerzo acompañar casi cada paso de esta aporía física con frases de la prosa de Kafka, y no habla poco a favor de ello que nos encontrásemos con las (frases) más incomprensibles”.
Mi intención es mostrar que la coherencia textual sí es válida como una estrategia de lectura, no como una teoría de la lectura que explica lo que el “texto propiamente” dice. Por ejemplo, pareciera haber cierta similitud metodológica, pongamos por caso, entre Umberto Eco y el crítico alemán, en esta frase: “cualquier interpretación dada de cierto fragmento de un texto, dice Eco, puede aceptarse si se ve confirmada –y rechazarse si se ve refutada- por otro fragmento de ese mismo texto”. El problema es que dicha estrategia sufre como consecuencia un reduccionismo del significado del texto (en la teoría de Eco) y una apertura evidente e iluminadora (en el caso benjaminiano). ¿Por qué? Eco postula que no puede interpretarse cualquier cosa sobre un texto (entiéndase “texto” como una guía exclusiva para algunos), y que siempre deben controlarse “los irrefrenables impulsos del lector”. Es irrefutablemente verdad que Benjamin realiza una hipótesis de lectura sobe Kafka, pero dicha coherencia textual no tendría sentido sin la aporía física de Eddington.

Aunque me caiga bien, Eco no me sirve. El fragmentarismo de Eddington y Kafka devela sobre el mundo mucho más por alusión que por afirmación. Ahí está el chiste. Lo interesante del uso benjaminiano de Kafka es que aparece en evidencia la idea de un discurso conectado con el campo de fuerzas sociales. No como “sistema coherente”, o “intención textual”, porque conectar dos puntos tan distantes como Kafka y Eddington (sumado a Benjamin como tercer vértice de un triángulo dramático) es develar críticamente una visión de la época, no sólo una intención autoral o textual. Además, Benjamin usó el discurso kafkiano desde su propio trasfondo cultural y lingüístico. Queremos decir: es posible que el fragmento de Eddington sea nada más que la confirmación de los temores de Benjamin mismo, como lector perseguido de la preguerra, como hombre moderno, como judío marxista amenazado. Y encima, refutando la posibilidad de acceder, y menos respetar, el ilusorio trasfondo del “texto mismo”.

Hace muchos años (hoy ella y sus deslices ya no me interesan) Beatriz Sarlo observaba que Benjamin “construye un conocimiento a partir de citas excepcionales y no sólo de series de acontecimientos parecidos”. Esta filosofía de lo fragmentario como crítica cultural pone en riesgo la idea de una coherencia, de una coherencia textual interna. Más gracioso, todavía, cuando se pretende una coherencia “literaria”. El acierto en Benjamin, entonces, fue no sólo interpretar a Kafka, sino una mentalidad cultural de la época. He aquí la evidencia de una buena patada a cualquier profesor-policía en lengua, que piense al texto como una máquina autónoma, encerrada en sí misma. Sí, de esos que pululan en el perro peludo que es el degradado sistema educativo.

Imagínense, con un mínimo esfuerzo, si trasladáramos el método benjaminiano al ámbito educativo: ya no más analizar 10 sustantivos en un cuento, ya no más analizar sujetos y predicados en un relato de terror (matándolo al cuento, claro). Sencillamente, no más textos encerrados en la impotencia de sus propios análisis dirigidos desde y hacia adentro de ellos mismos. Sencillamente, textos conectados con la historia, la sociedad y las ideologías, a través de indicios detectivescos, huellas invisibles e intenciones ocultas, con opiniones del abajo y no sólo del arriba (acuérdense de que Benjamin no estaba muy acomodado socialmente, o sea que su escritura seguía siendo más del abajo que del arriba, ese arriba que representaba el Olimpo infranqueable de Adorno y Horkheimer).

Relacionar un relato policial con las anécdotas cotidianas de los alumnos, de ahí conectar con algo que vieron en la tele, ir escribiendo, discutiendo esas consideraciones en grupo, entre otras. Cualquier cosa puede suceder, cualquier discurso puede ingresar para dialogar con el texto base. Las matemáticas, la historia o el accidente de la vieja de la vuelta de la esquina. Sencillamente, Benjamin propone una lectura de la sospecha que dispara la curiosidad hacia otras lecturas absolutamente impensadas.

Qué difícil que es, qué desafiante que se presenta el asunto, qué bárbaro sería que los changos y las chicas –en la clase de “lengua”- se prendieran en esta didáctica de la crítica benjaminiana, pero adaptado al también degradado ambiente anti-intelectual de la educación local.

No van a creer ustedes, pero cierro el texto con otra cosa. Ahora ya saben cómo podríamos leer y trabajar a Shunko de otro modo (uno de tantos, claro). No desde el folklorismo o la estética de la pobreza, sino como la lectura detectivesca de indicios que te abren la puerta, es decir, la llave para ver la coherencia cultural de una época. Una época reciente, y tal vez cercana. • Fuente: Revista Cabeza

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