El Clima en Santiago del Estero

12/8/15

Los mercaderes de la sangre (fragmento)

(LUIS FRANCO, CATAMARCA)


En un mundo creado por los mercaderes
y regido por ellos, la órbita de las ideas de los filósofos y los moralistas
cabía siempre en la órbita del vientre de los mercaderes.
Los sermones de los curas confeccionábanse sobre medida
para ellos.
Los obreros, los inventores, las prostitutas, los eruditos
sudaban para ellos.
La política, los barcos, las rotativas, los cables, la filantropía,
se movían por ellos y para ellos,
y para ellos el viento labraba las olas y el sol labraba la tierra.
Pero los mercaderes habían llenado de armas el mundo,
porque las armas habían devenido la mejor mercancía.
He aquí que las máquinas de guerra
precisaban bautizarse en la guerra.
Y sus amos precisaban defender a muerte sus alcancías,
sus dividendos futuros, su moral bifronte,
su lote de jubilación celestial.
Y así el casi arrumbado genio de los caníbales,
el que dio a las demiúrgicas manos del hombre
un destino más lúgubre que el de la fiebre de los pantanos,
se puso, más experto que nunca, a las órdenes de los mercaderes.
Él vino a arreglar las cosas
cuando el entredicho entre los compadres de la víspera
no tuvo armisticio ni en la lengua bífida de los diplomáticos.
Entonces toda la erudición humana
se enroló dócilmente para el servicio auxiliar de la guerra.
Las inmemoriales ciencias del fuego y del fierro
perfeccionadas con tan infinito amor
que el cielo con su rayo y el infierno con sus altos hornos
quedaron en ridículo junto a ellas.
Y la geografía y la oceanografía,
y la reciente colonización de los altiplanos vírgenes del aire,
y los aportes últimos de la psicología colectiva.
Hasta que todo el hombre fue trocado en súbdito
de las dictatoriales máquinas de guerra.
¿El tecleo de máquina de calcular de las ametralladoras,
enumerando una a una, sin falla posible,
todas las unidades de la masacre?
¿Los submarinos cosechando más naufragios
que todas las tormentas pasadas del mar?
El mismo cielo, alquilado por la muerte,
se abatió, ronco de aviones, sobre el valle de las lágrimas.
Y he aquí que ni el genio de la dinamita, ni el de la gelinita,
ni el de la iperita,
resultaron ya suficientes.
Entonces se descendió a meter cuña entre los átomos,
a desatar las fuerzas cariátides del cosmos,
para lanzarlas en presencia de todos los cielos
contra la desnuda, desnuda vida humana.

Imagen: Pintura del artista plástico santiagueño Absalon Argañaraz

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