El Clima en Santiago del Estero

2/2/15

Coronel Lorenzo Lugones: Un héroe santiagueño


El 10 de agosto de 1796 nace en Pampallasta, Santiago del Estero. Muy joven, a los 14 años de Edad, se incorporó al ejército, al Cuerpo de Patricios Santiagueños, bajo las órdenes del Coronel Juan Francisco Borges. Combatió en las derrotas de Cotagaita y Desaguadero. También en la primera victoria de las armas argentinas en Suipacha, bajo las ordenes de los jefes patriotas que sucesivamente asumieron el mando del Ejército del Norte, como Francisco Ortiz de Ocampo, Antonio González Balcarce, Juan José Castelli y Juan Martín de Pueyrredón, participando del ulterior repliegue del ejército hasta la ciudad de Jujuy. Luego de la derrota de Desaguadero Pueyrredón renuncia al mando, y Manuel Belgrano es designado en la Jefatura del Ejército del Norte.

Belgrano llegó a Jujuy el 19 de mayo de 1812 para hacerse cargo. Informado de la desmoralización que en parte había invadido a los oficiales, Belgrano prefiere hablarles en privado y los recibe de pie, en su tienda: -“Señores, tenemos una larga campaña por delante y deseo contar con la colaboración de todos ustedes.  El que no tenga bastante fortaleza de espíritu para soportar con energía los trabajos que le esperan, puede pedir su licencia.”  Hay leves movimientos de cabeza y crispaturas de manos. A algunos de aquellos hombres el nuevo jefe ya los conoce. Belgrano escruta a todos, como si tratara de adivinar el pensamiento de cada uno. Sabe que hay jefes que pueden considerarse con más títulos que él para el mando del ejército, sobre todo las figuras destacadas, que son los coroneles Eustaquio Díaz Vélez y Juan Ramón Balcarce, ambos veteranos, y el último considerado como uno de los más expertos jefes de caballería. Pero sin embargo advierte en la oficialidad muestras de particular simpatía. Muchos de esos oficiales se harán célebres en diversos terrenos: José María Paz, Manuel Dorrego, Cornelio Zelaya, Rudecindo Alvarado, Gregorio Aráoz de La Madrid, Lorenzo Lugones. Son jóvenes entusiastas en cuyas almas arde la llama inextinguible de un patriotismo exaltado. “-Señores -prosigue Belgrano-, se me ha informado de cierto desasosiego en este ejército. Sin embargo, atribuyo la deserción y el desaliento de la tropa más a la clase de oficiales que a los mismos soldados, pues éstos, como cuerpos inertes, se mueven a impulso de aquellas palancas. Parece que algunos se deleitasen en decir a cuantos ven, que apenas habrá 200 fusiles en el ejército. Esto que habrían de reservarse lo propalan, y sin conseguir remedio sólo se causa desaliento entre estos habitantes que parecen de nieve respecto a esta empresa.”

De camino a Jujuy, y sin conocer aún la carta por la que se lo reprendía, Belgrano decidió festejar la fecha patria del 25 de mayo bendiciendo la bandera celeste y blanca. El coronel Lorenzo Lugones, testigo del episodio, cuenta que a orillas del río Pasaje (hoy Juramento) el general hizo formar a su ejército e hizo ratificar el juramento prestado meses antes en las Barrancas del Paraná. Así lo relata: “Llegamos al río Pasaje, punto de reunión para el ejército; aquí se recuerda un acto solemne digno de la historia. Habiendo el ejército formado en parada conforme a la orden general, se presentó en el cuadro Belgrano con una bandera blanca y celeste en la mano que colocó con mucha circunspección y reverencia en un altar situado en medio del cuadro; proclamó enérgica y alusivamente y concluyó diciendo:

"Este será el color de la nueva divisa con que marcharán a la lid los nuevos campeones de la Patria".¡Oh Bandera de mi patria guerrera! ¡Signo precioso de la libertad, inmortal divisa de la noble igualdad; yo también en ese día, acaso el más joven de los guerreros de este tiempo, en medio de todo un ejército que desfilaba por delante de ti, a tus pies, juré por la Patria, en cien batallas vencer o morir!

El ejército ratificó su juramento besando una cruz que formaba la espada de Belgrano, tendida horizontalmente sobre el asta de la bandera: con este ceremonial concluyó el acto y el ejército quedo dispuesto para la primera señal de partida.
A distancia de cien pasos del río, sobre la ribera que gira al oeste, a la altura de un notable barranco, había un árbol que, por su magnitud, se distinguía sobre todos los de sus cercanías; limpiando una parte de su corteza, hacia media altura de un hombre, en medio de un círculo de palma y laurel, dibujado en el tronco de un árbol se grabó una inscripción que decía: Río Juramento, y más bajo, la siguiente estrofa:

Triunfareís de los tiranos
y a la patria dareís gloria,
si, fieles americanos,
juraís obtener victoria.

Esta versión pertenece a la obra "Recuerdos Históricos" del coronel Lorenzo Lugones, testigo del episodio.

El 24 de agosto entraba la vanguardia realista en Jujuy. El general Manuel Belgrano encabezó la ordenada retirada, gesta conocida como el "Éxodo Jujeño". Jujuy soportó once invasiones realistas. Lorenzo Lugones participó de la victoria de Tucumán librada el 24 de Septiembre de 1812, que significó para la Revolución, un tiempo de regocijo y de renovada esperanza Por fin el 20 de febrero de 1813, se produjo la batalla de Salta que selló la suerte del ejercito realista. El 20 de febrero de 1813,  tras el triunfo argentino en la Batalla de Salta, el santiagueño Lorenzo Lugones es nombrado Alférez de Compañía, por su destacada actuación en combate.

Participó en otras acciones durante la Guerra de la Independencia, sirviendo a las órdenes de los generales González Balcarce, Rondeau, Aráoz de La Madrid y Belgrano. En 1829, fue Jefe del Estado Mayor del General José M. Paz en la sangrienta Batalla de La Tablada. Perseguido por los federales, se radicó en Bolivia. Allí para atender a su sustento, fue panadero. Caído Juan M. Rosas, volvió al país en 1854, estableciéndose en Tucumán. El Gobierno le otorgó los despachos de Coronel el 29-05-1856. Falleció el 20 de enero de 1868 en la pobreza.

En su honor hay calles con su nombre, así como plazas. También la escuela de cadetes de la Policía de Santiago del Estero se denomina Coronel Lorenzo Lugones. El COMANDO DE REMONTA Y VETERINARIA del Ejercito también se llama “Coronel Lorenzo Lugones”.
Dalmiro Coronel Lugones, nieto de Lorenzo Lugones, poeta, folklorista, investigador del folklore, guionista, le dedicó este romance:


"Romance del Coronel Lorenzo Lugones"

En el antiguo Atamisqui
corría el noventa y seis
de San Lorenzo era el día
y de agosto era el mes.

La heredad de Pampallajta
qué hermosa estaba esta vez,
el viento le hablaba al río
de un íncito acontecer.

Allá Lorenzo Lugones
nacía al amanecer
el destino lo signaba
para el bronce y el laurel.

Linaje hidalgo heredaba
de esos Lugones de prez
que de Luna recordaban
los sus blasones traer.

De esos ilustres Lugones
que hubieron de merecer
la gloria por sus servicios
a Dios, a España y al Rey.
La Gazeta Federal publicó sobre éste parte de sus memorias:

LORENZO LUGONES (1796 - 1868) Memorias sobre la Gesta Emancipadora del Ejército del Norte
Breve reseña biogáfica

Lorenzo Lugones nació en Santiago del Estero el 10 de agosto de 1796 y murió en Tucumán el 21 de enero de 1868. A los 14 años de edad se incorporó al ejercito, al Cuerpo de Patricios Santiagueños. Como guerrero de la independencia, combatió en todas las batallas libradas por el Ejército Auxiliar del Perú en las campañas del Norte.

Introducción
Al emprender un trabajo tan superior á mis fuerzas y ajeno hasta cierto punto de mi profesion, he tenido en cuenta concurrir con mi grano de arena al esclarecimiento de la verdad histórica de mi país, trasmitiendo á la posteridad en su verdadero punto de vista, los distinguidos hechos de tantos varones ilustres, hijos beneméritos de la Patria.

Estos apuntes no serán un modelo de elocuencia y erudición, ni encontrarán los que los lean aquel estilo florido de otros escritores que por sí solo basta para excitar interés y cautivar la atención; yo escribo á mi modo, llana y sencillamente los hechos que han pasado ante mis ojos y de los cuales soy actor y testigo; sin prevención de ninguna clase, sin pretensión de ninguna especie y sin aspiraciones de ningún género.

Más antiguo en el servicio que el ilustre general Paz, comenzaré la narración de mis recuerdos históricos desde la cuna misma de la Independencia de mi país en la formación del ejército auxiliador del Perú.

Mis lectores me dispensarán sí en los primeros pasos de mi carrera militar me ocupo de pequeñeces insignificantes para otros; pero para mí de muy gratos recuerdos y que ponen en transparencia el entusiasmo puro de aquellos tiempos de verdadera abnegación y patriotismo.

Cnel. Lorenzo Lugones
Buenos Aires, 1855.

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Los Nuevos Campeones de la Patria (mayo, 1810)

Nací el día diez de agosto del año 1796, en Pampallagta curato de Soconcho, jurisdicción de Santiago del Estero, estancia de la propiedad de mis señores padres don Germán Lugones y doña Maria Petrona Trejo, naturales ambos de dicha capital, y de aquí podrá deducir el lector cuan al principio de mi educación y estudios estaría yo, cuando resonó en el nuevo mundo el grito de independencia y libertad, claro está pues, que aún no había tiempo para haber salido de las tinieblas de la infancia y cuando á la luz del Sol de Mayo de 1810, quise abrir los ojos, me encontré en las filas de los que llevaban el nombre de Nuevos Campeones de la Patria.

En aquel tiempo pues, de tan grandioso y solemne acontecimiento público, no había ni podía haber otra causa que la de libertar á la Patria; los americanos del Virreinato de Buenos Aires se disputaban á cual más sacrificios hacían por una causa tan sagrada: —mi padre había hecho los suyos á su vez y sin embargo de haber contribuido con su persona y alguna parte de los cortos bienes de su muy escasa fortuna, para dar mayor prueba de su decisión y entusiasmo, quiso hacer de mí un presente á la Patria y fuí admitido á su servicio en clase de cadete en el primer ejército Sud-Americano, levantado en medio de las aclamaciones, para combatir por la Libertad é Independencia de América.

La primera carta que recibí de mi padre (octubre, 1810)

Tan luego de haberme incorporado al ejército en Santiago, marché al Perú en la comitiva del general en jefe don Francisco Antonio Ortiz de Ocampo, que mandaba la expedición, iba yo bajo la protección del secretario de guerra doctor don Vicente Lopez y á los tres días de hallarnos en Tucumán, recibí una carta de mi señor padre, escrita por la primera vez después de mi salida, cuyo contenido, poco más ó menos era como sigue:

«Santiago del Estero, octubre de 1810. — Mi querido hijo Lorenzo: — Por el Dragon Sustaita que acaba de llegar á estas con las comunicaciones del General y por la que me escribe el Secretario he sabido que llegaron buenos; mucho me alegro que hayan sido tan bien recibidos en esa; pero me ha sido muy sensible que no me hubieses escrito teniendo tan buena proporción: esta omisión no tiene disculpa y sin embargo te lo dispenso con tal que no vuelvas á cometer otra igual falta. Con el alferez Zeballos que conduce los equipajes del cuartel general, te remito tu cama y la ropa militar que recién ayer la han concluido de coser: los adjuntos papeles contienen dos cosas esenciales para tí: primero, la fé de bautismo acompañada de los certificados de tu buen origen, requisito necesario para ser admitido en tu clase, no obstante que, la genealogía del militar está en la foja de sus servicios y los ascensos obtenidos con suficientes méritos, son los verdaderos títulos de su linaje, el segundo es, un credencial tomado razón en ésta tesorería y librado á la Comisaria del ejército para que se te abone la onza mensual que te asigno según ordenanza, hasta que llegues á ser oficial. Te advierto que vas formalmente recomendado á mí amigo el Secretario de guerra doctor don Vicente Lopez, al Intendente del ejército y al mismo General en jefe para que ocurras á ellos cuando te sea necesario, teniendo cuidado de no molestarlos á manera de un niño majadero, especialmente al Secretario que ha de hacer mis veces contigo: advierte pues que ninguna recomendación puede servir sin el acompañado de una buena compartición: te prevengo que en todo caso el honor es lo primero y habiendo de elegir un partido entre la muerte ó la deshonra, no se debe trepidar en abrazar lo primero.

No te entristezcas por nada, ni te intimides; desecha con valor despreocupado toda idea, todo pensamiento que no esté de acuerdo con el honor y los principios; piensa alegremente en las glorias de la Patria y en su venturoso porvenir, mientras yo, pensando en lo mismo, ruego á Dios por tí. Tu madre y hermanas quedan buenas con el consuelo de que á la vuelta de un tiempo y no muy tarde, volveremos á verte. Tus condiscípulos de clase están envidiando tu suerte, Dios te la depare buena y te dé todo acierto para que al fin la Patria tenga algo que agradecerte; sírvela pues como Dios manda, id en vuestro paseo militar con las bendiciones del cielo y las de este tu afectísimo padre. — Germán»

Creo que mi lector no tendrá mucha dificultad para llegar á comprender los efectos que produciría en mi ánimo esta carta y deducirá también con facilidad lo que sería yo en esos primeros días, cuando nuestros padres se honraban en sacrificarlo todo á la grande y árdua empresa de nuestra independencia y libertad.

Demasiado joven, sin los conocimientos necesarios para juzgar de las cosas, sin ideas ni voluntad propia, sujeto a la patria potestad por la minoría de mi edad; sin capacidad ni derecho para obrar por mí mismo, debo decir, que cual máquina que cede sin resistencia al menor impulso del resorte que la mueve, me dejé llevar sin violencia por las disposiciones de mi padre y á su voluntad, emprendí o mejor diré, me hicieron emprender una carrera ilustre por ser la de los héroes; pero llena de sacrificios, terribles dificultades y peligros, glorias y amarguras, goces y privaciones.

Esa carta pues que acabo de referir y que nadie puede darle la importancia que yo, fué el primer papel escrito que tuve interés en guardar y puedo decir que lo hice con el mismo cuidado con que supe guardar un día el primer despacho de mi primer ascenso. Cada vez que me acordaba de mi padre, sacaba de entre mis papeluchos la carta para leerla tres ó cuatro veces, hasta que llegué á saberla de memoria y por eso es que creo haberla recitado tal cual como fue escrita; la conservé en mi poder mucho tiempo, hasta que llegó la ocasión de que se perdiera como otras que recibí después, juntamente con mi equipajecillo, en la derrota del Desaguadero [Huaqui].

Cuando estalló en Buenos Aires esa revolución que dio la señal de guerra contra los antiguos dominadores de la América, hubo una provincia de las del Virreinato del Plata que en el acto se pronunció armada en oposición, la de Córdoba, y en la de Santiago del Estero, aparecieron dos hombres de influencia que haciéndola pronunciar en pro, secundaron el grito de Buenos Aires, don Juan Francisco Borges en la ciudad de Santiago y don German Lugones (mi padre), en su campaña, el primero como en una categoría en lo militar y el segundo en lo civil y político, patriotas ambos, é igualmente influyentes cada cual en su respectiva cuerda, hicieron distinguidos sacrificios como lo veremos después […]

EL GENERAL BELGRANO EN EL EJÉRCITO DEL NORTE

El Gral. Manuel Belgrano, ese "curioso bomberito de la Pátria" (marzo, 1812)

Don Manuel Belgrano, general en jefe nombrado entonces en relevo de Pueyrredon, se hizo cargo del ejército á principios del año 12 en Yatasto. Al día siguiente de haber llegado mandó formar el ejército, pasó revista general, lo proclamó, lo reanimó y dando sus órdenes relativas á emprender una nueva y gloriosa campaña, contramarchó inmediatamente y al situar su cuartel general en Jujuy, destacó una división á vanguardia que se situó en Humahuaca al mando de don Juan Ramón Balcarce.

El general Belgrano, hombre de orden y de más capacidades que todos los que hasta entonces se nos habían presentado, restableció muy luego en el ejército la moral, sujetándolo, á costa de ejemplares sacrificios, á una estricta subordinación y disciplina. Pudo restablecer en regular forma una provisión y un hospital, una maestranza, una academia práctica, un cuerpo de ingenieros y un tribunal militar; pasaba revistas diarias, y como todo lo examinaba por sí mismo, juzgaba de las cosas con pleno conocimiento, y remediaba oportunamente los males.

El general Belgrano, el único indicado para salvar la Patria en aquellas circunstancias, aparecía en todas partes como el ángel tutelar, trabajando sin descanso, rondaba el ejército de día y de noche, para imponerse de todo lo que podía ocurrir, se puede decir que nada se ocultaba á su celo y vigilancia: de modo que cuando recibía un parte, ya él estaba en los antecedentes de lo sucedido. Los soldados del ejército, no podían clasificar mejor el mecanismo y escrupulosidad del General, que llamarle el chico majadero, el curioso bomberito de la Patria.

Mientras que el general Belgrano trabajaba en la mejora del ejército, nosotros trabajábamos también en nuestra vanguardia, en igual sentido, atendiendo al enemigo y á la disciplina de nuestra tropa á órdenes de un jefe que se manejaba con las mismas máximas de Belgrano, se puede decir que el ejército en muy breve tiempo dió notables avances en su moral y disciplina, la Patria podía contar con soldados que habían comprendido ya la profesión militar; un oficial de cualquier graduación que fuese, más quería ser destinado al punto más peligroso que recibir una reconvención del general Belgrano.

El heroico éxodo iniciado en Jujuy (agosto, 1812)

Tal fue nuestro estado, cuando hacia fines del mes de agosto, el enemigo hizo sobre nosotros un rápido movimiento y cargó con velocidad por varios puntos y á pesar de que fué sentido, no nos dejó más tiempo que el muy necesario para demoler nuestra fortificación de campaña, arrear nuestras provisiones y reunirnos al cuartel general, con la pérdida de muchos oficiales y tropa que cayeron prisioneros en varias guardias y partidas avanzadas que fueron sorprendidas.

El general Belgrano, esperó con resolución los últimos instantes, destacado, ó en franqueza diré mejor, en los suburbios de la ciudad de Jujuy. Se puede decir, que un exceso de delicadeza, honor y aun un cierto despecho patriótico, le hicieron adoptar el riesgoso plan de retirarse al frente del enemigo con el ejército en masa, cubriendo la retaguardia de las familias de Jujuy y Salta que emigraban con nosotros; ejército y familias, con pequeños intérvalos, formábamos á la vez una sola columna. El enemigo entraba á la plaza cuando nuestro ejército desfiló en retirada, cubriendo sus espaldas con reforzadas guerrillas, que á pesar de las ventajas del local y los esfuerzos que hacíamos, no éramos suficientes para contener á un enemigo que con dobles fuerzas nos perseguía con tenacidad sin dejarnos descansar: nuestra retirada llegó á ser tan apurada, que tuvimos que pasar por muchos momentos de conflicto y desesperación; entretanto el general Belgrano, recorría la columna de punta á cabo, dando órdenes que se habían de cumplir bajo pena de la vida, mientras que los valientes Díaz Velez y Balcarce sostenían la retirada del ejército y las familias, peleando día y noche con la vanguardia enemiga.

Al pasar por Cobos y el Campo Santo, un imprevisto acontecimiento nos puso en conflicto, en el acto mismo que se ejecutaba la orden de fusilar dos soldados que se habían desviado de la columna con ánimo de desertar: hizo una tremenda explosión una carreta de municiones que se incendió de un modo inaveriguable: este fatal incidente, que en breves instantes llegó á noticias del enemigo, fue para nuestros soldados una señal de mal agüero que acabó de desalentarlos, y como por una precisa coincidencia, la persecución del enemigo, desde ese momento fué más activa, más tenaz y ofensiva, al paso que nuestra retirada se hacía más enérgica; ni ellos ni nosotros pudimos tener un descanso de dos horas completas, en el espacio de sesenta y más leguas andadas en cinco ó seis días con sus noches, dejando muchas veces reses carneadas en el camino, que el enemigo las aprovechaba, porque nosotros no teníamos tiempo para asar carne.

Todos combatimos en Las Piedras (3 de septiembre, 1812)

Al llegar al río de las Piedras, la vanguardia enemiga venía interpolada con la retaguardia nuestra, el excesivo calor, el viento, la humareda de los pajonales que nuestros gauchos les prendían fuego por ambos costados del camino, el polvo y la gritería de los enemigos que nos perseguían en barullo, sin que nada pudiesen contenerlos, hacían más completo el desórden y confusión de aquella mañana, algunas carretas de las de nuestros emigrados, cargadas de intereses, habían caído en manos del enemigo, varias guerrillas nuestras habían sido derrotadas y algunas hechas prisioneras. Deshecha nuestra retaguardia, cansada de fatiga, sueño y hambre, no podía contener ya á un enemigo que al cebo de tantos acontecimientos desfavorables á nosotros, se lanzaba encarnizado sobre nuestro ejército, como á sorberlo: nuestra pérdida era ya de mucha consideración y todo presagiaba una cierta é inevitable derrota.

Comprometido Belgrano á una acción forzosa, se vio en la precisión de tomar el único y último partido; ganó con la velocidad que exigían las circunstancias y sin vacilar, la costa del río, y destacó en el mismo paso dos baterías que sirvieron de base á la formación del ejército, que aprovechando todas las ventajas del local, prolongó una línea de batalla que en apariencia cuadruplicaba nuestro número: Belgrano corría como una exhalación á todas partes y atrincherando su línea, ya en las carretas, ya en los árboles y tupidos bosquecillos situados á la ribera del río, aseguró completamente los flancos del ejército; proclamó en muy pocas palabras, y dando orden de pena de la vida al que eche un pié atrás, esperó con firme resolución la numerosa vanguardia enemiga, que venía envanecida, pero en desorden, confundida con nuestra retaguardia entre el polvo y la gritería; el fuego de una de nuestras baterías despejó nuestro frente y el de ellos, y llegó el momento de vernos las caras en formal combate. El enemigo marchó de frente sin detenerse; más, al dar de lleno con nuestra línea, hizo alto en acción de tomar medidas de ataque, pero se advirtió que vacilaba y en esos momentos tan oportunos para quien sabe aprovecharlos, envistió nuestra ala derecha con todos los aparatos de una tempestad y el enemigo cediendo al furioso empuje de los que en la desesperación pelean con la resolución de vencer ó morir, volvió caras en masa, como quien trata de salvar sin reparar las pérdidas.

Emigrados de Jujuy y Salta, peones de servicio, comerciantes y cuantos más venían á la par del ejército, todos tomaron parte en aquel glorioso lance que dió vida á la patria. El enemigo, completamente ofuscado, huía en desordenados trozos, sin mirar en lo que dejaban atrás; fué perseguido con el mayor rigor el espacio de una legua, dejando en todo el camino muchos despojos, prisioneros, heridos y cadáveres; más de cien prisioneros de los nuestros lograron escaparse, rescatamos las carretas que poco antes nos habían tomado, y por último pudimos recuperar en mucha parte nuestras pérdidas.

A las cuatro de la tarde, el ejército descansaba victorioso: desde ese feliz momento las cosas habían tomado un aspecto enteramente diverso, el triunfo hizo desaparecer de golpe la fatiga, el cansancio, el hambre, la sed y el desaliento; en aquellos momentos de alegría inexplicables, no se pensaba más que en las glorias de la patria. Y el general Belgrano, dejándose ver de fogón en fogón, escuchaba placentero la alegre charla de los soldados, que al tender su mirada sobre ese chico majadero que infundía tanto respeto, ese curioso bomberito de la Patria, que prometía tantas esperanzas, le añadían algún renombre más, el brujo rubilingo, vicheador viejo, rondinerito de todas horas.

Al entrarse el sol, Belgrano mandó formar el ejército y pasó una ligera revista. Llamó por sus nombres á los que murieron en esa mañana: «no existen, dijo, pero viven en nuestra memoria, están en el cielo dando cuenta á Dios de haber derramado su sangre por la libertad.» Felicitó á todos dando las gracias, llenó de aplausos á los soldados, y despachando con anticipación todo lo que podía sernos embarazoso, quedó expedito para moverse cuando quisiera. Los soldados habían tomado ración doble, hicieron sus fiambres y quedaron listos. Luego que acabó de anochecer, el ejército continuó su marcha en retirada, dejando mil fogatas encendidas en la ribera del río al cuidado de un oficial que quedó destacado en el mismo paso con 25 carabineros del regimiento de Dragones.

Habiendo desaparecido los motivos que por instantes solían alterar el orden de nuestras marchas, el ejército medía ya sus jornadas, tomando las horas que le eran necesarias para su descanso, especialmente cuando apuraba mucho el sol.

Marchamos a Tucumán. Nos preparamos para dar batalla

Nuestra ruta indicaba una larga retirada hacia Santiago del Estero o Córdoba por el camino de las Cañas; al llegar á Burruyacu, el General recibió una diputación y sin trepidar varió de dirección y condujo el ejército á Tucumán, resuelto a aventurarlo todo en defensa de un pueblo que lo llamaba en nombre de la Patria, asegurando la victoria.

Él enemigo, escarmentado en el río de las Piedras, había hecho alto entre Metán y Yatasto, y ocupado por algunos días en tomar sus medidas, nos dio tiempo para reunir los preparativos de su buen recibimiento en Tucumán. Santiago del Estero y Catamarca, se preparaban también para auxiliamos, el entusiasmo fué general. Tucumán llevando la iniciativa en la resolución heroica de los pueblos, había jurado no ser ocupado por los realistas y lo cumplió sin omitir sacrificio. El ejército por su parte correspondió fielmente a las esperanzas de un pueblo, dispuesto á todo género de sacrificios menos al de rendirse a los enemigos.

Desde los momentos que llegamos á Tucumán, emprendimos un trabajo constante, sin perder tiempo ni omitir ninguna medida de las que debían asegurar el plan de una batalla que iba á decidir de la suerte de la Patria.

El general Belgrano altamente comprometido á una acción decisiva, teniendo que habérselas con un enemigo superior en número, que desde el Desaguadero había marchado por el camino de los triunfos; con la atención al pueblo, al ejército y al enemigo, no descansaba un sólo instante. Su cuartel general, reducido á un corto número de hombres, corría tras él á caballo, á todas partes y á todas horas, ningún individuo de los de su pequeña comitiva desensillaba el caballo, no siendo para mudar otro. El ejército parecía que adivinaba los pensamientos de su General, bien se podía creer que entre ambos había un espíritu de emulación, á cual cumplía mejor con sus deberes, el uno mandando y el otro obedeciendo. Tal fue el estado de subordinación, amor al orden, patriotismo y disciplina á que el chico majadero pudo reducir el ejército de su mando en poco tiempo.

Belgrano en aquellos días de los preparativos para la batalla, dueño de la confianza general, vio con satisfacción cumplirse al pié de la letra todo cuanto ordenaba: se puede decir que no le quedó cosa por hacer, con un ejército que le obedecía ciegamente y un pueblo que le guardaba las espaldas […]

Nuestros soldados situados en los suburbios de la ciudad esperando al enemigo, parecía que se impacientaban ya por salir de aquel estado que muchas veces suele colocar al guerrero entre la duda y la esperanza. Entretanto el bello sexo del patriota pueblo dirigía sus plegarias al cielo y la Virgen Santisima de Mercedes.


Tucumán, "Sepulcro de la tiranía" (24 de septiembre, 1812)

Tal era nuestro estado cuando el enemigo la emprendió sobre nosotros, marchando con medida pausa, como quien en la lentitud se da tiempo á mayores previsiones; desde Trancas abrevió cuanto pudo, el 23 pasó la noche en Pocitos y el 24 por la mañana se dejo ver por el camino del Cevil Redondo, costeando la margen izquierda del arroyo del Manantial, por entre los ralares del alto de las Tunas, bajó al campo de batalla y dio frente, inclinando su derecha hacía el bajo de los Aguirres; un cuerpo de milicianos de Santiago del Esteró llegó á tiempo y ocupó un lugar en la línea con su comandante don Pedro Pablo Montenegro, los de Catamarca llegaron también; pero no tuvieron tiempo para reunirse, el enemigo se había interpuesto, y quedaron cortados, perplejos y vacilantes hicieron uno ú otro movimiento, como quien entre varios caminos trepida sobre cual debe tomar; intentaron pasar tal vez y lo hubieran hecho; pero el ruido de los primeros cañonazos y la vista de tantos aparatos (desconocidos para ellos) los ofuscó y contramarcharon como en busca de una posición menos violenta; algunos gauchos comedidos reunidos con los baqueanos del ejército, se habían situado á lo lejos sobre nuestro costado izquierdo y permanecían á la expectativa, como quien está á las resultas: éstos alcanzaron á ver un gran grupo de hombres que se ponían fuera de combate, creyeron que eran enemigos y se lanzaron sobre ellos los catamarqueños sin volver los ojos atrás fueron perseguidos por los mismos nuestros un largo trecho, entretanto los milicianos de Tucumán y Santiago del Estero, reunidos al ejército, triunfaban por otro lado.

No me detendré en detallar los pormenores de una batalla, que cada año se renueva su memoria en celebridad del 24 de setiembre del año de 1812. El ejército triunfó en ese día, la patria se salvó, y Tucumán con el honroso título de Sepulcro de la tiranía, vió con gloria cumplidos sus votos y volar su nombre en las alas de la fama y á sus recreadores suburbios que se dilatan al sud-oeste, señalados por la victoria con el nombre de Campo de Gloria y Honor, y los vencedores en ese día, distinguidos con el título de Beneméritos á la patria en grado heroico y en escudo de paño celeste al brazo izquierdo, que en medio de un círculo de palma y laurel bordado de hilo de oro se leía lo siguiente: La patria á sus defensores el 24 de Setiembre del año de 1812 en Tucumán.

El enemigo aprovechando los momentos de un cierto desorden, consiguiente a aquellos instantes, en que nuestro ejército al romper por varias partes la línea enemiga, todo lo envolvió con denuedo, ocasionando una sangrienta baraunda casi inentendible: en estos momentos pues, que la victoria se decide en pro de los unos y en contra de los otros, pudo el enemigo reunir sus acuchillados restos a la reserva y permanecer algún tiempo sobre su mismo sepulcro, tirando de tarde en tarde un cañonazo a la plaza; entre los conflictos de su situación tomó el partido de intimar rendición, recibió por contestación, una burla, un desprecio y una amenaza que le hizo entender qué conocíamos que, nuestra posición no era de recibir intimaciones, sino de intimar; bien convencido estaba el enemigo de su pérdida y solo buscaba los medios de poder salvar lo que le había quedado: permaneció algunas horas más manifestando deseos de tratar, hasta que llegó la noche y al abrigo de ella emprendió una retirada, que si la nuestra de Jujuy á Tucumán fue honrosa, la dé ellos de Tucumán a Salta no fue menos.

La retirada del enemigo de Tucumán a Salta fue tan honrosa como la nuestra de Jujuy a Tucumán

El general Belgrano alistó con la brevedad posible y destacó en persecución de ellos, una ligera fuerza a las órdenes del fogoso é infatigable Diaz Velez. Muy poco pudo andar el enemigo sin recibir por la espalda, las salutaciones de los que íbamos en su alcance; nos recibió con todo aquel valor necesario para resistir los furiosos ataques que frecuentemente hacíamos sobre ellos, de diversos modos y a distintas horas; nuestra persecución llegó a ser tan cruel hasta cierto punto, llevada en represalia por un camino que poco antes lo habíamos andado en retirada perseguidos por ellos con igual rigor.

Sin caballería que protegiera a la infantería, por caminos desconocidos, sin baqueanos, sin agua ni víveres y sin poder tomar un día de descanso, pasando muchas veces por larguísimas jornadas donde no encontraban más que pencas de tuna para chupar y aplacar la sed, después de vencidos en una batalla, sin haber tenido tiempo de refrescar, se resistían increíblemente como quien dice: muerto si, prisionero no; pero los que llegaron á caer en nuestras manos, eran tan bien tratados que muy luego de estar con nosotros, nos pedían con la misma franqueza que a unos hermanos, todo lo que necesitaban, especialmente carne asada para comer y caballos para montar. Tal fue el modo como el enemigo se retiró con sus restos hasta que pudo ganar la plaza de Salta.

Tan luego que pudieron acercarse á la ciudad, tomaron con prontitud medidas para asegurarse de la ocupación de ella y descansar, ganaron con presteza todos los puntos donde podrían hacerse fuertes y evitar que entrásemos tras de ellos a la ciudad. Salta á la llegada de ellos y la nuestra, fue saludada con un diluvio de balas que en fuego activo se cambiaban como en despedida, descargas de fusil contestaban á los adioses de nuestros carabineros. El enemigo logró atrincherarse en la plaza y nosotros aparentando permanecer en el sitio, establecimos una línea de destacamentos desde el Portezuelo hasta el río de Arias, cubriendo el campo de Castañares con pequeños grupos de gauchos que hacían el papel de sitiadores por aquella parte; permanecimos poco mas ó menos hasta las doce de la noche del siguiente día, y dejando más de trescientas fogatas encendidas, levantamos nuestro campo con dirección á Tucumán por el camino de las cuestas.

Al regreso de esta campaña ascendí á Alferez de compañía.

Nos preparamos para la campaña de Salta

En los meses de octubre, noviembre y diciembre, Belgrano se ocupó en recoger los frutos de la victoria obtenida en setiembre, reorganizó el ejército, aumentando considerablemente su número con los contingentes venidos de los pueblos, y los batallones números primero y ocho de Buenos Aires; lo equipó completamente y arreglando con mayor esmero el parque, la artillería el convoy de hospital y víveres, quedó espedito en el espacio de cien días para abrir una nueva campaña.

Estábamos en el año 13 y casi á fines de enero, el ejército emprendió sus marchas sobre Salta, depreciando aguas, soles y ríos crecidos, y al pasar por el de las Piedras el General hizo alto como de descanso por un día y como quien pasa una ligera revista, mandó formar poco más ó menos en el mismo lugar donde poco antes, las circunstancias nos habían obligado á una acción forzosa.

Belgrano en el campo de sus primeras glorias, arengó recordando el triunfo de aquella vez en ese día; «La sangre de los que murieron aquí, ha sido vengada en Tucumán, y la de los que han muerto allí, será vengada en Salta» — dijo, y concluyó encargando á todos la subordinación, y disciplina, unión, valor, constancia, amor á la Patria y á las glorias.

Ratificamos nuestro Juramento a la bandera blanca y celeste á orillas del río Pasaje, al que llamamos Río del Juramento (13 de febrero, 1813)

Llegamos al río del Pasaje, punto de reunión general para el ejército, y aquí se recuerda un acto solemne, digno de la historia. Habiendo el ejército formado en parada conforme á la orden general, se presentó en el cuadro, Belgrano con una bandera blanca y celeste en la mano que la colocó con mucha circunspección y reverencia en un altar situado en medio del cuadro; proclamó enérgica y alusivamente y concluyó diciendo, "Este será el color de la nueva divisa con que marcharán á la lid los nuevos campeones de la Patria."

Esta es pues, la bandera que por primera vez flameando en el suelo Patrio, á las márgenes de un río memorable, improvisada por el genio y enarbolada por la libertad, como dice el cantor insigne, en el Nuevo Mundo renovó de la patria el antiguo esplendor, y llevada luego en triunfo por el héroe Belgrano en la cima del Potosí tremolando, los huesos conmovió del Inca en sus tumbas; ella es también la que traspasando los Andes con San Martin, atravesando las dulces y salados mares, arribó triunfante hasta el Chimborazo y el libertador Bolívar la saludó reverente; ella es finalmente la que flameando siglos enteros en el suelo Argentino, recordará á los hombres, mil pasados tiempos de gloriosa ventura, grabados en la historia por hechos que eternizan el nombre Argentino.

¡Oh Bandera de mi Patria guerrera! ¡Signo precioso de la libertad, inmortal divisa de la noble igualdad; yo también en ese día, acaso el más joven de todos los guerreros de ese tiempo, en medio de todo un ejército que desfilaba por delante de ti, á tus pies, juré por la Patria, en cien batallas vencer o morir!

El ejército ratificó su juramento besando una cruz que formaba la espada de Belgrano, tendida horizontalmente sobre el asta de la bandera; con este ceremonial concluyó el acto y el ejército quedó dispuesto para la primera señal de partida.

A distancia de cien pasos del paso del río, sobre la ribera que gira al oeste, á la altura de un notable barranco, había un árbol que por su magnitud se distinguía sobre todos los de sus cercanías; limpiando una parte de su corteza, hacía media altura de un hombre, en medio de un círculo de palma y laurel, dibujado en el tronco del árbol se grabó una inscripción que decía, "Río del Juramento", y más abajo la siguiente estrofa:

«Triunfaréis de los tiranos
Y á la patria daréis gloria
Si, fieles americanos

Jurais obtener victoria.»

La batalla de Salta en el campo de Castañares, una victoria completa (20 de febrero, 1813)

Esforzando el ejército las marchas de día y de noche en los días 15 y 16 de febrero, atravesó los campos del Pasaje avanzando rápidamente hasta el Algarrobal, y dejando aquí á un lado, todos los caminos reales, el 17 por la noche atravesó las sierras de la Lagunilla y trastornando las cumbres que se encadenan desde la caldera hasta el cerro de San Bernardo, descendió con todo su tren, y á la vista del enemigo, hacía las ocho de la mañana del 18 al paso del río Baquero, donde pasó el día y la noche, cortando la retirada á los de Salta y la comunicación á los de Jujuy; el 19 arreando de frente todos los obstáculos que el enemigo pudo presentar, ocupó Castañares, y el 20, hacía las cuatro de la tarde, fuimos del todo victoriosos, después de una sangrienta batalla que duró desde las diez, poco más ó menos de la mañana. Reconcentrando el enemigo sus destrozados restos bajo las trincheras de la plaza, pidió una capitulación y el 21 puso en nuestras manos todos los despojos consiguientes del triunfo y los tratados, rindiendo armas y banderas, bajo las garantías de las leyes de la guerra, jurando no volverlas á tomar contra la patria. Todo quedó en nuestro poder, y Salta cubierta de laureles, depositaria de mil trofeos gloriosos, cantó la victoria á la par del ejército.

Los vencedores en ese día, fueron premiados con un grado más sobre el que tenían y un escudo de oro en el brazo izquierdo, en cuya grabadura de relieve se leía Honor al benemérito de la patria en grado heroico, vencedor en Salta el 20 de Febrero de 1813.

Mis lectores habrán visto ya y tal vez formado alguna idea de lo muy poco que me he ocupado en minuciosas descripciones, en detalles de nuestras marchas, combates, batallas, etc., dejando á un lado pequeños incidentes que me han parecido puerilidades, sobre los buenos ó malos hechos de oficiales subalternos, que casi todos los del ejército, se puede decir, eran valientes y buenos: en la batalla de Salta no se puede exceptuar ninguno porque con generalidad se portaron todos bien con igual valor y empeño; pero hay un hecho sobresaliente en aquel campo de batalla que es preciso descubrirlo: cuando nuestros batallones y escuadrones entraban por su turno á la línea de batalla, el mayor general don Eustaquio Diaz Velez los colocaba en su respectivo lugar, y con este objeto recorría la línea á gran galope con sus ayudantes; no se si un batallón de los nuestros entendió mal una voz de mando ó el enemigo quiso pegar primero para pegar dos veces; generalmente se decía que el batallón nuestro presentó sus armas para dar mayor lucimiento al despliegue que acababa de hacer y que un batallón enemigo que se hallaba al frente quiso imitar el movimiento, el hecho es que antes de la seña de ataque uno y otro batallón hicieron á un tiempo la descarga que llenó de humo el espacio de entre ambas líneas; casualmente Diaz Velez se encontró medio á medio de la escena y cayó herido juntamente con su ayudante don Gregorio Lamadrid.

En estos mismos instantes el comandante don Manuel Dorrego, con su pequeño batallón de cazadores había hecho un avance y el momentáneo favor de un pequeño buen suceso, lo indujo á que se adelantara más allá de lo regular. El batallón Real de Lima que se hallaba á su frente, hizo un movimiento análogo que alucina á Dorrego y avanza mas, y cuando nuestros cazadores llegan á cierta altura, el Real de Lima lo envuelve por ambos flancos y se interpolan; el teniente coronel don Cornelio Zelaya que á la sazón entraba con sus Dragones, en formación sobre ese costado, lo advierte, toma un escuadrón, se lanza como el rayo sobre aquella interpolación y la desenvuelve, los golpes de la caballería favorecen á los que en situación crítica y aislada iban á ceder á la desigualdad del combate, Dorrego y sus cazadores se salvan, se rehacen y vuelven á la línea á paso de escape; Zelaya con sus dragones cubre la retaguardia de los que acaba de salvar y vuelve también á la línea á paso regular, con la serenidad de ánimo, la satisfacción del triunfo y la inequívoca idea de que ningún peligro de los que pudieran sobrevenir en el curso de la batalla, podía ser mayor que el que acababa de superar en ese venturoso lance, donde su deber lo condujo para hacerlo dueño del triunfo; bien se puede asegurar que este hecho debió influir no muy en poco á la decisión favorable que puso en nuestras manos el triunfo completo en ese día.

Los muertos en la batalla, así los del enemigo como los nuestros, fueron enterrados en un mismo lugar que queda señalado con una cruz de madera, que desde una distancia se deja ver; al pié de ella había una tablilla con la inscripción siguiente: Memorable día 20 de Febrero de 1813 — Hé aquí el sepulcro donde yacen juntos vencidos y vencedores. Los jefes y oficiales muertos de una y otra parte fueron enterrados en los cementerios de las iglesias.
Fuentes: rodolfoparbst.blogspot.com.ar

1 comentario:

Gabriela del Corro dijo...

El poeta Dalmiro Coronel Lugones no es el nieto del cnl Lorenzo Lugones. Lorenzo Lugones se caso en Tucumán y tuvo solamente hijas por lo que el apellido Lugones no lo tienen sus descendientes. el poeta puede haber sido pariente a través de algun hermano del guerrero pero no es nieto.

Gabriela del Corro- genealogista- quinta nieta del cnel Lugones.