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12/9/14

Crónicas urbanas santiagueñas: Desconectados



De cada diez personas que te cruzas en una cuadra, nueve están más pendientes de las diversas interacciones posibles con su celular que del sitio donde posan las plantas de sus pies, con los riesgos que ello entraña: desde el mínimo de pisar caca de perro u otro bicho, o llevarse por delante una bolsa de basura, hasta el más complicado de torcerse el tobillo en alguno de los incontables cráteres de nuestras vereditas y hasta caer en un pozo de esos que abren con fines desconocidos las empresas privadas proveedoras de servicios públicos.

Así, sorbido por la pantallita siniestra, no falta el que te atropella porque ni se le ocurre que alguien pueda venir en sentido contrario tratando de adivinar qué clase de movimiento pueda hacer; o el que, conociéndote de algún tiempo y de algún lugar, te mira con aire enajenado cuando cometes la torpeza de interrumpir su monólogo virtual con un saludo real (y ni pensar en la posibilidad de un abrazo, un beso o algo más humano).

Si a eso le sumamos el rumor -que algún asidero debe tener- del descontento generalizado por el servicio de telefonía celular que prestan todas las empresas, resulta definitivamente incomprensible que un sujeto se sujete -valga la redundancia- de manera tan estrecha a un aparatito que al parecer, lo conecta con el resto del mundo mientras lo desconecta de la realidad.

De no creer, che.

Por Silvia Picoli

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