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9/5/21

Gumersindo Sayago, figura destacada de la salud pública de Córdoba (Segunda parte)

Como vimos en la primera parte de este trabajo, el doctor Gumersindo Sayago fue un incansable luchador no sólo en el campo de la salud pública cordobesa, sino también en la defensa de los valores y el sistema democrático. Semejante nivel de actividad le implicaba un elevado esfuerzo físico y mental, que Sayago lograba recuperar cuando pasaba sus días de descanso y recreación en Villa Independencia, una pequeña urbe serrana turística al sur de Carlos Paz. Parte de su vida en ese hermoso paisaje serrano podemos conocerla gracias a los recuerdos de aquellos vecinos que llegaron a conocerlo y tratarlo, y que gracias a la amabilidad de los mismos podemos hoy en algo reconstruir.

Sayago y las sierras: su predilección por Villa Independencia

Como la mayoría de sus colegas, el doctor Sayago disfrutaba mucho de pasar sus tiempos de descanso y recreación en las serranías cordobesas. Su lugar preferido era Villa Independencia, la urbanización turística que había emprendido Juan Irós en 1928. Para Gumersindo, era el lugar ideal para alejarse del estrés y las exigencias de la vida diaria en la capital provincial. En ese paisaje de sierras y vertientes se sentía plenamente libre, independiente; de allí que gustaba de asociar el nombre de la villa con el estado de ánimo que sentía al pasar en esta tierra esos increíbles días de verano: “Tiene muy bien puesto el nombre. Es Villa Independencia y yo soy independiente; acá no me busca nadie.” [Entrevista al Sr. Rafael Guillermo De Simone, Villa Independencia, 26-X-2011]

En un hermoso terreno situado a la vera del río San Roque [actual San Antonio], Sayago había construido una hermosa residencia temporaria, a la cual solía asistir con su esposa y sus tres hijos. Según recuerda Rafael De Simone, lo hacía con todo aquello que necesitaba para mantener el nivel de vida al que estaba acostumbrado: “Él venía en el verano, con cocinera, servicio doméstico, tenía casero permanente ahí. Venía por dos meses y pico, y en el invierno venía todos los sábados.” [Ibíd.]

Quienes lo llegaron a conocer y tratar no han podido olvidar su figura, tan distinta al resto de los profesionales y comerciantes provenientes de los sectores medios residentes en las principales urbes del país. Éstos, como lo ha analizado Ezequiel Adamovsky en su estudio sobre la clase media argentina [2009], solían ser descendientes u originarios del continente europeo, pues las élites políticas y socioeconómicas dominantes asociaban el “progreso” a las personas blancas que provenían de los países que conformaban dicho territorio. En contraposición, quienes descendían de los grupos originarios o eran el producto del mestizaje de lo que se consideraban “razas inferiores” (como los afroamericanos) eran asociados a la “barbarie”, razón por la cual se los empujaba a través de diversos mecanismos económicos y culturales hacia los escalones más bajos del orden social. Por ello, los trabajadores que presentaban las características mencionadas en primer lugar tenían grandes oportunidades de obtener las mejores oportunidades educativas y laborales, hecho que terminó por diferenciar al campo del trabajo entre un sector medio y las clases populares.

En vista de estas circunstancias, no era nada fácil para alguien que portaba en su piel una fisonomía fuertemente estigmatizada poder superar estos prejuicios y acceder a una posición social más elevada. Sin dudas, la enorme capacidad que tuvo Gumersindo Sayago le posibilitó superar todos estos obstáculos, logrando así insertarse en un estrato societario al cual muchos de sus compatriotas no podían llegar debido al color de su piel. De allí que no fueron pocos los que en su tiempo les llamaba la atención de que uno de los “distinguidos” habitantes de la villa serrana no presentase los rasgos físicos tan típicos de sus integrantes, algo que ha quedado guardado hasta ahora muy vívidamente en el recuerdo de los pobladores más antiguos de la zona:

Era un hombre criollo, criollo; era un indio, un coya totalmente. Una persona bien negra, unos pelos parados, ancho, petisón, gordo; vos te dabas cuenta, y él lo decía, que era descendiente de indios.” [Entrevista al Sr. Gerónimo “Mito” Llanos, Barrio El Canal, 08-IV-2012]

En Villa Independencia, Sayago podía disfrutar de una de sus grandes pasiones: los caballos. En tal sentido, solía compartir con algunos de los habitantes permanentes de la localidad largas cabalgatas en busca de disfrutar de la belleza de los paisajes serranos y la hospitalidad de su gente:

Nosotros hacíamos cabalgatas con el doctor Sayago. A veces nos juntábamos 40 o 30, y nos íbamos a Cuesta Blanca, que no había nada. No estaba ni loteado Cuesta Blanca. Vivía el padre del casero del Dr. Sayago. El hombre tenía animales, así que un día hicimos un viaje allá. Ya nos esperaban con cabritos y todo eso. Fue hermoso. Cuando volvimos nos agarró la lluvia. Era un aguacero descomunal. Otra vez fuimos a Las Jarillas. No me acuerdo cómo se llamaba la institución religiosa que había ahí. También fuimos a andar un poco, comer cabritos y todo eso.” [Entrevista al Sr. Rafael Guillermo De Simone, op. cit.]

Además de las cabalgatas, a Sayago le encantaban los higos que se podían recolectar en la época veraniega. Pero, debido a que las higueras se encontraban en un lugar de difícil acceso, solía ir con el joven Gerónimo “Mito” Llanos para que éste le alcanzase los higos. Así lo recordaba tiempo atrás el inolvidable Mito:

Y le gustaban mucho los higos. […] Había que subir por la calle de la escuela Bernabé Fernández y ahí había un camino que subía la quebrada hasta llegar arriba de la sierra, bajás como un kilómetro y allí hay un lugar de muchas vertiente, y las higueras están en lugares donde hay muchas vertientes. [Sayago] llevaba esos tarros que venían antes de cinco litros de aceite, y él llevaba uno, yo llevaba otro que atábamos [a los caballos] con unos tientos para no llevarlo en la mano así no nos cortaba el alambre de la manija. Así nos íbamos con él a caballo a cortar higo. Él me llevaba porque yo me tenía que subir de la higuera, cortarle los higos y luego alcanzárselos. Con él habremos ido cuatro o cinco veces a buscar higos para allá.” [Entrevista al Sr. Gerónimo “Mito” Llanos, op. cit.]

Cuando nos contaba sus anécdotas con el doctor Sayago, Mito también rememoraba el afecto que éste tenía hacia su abuela, con la que solía compartir charlas amenizadas por los mates que ella misma le cebaba. También había cultivado amistad con su tío, quien le cuidaba los caballos que utilizaba para viajar por las sierras:

Él tenía caballos, y cuando se iba a Córdoba los dejaba en el campo de mi abuela; se los cuidaba Lino Quinteros, un tío mío. Cuando él venía en verano se llevaba los caballos a su casa, para él y el hijo. […] Era muy amigo de mi abuela. Mi abuela cebaba mate con yuyos, peperina, té de burro, con esas cosas de los molles, y hacía esas tortillas con grasa, y como ese hombre era de allá comía todas esas cosas. Y de ahí fue la amistad que tuvo con mi abuela, y como dejaba los caballos en invierno…” [Ibíd.]

Un hombre comprometido en todo momento

Si bien Sayago buscaba en Villa Independencia la tranquilidad que no le brindaba la ciudad, no por ello dejaba de estar al tanto de las vicisitudes políticas de la época. En especial, y como pudimos comprobar, hubo un hecho que marcó para siempre su actividad profesional, y fue el golpe de Estado de junio de 1943. Acérrimo defensor de los principios democráticos, su oposición al régimen militar le valió sus cargos universitarios. Pese a ello, nunca bajó los brazos y siguió luchando por sus ideales en todas las situaciones y contextos posibles. Aún en aquellos que, a priori, no acostumbraba a utilizar para estos fines, como sus días en la villa serrana.

Luego de ser depuesto de sus funciones en noviembre de 1943, se dirigió como era costumbre a su casa de veraneo. Todavía sensibilizado por lo que había pasado, un día de ese verano reunió a varios jóvenes del lugar para hablarles de la importancia de defender la democracia, algo que quedó para siempre guardado en la memoria de quienes escucharon de su voz tan elocuentes palabras, como Horacio Bardi:

“[…] Entonces, junto con el doctor Lafalle, [Sayago] nos reunió a los jóvenes en el río, en la costa -porque su casa daba al río- para hacernos una arenga. Fuimos los jóvenes más o menos de mi edad. Nos juntó para arengarnos y hacernos ver lo que era la democracia. […]

-¿Qué les dijo Sayago en esa arenga?

-Nos decía que teníamos que pensar lo que es la libertad, como debíamos comportarnos y pensar que teníamos que tener presente la libertad de la persona. Estuvo muy bien. Fue un momento muy lindo realmente. Fue una mañana, cerca del mediodía. Nos reunieron él y el doctor Lafalle; pero el que habló fue Sayago.” [Entrevista al Sr. Horacio Bardi, Villa Independencia, 29-X-2011]

Pero no sólo Sayago no dejaba de lado sus convicciones políticas en sus tiempos de descanso; en ciertas ocasiones, también disponía de sus conocimientos para tratar a algún vecino aquejado por la tisis. Uno de ellos fue el célebre músico andaluz Manuel de Falla, quien al enterarse de la presencia en Villa Independencia de uno de los más afamados tisiólogos del país decidió consultarlo y tratar así de calmar el sufrimiento que le causaba la enfermedad:

A Manuel de Falla lo atendía Conde, pero él no era tisiólogo. Manuel de Falla se entera de este doctor [Sayago], y viene y lo ve. Y Sayago empieza a curarlo a Manuel de Falla y se siente bien.” [Entrevista al Sr. Gerónimo “Mito” Llanos, op. cit.]

Una terrible pérdida signa los últimos años de su vida

Como todos los que los conocieron, el doctor Sayago sentía un especial afecto por su hijo, a quien todos los vecinos de la villa solían conocer como “Charles” o “Charlie”. Según De Simone, Gumersindo hacía todo lo posible para que su hijo continuase la profesión donde él tanto se había destacado. A tal fin, “[…] para que no se distrajera él le estaba pagando la Facultad de Medicina en Buenos Aires. Se iba en avión y él se iba a verlo rendir allá.” [Entrevista al Sr. Rafael Guillermo De Simone, op. cit.]

Gran amigo de Ennio Luengo y Rafael De Simone, Charlie solía compartir con éstos varias travesías en caballo por los senderos serranos. Un día, ya recibido de médico y con una beca para ir a estudiar a Alemania, decidió montar un equino que se mostraba bastante indócil. Tras iniciar la cabalgata sufrió a pocos metros un grave accidente, cuando cayó del caballo y golpeó con su cabeza en el suelo. Lamentablemente, las heridas recibidas fueron de tal gravedad que, a pesar de los esfuerzos por atenderlo en la clínica del Dr. Eugenio Conde, dejó de existir en un lapso muy breve de tiempo. Ennio, quien mantiene aún un vívido recuerdo de su amigo, fue testigo principal de aquella trágica jornada, la cual, según sus palabras, nunca más pudo olvidar:

“Yo era muy amigo de los Sayago, y aparte le gustaba al viejo porque yo escribía. Charlie iba siempre a visitarme. Un día me va a visitar a caballo –le gustaba mucho andar a caballo, tenían unos caballos hermosos- y estuvimos charlando un rato largo; cuando está por irse, recuerdo que al caballo lo tenía atado a un chañar que había entonces frente a mi casa y el caballo no se dejaba montar. Le dije: “Charlie, lleválo de tiro”. Eran cinco o seis cuadras. “No”, decía, era muy orgulloso. “Lo voy a montar” Bueno, tanto jodió –hablando mal y pronto- que se pudo subir, y salió galope tendido hacia abajo. A una cuadra de mi casa se produjo un tierral, y vi que se paró el caballo. “Uy”, decía y me reía. “Lo volteó”. Cuando se va la tierra estaba tendido en el suelo el Charlie. Llegué yo, lo levanto -estaba en coma- y venía un Ford 8 (modelo) 1938. Fue tan duro… Recuerdo que antes de salir de casa me dijo que se iba a ir a estudiar medicina a Alemania, y fijate que le digo: “Bien hecho, hombre, a vos que te gusta la medicina” “Mirá, me dice, porque total hoy estamos y mañana no estamos”. Llega el Ford 8 y le digo: “Por favor, llévenlo a una clínica en Carlos Paz, a la clínica Conde”. Me dice: “Espere, soy médico yo”. Lo mira y dice: “Sí, vamos”. Lo llevaron a la clínica Carlos Paz, y no sé quién le avisó enseguida a Sayago que vino pronto. Dicho sea de paso, admiraba el temple del viejo (viejo para mí), ni un gesto. Me dice Conde: “Salí, porque te vas a desmayar”. Bueno, me salí. Ya estaba muerto, prácticamente.” [Entrevista al Sr. Ennio César Luengo, Santa María de Punilla, 16-IX-2012]

La muerte de “Charlie” Sayago fue un golpe durísimo para la familia, la que ya había sido tremendamente afectada por la muerte de una de sus hijas algunos años antes. Ennio Luengo, quien por entonces tenía 30 años [teniendo en cuenta que había nacido en 1927, suponemos que el hecho tuvo lugar en el año 1957], aún no olvida cómo la madre de Charlie estaba afectada por lo sucedido, sin poder superarlo:

Yo era muy amigo e iba siempre a visitarlo a Sayago, pero después que murió Charlie fui unas pocas veces más. Doña Susana me llamaba, me llevaba al dormitorio y me decía: “Vení, decime cómo murió Charlie”. Fui una, dos, tres veces, y me hace mal, y no fui más porque, pobre, me preguntaba siempre lo mismo y por eso me alejé, porque me daba pena.” [Ibíd.]

Como vemos, el recuerdo de Charlie y su muerte en la villa tuvo un hondo impacto en la familia. Poco tiempo después, más precisamente en 1959, el doctor Gumersindo Sayago fallecía en la ciudad de Córdoba, quedando del núcleo familiar original compuesto por cinco miembros sólo su esposa y una de sus hijas. Éstas últimas continuaron sus vidas en la ciudad de Córdoba, mientras que aquellos días en que la familia pasaba sus temporadas estivales en la villa serrana pasaron a ser un recuerdo cada vez más lejano.

En este contexto, la casa de la familia Sayago pasó a otras manos, y hoy, pese a las modificaciones sufridas, todavía es posible admirar parte de la fachada de lo que fuera la pintoresca morada del gran médico. Sus muros, como la memoria de los vecinos que lo conocieron, son los últimos testigos del paso de Sayago por estas tierras, aunque su huella quedó tan firmemente impresa que no hay olvido ni ignorancia que puedan borrar una vida dedicada al progreso y la justicia social.
Fuente: www.lajornadaweb.com.ar/

Por José Antonio Casas / Profesor en Historia

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